El tanquetazo: un plan de Patria y Libertad

Columna
El Mostrador, 18.06.2023
Juan Pablo Lira, embajador (r) y exdirector de la AGCID

Fui el primer chileno en enterarme y saber con absoluta certeza que efectivamente la intentona de golpe de esa mañana había sido instigada por Patria y Libertad, cuyos máximos dirigentes para evitar ser detenidos y juzgados optaron por asilarse en la embajada de Ecuador, entonces gobernado por el general Guillermo Rodríguez Lara.

Este 29 de junio se cumplen cincuenta años de la sublevación del Regimiento Blindado No2, más conocido como “Tanquetazo”, que fuera el presagio de lo que viviríamos 43 días después aquél 11 de septiembre de 1973.

Sobre el episodio que relataré he hablado, siempre en círculos cerrados. Sin embargo, medio siglo después creo llegado el momento de contar lo que recuerdo de ese día gris y frío como la mayoría de los del invierno santiaguino, además de oscuro y triste para el alma nacional, pues se había intentado por la vía insurreccional derrocar el gobierno democráticamente constituido.

Con algo más de setenta años y la certeza de que el tiempo no pasa en vano, quiero romper el discreto silencio guardado para que las nuevas generaciones conozcan el contexto de esta historia.

Sabido es y suficientemente probado está que desde antes que asumiera la presidencia del país Salvador Allende, en noviembre de 1970, los opositores contaron no solo con financiamiento y apoyo del empresariado nacional, sino también del gobierno norteamericano, lo cual ha quedado fehacientemente corroborado en la medida que se han ido desclasificando los archivos del Departamento de Estado y del Congreso del país del norte, además de lo que se nos recordara al cumplir 100 años recientemente Henry Kissinger, Secretario de Estado a la época.

Si bien el primer año del gobierno de la Unidad Popular fue de tranquilidad social y de un esperanzador crecimiento económico, con una marcada redistribución del ingreso, no puede decirse lo mismo a partir de finales de 1971. Se generó una conjunción de hechos que estaban lejos de ser fortuitos, todos urdidos por la oposición más extrema, llegándose en octubre de 1972 a una paralización del país, cuando el gremio de los camioneros para y hace un llamado a una huelga nacional con el propósito claro de provocar la total desestabilización del gobierno.

A la época era estudiante de Derecho en la Universidad Católica (facultad en la que nace el Movimiento Gremialista, semillero de la ultraderecha que apoyaría y sustentaría la dictadura de Pinochet), actividad que me ocupaba la mitad de la jornada, trabajando en el Ministerio de Relaciones Exteriores la otra mitad del tiempo, primero como administrativo, después como profesional, hasta que en julio de 1973 ingresé al servicio exterior por concurso público de antecedentes y oposición.

Como solía ocurrir por aquél entonces, me casé joven con tan sólo 22 años, con quién era la hija del embajador del Ecuador en Chile. Por ser mi señora hija única, visitábamos con mucha frecuencia a sus padres, quienes, atemorizados por la asonada de golpe de Estado de esa mañana del 29 de junio, nos invitaron a almorzar, mesa que compartimos con todos los funcionarios de la embajada a fin de comentar los acontecimientos y de paso tener mayor protección y seguridad.

Esa mañana, tipo 07:30 salí de mi casa para dirigirme al Ministerio de Relaciones Exteriores, que ocupaba el ala sur del Palacio de La Moneda. Tipo 08:15 de la mañana, mientras circulaba por la Avda. José María Caro bordeando el Parque Forestal, ya cerca del Mercado Central y de la Estación Mapocho, mientras escuchaba reportes de noticias por la radio que hablaba de un levantamiento militar, me encontré a no más de media cuadra de distancia con un tanque que maniobraba con rapidez y brusquedad.

Así constaté que, efectivamente se había sublevado el Regimiento Blindado N.º 2, al mando del teniente coronel Roberto Souper, quien encabezó una columna de cerca de veinte vehículos blindados, incluyendo tanques y cerca de un centenar de soldados, creyendo que sería seguido por otros regimientos de Santiago como del resto del país, lo cual no ocurrió.

Este oficial y sus subalternos enfilaron hacia el centro de Santiago alcanzando el Palacio de La Moneda, rodeándolo, al igual que al Ministerio de Defensa. Después supimos que, esta asonada había ocasionado la muerte de 22 personas entre civiles y militares.

Las fuerzas políticas que apoyaban al gobierno, la Central Unitaria de Trabajadores, la Iglesia Católica y otras relevantes entidades, hacen un llamado a conservar el Estado de derecho y a que se constituya una mesa de diálogo para así permitir que retorne la calma y la normalidad.

En paralelo, los partidos opositores al gobierno declaran que esta situación es consecuencia de los reiterados atropellos al Estado de derecho que -en su opinión- venía cometiendo el gobierno. Oportuno, para lo que viene a continuación, es recordar que de un lado y de otro del espectro político se habían conformado movimientos partidarios de la vía armada, poniendo en serio entredicho el estado de derecho y la vigencia de la democracia.

Menciono lo anterior, porque desde el gobierno se denunciaba reiteradamente de la preparación de un golpe de estado, instigado principalmente por un movimiento denominado Patria y Libertad.  Por ello, esta asonada también les fue atribuida a ellos, con la cruda diferencia que las acusaciones ahora sí resultaron ciertas.

Vuelvo a la residencia de mi suegro, el embajador del Ecuador.

