Opinión El País, 24.08.2017 Rogelio Núñez C., cientista político y profesor (Instituto Estudios Latinoamericanos-U.de Alcalá)
Nicolás Maduro ha exacerbado los problemas estructurales del proyecto bolivariano
Crisis económica, miseria social y polarización política. Ese es el legado final que deja todo tipo de populismo, sea de izquierdas o de derechas. Ese es el panorama sobre el que se alza, en estos momentos, el Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela. El heredero de Hugo Chávez encabeza un régimen que, en realidad, solo es la culminación de un proceso con antiguas raíces. Cabe preguntarse, como hiciera sobre Perú Zavalita, el personaje de Mario Vargas Llosa en Conversación en La Catedral, cuándo se jodió Venezuela.
El autoritarismo, escaso liderazgo y gruesos errores políticos y de gestión que acumula en su historial el presidente Nicolás Maduro provocan que sea contemplado como el principal culpable de todos los males que arrastra Venezuela. En verdad, los méritos de Maduro no son tan extensos: su Gobierno finalmente no ha hecho sino exacerbar unos problemas estructurales heredados de la presidencia de Hugo Chávez.
Chávez conquistó la presidencia en 1998 alzando la bandera de la lucha contra la corrupción y prometiendo cambiar el modelo en el que se sustentaba Venezuela: el clientelismo político, basado en los ingresos petroleros, y la monodependencia económica con respecto a la exportación de hidrocarburos. El régimen bolivariano, amparado en el auge de los precios de las materias primas desde 2003, no solo no cumplió con estas promesas sino que profundizó la dependencia con respecto al petróleo (que representa más del 90% de las exportaciones), las políticas clientelares (las famosas misiones) y añadió nuevos componentes (el “guerracivilismo” y el revanchismo social) a un cóctel que con el tiempo se ha demostrado explosivo. Ya en 2013, cuando falleció Hugo Chávez, Venezuela albergaba los gérmenes de su actual crisis institucional, política y socioeconómica que Maduro no se ha atrevido a afrontar y que ha contribuido a profundizar.
La época de la convivencia política, propia de la IV República (1959-1999), dio paso a la polarización y al enfrentamiento al dividir el país en bolivarianos y “pitiyanquis”, en lenguaje chavista. La politóloga Margarita López Maya recuerda que si “la atmósfera política de fines del siglo XX fue convulsionada, la de los primeros años del Gobierno de Chávez exacerbó aún más las tensiones… La polarización continúa deteriorando la convivencia pacífica y la calidad de la vida cotidiana… El discurso presidencial descalifica a los adversarios políticos: ‘Escuálidos’, ‘puntofijistas’ y ‘vendepatrias’ son algunos de los calificativos que se les endilga”.
La polarización continúa deteriorando la convivencia pacífica y la calidad de la vida cotidiana
El desprecio al adversario y la intransigencia frente a las opiniones diferentes no son un invento de Maduro, que se ha limitado a llevar hasta el extremo lo que tanto utilizó su antecesor. Marcel Oppliger, autor del libro La revolución fallida. Un viaje a la Venezuela de Hugo Chávez, describía en 2011 cómo “Venezuela está partida en dos trincheras irreconciliables… Existe una gran odiosidad entre los venezolanos, separados, enfrentados y divididos entre chavistas y antichavistas. Antes copeyanos y adecos se detestaban pero eran capaces de convivir y reconocían la legitimidad del otro. Ahora eso no existe. El otro es el enemigo al que hay que convencer o destruir”.
De igual forma, el abuso de la norma, el personalismo y el manejo a su antojo de la Constitución y las instituciones es una estrategia de claro corte chavista. Hugo Chávez, tras ser derrotado en 2007 en un referéndum que buscaba legitimar su reelección indefinida, forzó la convocatoria de otra consulta, en 2009, para alcanzar lo que dos años antes había sido rechazado. Maduro, desde 2015, ha buscado de forma continua acabar con el único polo de oposición a su régimen, la Asamblea Nacional. Primero vaciándola de contenido y competencias gracias a una Sala Constitucional del Supremo controlada por el chavismo; y ahora convocando una Asamblea Constituyente que nace con el propósito de disolver el poder legislativo antichavista.
El futuro pasa por construir un proyecto de país consensuado por el chavismo y el antichavismo. Un proyecto que rescate la capacidad de diálogo de la época anterior a Chávez y que posea la preocupación social (pero sin clientelismo) que ha caracterizado al chavismo. Venezuela no será viable ni desde el elitismo de la IV república ni desde el populismo demagógico y autoritario de la V. Cualquier opción que se base en la exclusión conduce a prolongar la actual situación: la de un país dividido y enfrentado, con un Gobierno que legisla para una mitad contra la otra.