¿Es Francia más racista que otros?

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Republica, 04.07.2023
Inocencio F. Arias, embajador (r) y columnista español

Los disturbios en Francia han ocupado mucho espacio en la prensa europea, bastante menos, aunque no poco en los medios de información estadounidenses.

Hay una considerable aceptación de un hecho: la policía, controlando el tráfico, indagando sobre cualquier actividad sospechosa es mucho más propensa a interrogar, detener, en ocasiones incluso a sobrepasarse en los interrogatorios con personas de raza árabe o negra que con los de la etnia blanca. Los paran unas tres veces más según estadísticas fiables. Lo que apuntaría a que los gendarmes franceses tienen poco que envidiar a sus colegas estadounidenses en su alegada propensión a culpabilizar a los negros de esto o aquello. La revuelta costosa parece que, con la ayuda de una cierta izquierda, va a ser un legado de la era Macron.

Se reabre así, de un lado, el debate de por qué los estallidos sociales con ribetes raciales son más acusados en Francia que en otros países europeos. ¿Por qué en Alemania los turcos, una minoría nutrida, o en Italia o en España los árabes, magrebíes etc… están mediocremente integrados en la sociedad mientras que en Francia parecen no mediocre sino totalmente inasimilables. Los jóvenes actúan especialmente irritados y en las fechas recientes no sólo se han visto multitud de chavales, de 15, 16 años insultando a todo lo francés, exaltando el islamismo en términos preocupantes, sino que ha habido un considerable número de ataques a edificios públicos incluso algo blasfemo en el país vecino, a escuelas y bibliotecas.

Los medios de información británicos remachan que autoridades y pensadores franceses deberían hacer examen de conciencia sobre por qué las reacciones ante un exceso policial son tan diferentes y, obviamente, el problema, de evidentes dimensiones dada la abundante emigración en Europa, ha entrado en la escena política. En Francia puede llevar agua al molino de la señora Lepen, en Alemania puede aumentar los votos para el partido Alternativa para Alemania, que en los sondeos ya supera a los socialdemócratas, y en Polonia, Hungría y hasta Austria los gobiernos que tienen políticas restrictivas salen fortalecidos (“nosotros llevábamos razón y ustedes son unos buenistas penosos”). Otra división en Europa.

La izquierda francesa jalea a los revoltosos, que ya han causado daños de más de 500 millones de euros, cifra no ridícula, y surge la seria cuestión no sólo del correcto tratamiento de las minorías de otras etnias o religiones sino del comportamiento de las brigadas juveniles aguerridas de estas. Entre nosotros, el tema entrará en los debates electorales de esta campaña ¿Nos sobran emigrantes? Yo diría que ciertamente no incluso que España no debe cerrar la puerta al que recale aquí por persecuciones políticas o religiosas, pensemos hasta en las mujeres que sufren humillaciones sexuales de cualquier tipo. Hay que acogerlas. No cabe, sin embargo, argumentar que las puertas deben estar abiertas de par en par, que el que llega en una patera por motivos económicos posee un derecho sagrado a quedarse aquí. No lo posee, ni tampoco en Estados Unidos donde el año pasado la policía detuvo a dos millones de personas en la frontera. Si Biden no hubiera actuado así se le hubieran colado doce o quince millones. Me quedo corto. Hay que ser comprensivo pero los que entran ilegalmente, allí y aquí, deben saber que son candidatos a ser deportados. Con corrección, pero deportados. Llegar en una patera cochambrosa no es título suficiente para asentarse en un país. Lo diga quien lo diga.

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