Embajadas flotantes en un siglo marítimo

Columna
El Mercurio, 27.05.2023
Juan Pablo Toro V., director ejecutivo de AthenaLab

Una de las funciones menos conocidas de las marinas es ejercer la diplomacia naval, es decir, su contribución a la política exterior del país, tarea que han cumplido prácticamente desde los tiempos de Atenas en adelante.

A diferencia de lo que ocurre con la función policial, que es evidente cuando se fiscaliza la pesca ilegal, o de la función bélica, que se manifiesta en las crisis y conflictos, la función diplomática tiende a ser menos visible porque ocurre fuera de las costas nacionales.

Primero que nada, es necesario entender que un buque no es solo un casco de acero capaz de desplazarse por sus propios medios, sino que es un pequeño pedazo del país que sale a surcar el mundo y llevar la bandera hasta los más remotos confines. Y como tal, todo lo que rodea a esa embarcación transmite un mensaje, tanto para socios como para potenciales adversarios.

En segundo lugar, es muy distinto el mensaje que se envía, por ejemplo, con un velero de instrucción (tradición marítima), que con una fragata con las últimas capacidades de ataque y defensa (disuasión). Todo dependerá de la audiencia a la cual se quiere impactar. En eso también es fundamental la presentación de la embarcación y, por supuesto, el grado de profesionalismo de su tripulación, que se mide, entre otros factores, en su capacidad de operar en coalición con otras marinas.

En tiempos de paz, se estima que la diplomacia naval adelanta "objetivos negativos", que consisten no en obtener una ganancia concreta en términos estratégicos, pero sí en evitar que al menos alguien piense en hacerlo. Aquí incluso cabe la mantención del statu quo como una meta razonable.

Las dos embarcaciones iraníes que atravesaron discretamente el Estrecho de Magallanes querían demostrar que son parte de una marina global y que no vive enclaustrada en el estrecho de Ormuz. En efecto, cruzaron el Indo-Pacífico. Otra cosa es que no muchos países los hayan querido recibir. En cambio, la decisión de Perú de enviar su velero BAP "Unión" a dar una vuelta al mundo a partir de junio tiene todas las probabilidades de convertirse en un éxito.

Ahora bien, la diplomacia naval no solo la hacen los buques, sino también las personas. El joven oficial chileno que está dando la vuelta al mundo en el portahelicópteros francés "Dixmude" por supuesto está contribuyendo a lo mismo.

En tercer lugar, es importante tanto mantener una presencia permanente en las áreas marítimas prioritarias para el país, como contar con la capacidad de asumir compromisos globales con marinas afines. Los próximos despliegues de portaaviones del Reino Unido, Estados Unidos, Italia y Francia en el Indo-Pacífico ofrecerán oportunidades únicas para hacer diplomacia naval, llevando la bandera hasta donde hoy se localizan nuestros socios comerciales y las rutas que ocupamos para movilizar las exportaciones.

En este sentido, la presencia de unidades nacionales no solo representará la voluntad de demostrar que el Estado está dispuesto a resguardar sus intereses nacionales, sino que además busca aportar a mantener en paz el orden internacional, tan necesario en estos días.

Finalmente, vale la pena recordar que aún estamos en el Mes del Mar, donde aparte de conmemorar gestas navales, debemos destacar el compromiso virtuoso del país con el mar a través de su historia, política, economía y cultura. Si el Pacífico es la plataforma que escogimos para conectarnos con el mundo, resulta pertinente apostar con seriedad por la diplomacia naval como instrumento clave de la proyección exterior del Estado de Chile.

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