Gobierno de colisión

Columna
El Confidencial, 03.02.2021
Jorge Dezcállar de Mazarredo, Embajador de España, ex director nacional de 
inteligencia y columnista
A UP le falta tradición democrática para saber que un Gobierno de coalición no son dos gobiernos en uno sino solo uno, y que los socios se deben lealtad mutua en su respaldo al programa pactado

Se suele decir que lo que no es invención es plagio, y me lo aplico porque el título de este artículo se lo oí a un amigo que a su vez lo había leído en algún sitio que no recordaba. Pero me parece una acertada descripción de la realidad.

Las cuestiones en que los socios del actual Gobierno están en desacuerdo son numerosas, todas las semanas hay alguna y están en la mente de todos, y solo me concentraré como ejemplo en su desavenencia en torno a la monarquía y al mensaje navideño de Felipe VI, que no creo que haya sorprendido a nadie, pues se trataba de un desacuerdo previo al discurso del monarca, ya que sus palabras eran lo de menos y lo que importaba por parte de Unidas Podemos (UP) era mostrar su desacuerdo con lo que el Rey dijera, forzando al PSOE a salir en su defensa para no abrir otro melón y no complicar aún más la estabilidad institucional, y menos aún cuando se trata de algo irresoluble a corto plazo por falta de votos para retocar la Constitución.

Porque no es posible hacer con ella otro desaguisado como el cometido con la reforma de la Ley de Educación por la ministra Celaá, que al margen de sus aciertos y errores, pasará a la historia como una reforma más, otra más, porque incurre en el mismo defecto que la media docena de leyes de educación perpetradas hasta la fecha, que consiste en dar al problema un enfoque ideológico partidista que durará lo mismo que tarde la oposición en llegar a la Moncloa... para volver entonces a empezar. No se enteran de que lo que el país pide a gritos es un acuerdo que ponga fin a tanto vaivén como sufren estudiantes y maestros, que luego se refleja en los pobres resultados obtenidos.

Unidas Podemos no entiende lo que es un Gobierno de coalición en el que es el socio menor, le falta tradición democrática para saber que un Gobierno de coalición no son dos gobiernos en uno sino solo uno, y que los socios se deben lealtad mutua en su respaldo al programa pactado. Y lavar la ropa sucia en privado. O a lo peor lo sabe, pero no le importa porque quiere evitar el desgaste que acompaña a todo gobernante en tiempos de crisis con la esperanza de que lo sufra su socio de gobierno y así poder superarle un día en las urnas como líder de la izquierda. De la verdadera izquierda y no de la que representan unos socialistas que en su opinión están vendidos a los poderes económicos.

UP quiere disfrutar de las ventajas de estar en el Gobierno, pero no de sus inconvenientes, quiere ser a la vez Gobierno y oposición. Malos compañeros de viaje se ha buscado Pedro Sánchez, que debe pensar que con amigos así no necesita enemigos. Para superar un día a los socialistas, UP debe distanciarse del PSOE buscando el aplauso fácil de la calle sobre la ardua tarea de gobernar, y por eso propone medidas populistas sin que importe si las cuentas salen o no, o mejor aún si no salen, porque de lo que en el fondo se trata es de dinamitar el régimen constitucional de 1978, que también desprecia y en cuyo nombre cogobierna. Suena kafkiano, pero es así.

No es novedoso que la retórica del marxismo-leninismo apoye las nociones de lucha y contradicción en el sentido hegeliano de que el conflicto precede a la síntesis, y de que las tensiones internas dentro de la sociedad son deseables porque pueden desembocar en resultados positivos para el cambio que se propugna. Igual que saben que 'socializar el sufrimiento' también les sirve. Por eso es previsible que en los meses próximos se agudicen las tensiones dentro del Gobierno en torno a problemas como las pensiones, la reforma laboral, el salario mínimo, el tratamiento de los líderes catalanes presos, los desahucios, el precio de la luz, la política territorial o la económica... No serán tensiones inocentes, porque aquí lo que menos importa son las diferencias aunque las haya, lo que importa es la estrategia.

Por eso, a UP y sus compañeros de viaje les tiene sin cuidado lo que el Rey diga o deje de decir, porque desde su punto de vista nunca tendrá razón. Como dijeron sus amigos de Esquerra Republicana de Catalunya, el único discurso del Rey que interesa oír es aquel en el que anuncie el fin de la monarquía, en la misma lógica antidemocrática que alumbra el yo me reúno con usted siempre que sea únicamente para hablar sobre cómo darme la independencia. Porque si el debate se plantea en esos términos, no hay discusión posible, sino intento (vano) de imposición por parte del más débil, y eso no suele funcionar y acaba siendo un ejercicio muy frustrante para quienes lo proponen y para los que se dejan engañar.

Además, el Rey habló de unidad, de Constitución y de que nadie está por encima de la ley, y esas son tres cosas con las que UP e independentistas no pueden estar de acuerdo: no quieren unidad, sino división, para poder ser cabeza de ratón en lugar de cola de león; no quieren la Constitución, porque es el marco del mayor periodo de convivencia civilizada de nuestra historia con el que desean acabar para poner en su lugar no se sabe muy bien qué, y si los hechos atribuidos al Rey emérito se someten a la ley como los de cualquier otro hijo de vecino, eso les quita una extraordinaria herramienta de demolición contra el sistema. Por eso se oponen y por eso critican el discurso real.

No hay que dejarse engañar, porque el debate no es entre monarquía y república, sino entre democracia, que la monarquía puede garantizar perfectamente como bien muestran los países nórdicos, y los que la quieren socavar para poner otra cosa (bolivariana o lo que sea) y que con su comportamiento motivan la aparición de 'salvadores de la patria en peligro' procedentes de la derecha cavernícola, a los que nadie ha llamado, y que para mayor escarnio pretenden apropiarse de la institución y le hacen de este modo un flaco servicio. Porque la monarquía no es de derechas ni de izquierdas, ni puede serlo, es de todos, se justifica por su utilidad como garante de nuestra democracia y tiene una exigencia de ejemplaridad que fue, precisamente, lo que Felipe VI se vio obligado por su padre a recordar, y hay que reconocer que no le tembló el pulso al hacerlo.

Es triste que en momentos tan complicados como los que vivimos, con una pandemia que cuesta muchas vidas y con una crisis económica que cuesta muchos empleos, los políticos crispen el ambiente y creen problemas en lugar de resolverlos, que es para lo que les votamos y les pagamos todos los meses de nuestros flacos bolsillos. Arrimen de una vez el hombro y den ejemplo, que ya es hora. Y dejen de inventar problemas que a la ciudadanía le traen al fresco (según el CIS, el debate monarquía-república preocupa al 0,3% de los ciudadanos) para avanzar en sus estrategias de poder u ocultar sus carencias y su incompetencia en resolver los asuntos que de verdad quitan el sueño a los españoles. Por eso también, señores políticos (incluidos, por supuesto, los de la oposición), preocupan ustedes casi tanto como el virus o el paro. Deberían avergonzarse

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