Allí, terminado el almuerzo, los diplomáticos y los agregados se retiraron a las oficinas de la embajada para desde allí preparar y despachar los informes relacionados con los graves hechos ocurridos esa mañana.

Con mi señora permanecimos en la residencia. Si mal no recuerdo, a eso de las 14:00 hrs. el mayordomo le avisa a mi suegra, que, en el vestíbulo de la casa, había un grupo de cinco hombres, que, habiendo tocado el timbre, al abrirse la puerta irrumpieron introduciéndose en ella, exigiendo perentoriamente hablar con el embajador. El empleado les señaló que acababa de irse a la oficina, a lo cual le respondieron que ellos no saldrían de allí hasta ser recibidos por él.

Intrigado y sin sospechar de qué se trataba, bajé a conversar con las “visitas”, y cuál no sería mi sorpresa y estupefacción al encontrarme cara a cara, con el máximo dirigente de Patria y Libertad, Pablo Rodríguez Grez, quién ocupaba todos los días portadas de diarios y revistas. También estaba Benjamín Matte, figura política quién además era un alto dirigente de la Sociedad Nacional de Agricultura, y otros tres ciudadanos a quienes no identificaba. Me presenté, y les pregunté que se les ofrecía. La respuesta fue corta y clara:  estamos acá para pedir protección y asilo político me respondió Rodríguez Grez. Les expliqué lo que ya sabían, que el embajador no se encontraba, pero que me comunicaría con él de inmediato.

Los otros tres solicitantes de asilo eran, después lo supe: John Schaeffer, Manuel Fuentes, periodista que entiendo publicó un breve texto para relatar toda esta situación, y Juan Eduardo Hurtado.

De esta manera, fui el primer chileno en enterarme y saber con absoluta certeza que efectivamente la intentona de golpe de esa mañana había sido instigada por Patria y Libertad, cuyos máximos dirigentes para evitar ser detenidos y juzgados optaron por asilarse en la embajada de Ecuador, entonces gobernado por el general Guillermo Rodríguez Lara.

Con semejante “bomba política” entre manos, me preguntaba qué hacer. Cerca de las 16:00 con mi señora nos dirigimos al ala sur del Palacio de la Moneda, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores. No encontramos inconveniente para ingresar, fracasando en mi intento de reunirme con el Canciller Orlando Letelier, porque se encontraba en un Consejo de Gabinete. En cambio, en un solitario Ministerio fui recibido por el director general de Política Exterior. Esta autoridad, impactada por la información que le compartí, levantó el citófono presidencial y se comunicó con la secretaria del jefe de Estado, indicándole que tenía algo relevante que transmitirle al presidente y al canciller.

Me pidió que lo acompañara. Atravesamos el Patio de los Naranjos por un corredor que existe en el segundo piso y nos dirigimos a lo que yo suponía era el área en la que trabajaba el presidente. Calculo que eran las 17:00 o algo más tarde, porque se había convocado a una concentración de apoyo al Gobierno para las 18:00 en la Plaza de la Constitución, y los gritos y algarabía se escuchaban con mayor fuerza en la medida que avanzábamos y nos acercábamos al ala norte del palacio.

Hicimos una breve antesala, se abrió una puerta y el edecán nos hizo pasar. Me encontré de frente con el presidente Allende vestido de manera sobria, quien de manera muy amable nos invitó a tomar asiento.  Allí, le relaté lo ocurrido y de inmediato instruyó al Canciller para que cuando Ecuador oficialmente comunicara que en la residencia del embajador se encontraban los máximos jerarcas de Patria y Libertad, se le ofreciera un resguardo policial reforzado, y si dicho país les concedía el asilo, otorgar los salvoconductos del caso a la mayor brevedad. El presidente, me agradeció la información y agregó que ella era confidencial mientras las autoridades ecuatorianas no comunicaran oficialmente lo ocurrido.

Esta actitud de Allende me reveló en toda su magnitud la ética y sentido de Estado que tenía el presidente de la República, porque bien pudo usar tal información en su discurso, pocos minutos más tarde ante la plaza enardecida, develando lo que la muchedumbre intuía pero que él conocía con certeza. La ultraderecha había intentado derrocarlo. Se centró en cambio en realzar la lealtad a la Constitución de los tres comandantes en jefe que lo acompañaban en el balcón del palacio.

De esta manera finaliza esta premonitoria jornada golpista, que aun habiendo fracasado dejaba en claro que el cerco sobre la Unidad Popular se estrechaba y que los golpistas no cejarían en su propósito.  Todas las piezas del plan elaborado fueron calzando unas con otras, hasta aquél fatídico martes 11 de septiembre de 1973 en que es derrocado el presidente Salvador Allende, quien con dignidad y entereza ofrenda su vida en el propio Palacio de la Moneda.

Cuando en diciembre de ese año, tres meses después del cruento golpe de estado, soy exonerado del servicio exterior, entendí que el largo brazo del fascismo me había alcanzado y me estaba pasando la cuenta.

Los jerarcas de Patria y Libertad, una vez llegados a Quito después de permanecer asilados por aproximadamente diez días quedaron en libertad de abandonar el asilo.

Así, Pablo Rodríguez viajó a México; John Schaeffer y Eduardo Díaz lo hicieron a Brasil con el propósito de reunirse con militares de ese país y preparar su retorno a Chile; mientras, Benjamín Matte, Manuel Fuentes y Juan Eduardo Hurtado permanecieron en Quito hasta poco después del 11 de septiembre día del golpe que derrocó a Salvador Allende.

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