Espías e inmigrantes

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Republica, 29.11.2022
Inocencio F. Arias, embajador (r) y columnista español

La prensa sueca da cuenta de la detención de una pareja rusa ya talludita, cercanos ambos a los 60 años, que parecen ser espías durmientes al servicio de Rusia. Llegados hace más de 30 años al país nórdico se naturalizaron una década más tarde. Montaron empresas y los servicios tributarios de aquel país descubrieron que una de las sociedades que poseían basada en Malta pertenecía nada menos que a un ruso tildado de espía por los servicios de inteligencia de varios países occidentales. Ahí surgieron las sospechas suecas. La policía montó una operación cinematográfica, de madrugada y con ayuda de helicópteros, para detener a los sospechosos antes de que pudieran destruir pruebas. Por supuesto que la portavoz de Exteriores rusa ha pregonada que esto es “un ejemplo de la histeria antirrusa que existe hoy en Occidente”.

Las autoridades de Suecia tienen la impresión de que Rusia anda un poco corta de espías porque un cierto número de sus diplomáticos ha sido expulsado de Occidente a raíz de la invasión de Ucrania. Se cree que en la guerra fría en los sesenta y setenta uno de cada tres diplomáticos soviéticos en el exterior se dedicaba a labores de inteligencia. El porcentaje debe haber bajado, no sabemos si significativamente dado el pasado de Putin, y parece haber llegado el momento de despertar a los espías que dormitaban bajo diversas apariencias en países en conflicto con Rusia. Suecia es un blanco apetecible dado que está suspirando por entrar en la OTAN y sólo las trabas del turco Erdogan han frenado por ahora su ingreso.

El incidente de Suecia, cuya policía estuvo informada por el FBI, trae de nuevo a colación el tema y problema de los inmigrantes indeseados en muchas naciones por razones de seguridad. La revista yanqui The New Yorker narra en un reciente artículo los sinsabores de jóvenes rusos que huyen de ser movilizados por Putin y que esperan, muchos centenares, obtener permiso de entrada en la frontera mejicano-estadounidense. Algunos de ellos han sido ingresados en centros de inmigración yanquis, que algunos de los defensores de derechos humanos estadounidenses consideran casi prisiones con interrogatorios frecuentes, dilaciones para conceder la papeleta de entrada, etc…

Esto nos trae varios interrogantes. ¿Cómo la odisea de estos hombres no causa reacción en la opinión pública rusa y, si la produce, por qué provocará un revulsivo anti-estadounidense y no anti-Putin, que es el que ha ordenado la movilización para algo que nadie ni siquiera puede llamar guerra porque le costará la cárcel?

¿Es anómalo que Estados Unidos, a la vista del caso sueco y otros semejantes, intente cribar a quien entre en el país, para que dentro de mil admitidos no haya unos cuantos, diez y somos prudentes en el cálculo, que se convertirán en espías dormidos para actuar peligrosamente el día de mañana?

¿Podemos nosotros estar seguros de que entre cien marroquíes que nos lleguen en pateras no habrá tres enviados por los servicios de inteligencia de Rabat?

Hay muchos ejemplos que muestran que esta infiltración ocurre. En España hubo uno curioso que viví: en un sarpullido cubano en el que en momentos de descontento varias embajadas, entre ellas la nuestra, tuvieron que acoger una primera oleada de personas que querían huir del paraíso castrista, hubo en nuestra Representación una segunda oleada de media docena de sujetos que eran en su totalidad elementos de la policía cubana. Colocados para saber lo que decían y planeaban los revoltosos o quizás para colarse en cualquier país que los acogiera.

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