Guerra comercial: Juego de tácticas y fintas

Columna
El Líbero, 27.08.2018
Enrique Subercaseaux, ex diplomático y gestor cultural

Siempre que se suscita un gran tema con la República Popular China, las interpretaciones son múltiples. Generalmente en el análisis se da la búsqueda de explicaciones alambicadas, en vez de mirar  la simple realidad. Cuando a la ecuación se añade Estados Unidos, se trata ya de una combinación explosiva y susceptible al gran debate. Todos opinan, como ya es una norma en la época de la comunicación polifónica. Pero pocos entienden los verdaderos trasfondos. Se confunden planos, verdades, mentiras, y el gran producto comunicacional de nuestra época: la “pos-verdad”.

Son China y EE.UU. las dos superpotencias del siglo XXI. Hay otras naciones emergentes, o potentes (India y Rusia, por ejemplo), pero cuya entidad viene dada más por su historia, rica cultura o complejo presente. Pero son sólo estas dos las que proyectan poder hacia el interior y lo ejercen más allá de sus fronteras y respectivos continentes. Con un matiz, claro.

Los EE.UU. de Trump tienen una vocación ombliguista. Es decir, tratan de ser fieles al dictado de “Make America Great Again”, lo que conlleva poner orden a los múltiples problemas internos de ese gran país. Y también jugar en un tablero donde la opinión publica está empoderada como nunca y fraccionada en un multicolor crisol de tendencias y matices. Esto último no es menor. Baste recordar que  Washington perdió la guerra de Vietnam por secretaría, y sus múltiples renuncias en el Medio Oriente han sido por presión de la opinión pública. En algunos casos sólo latentes (retiro de Somalía, por ejemplo).

China, en cambio, es una superpotencia de relativo presente, y, por lo tanto, mucho de su accionar viene revestido de un nacionalismo con pocas fisuras, que le da más coherencia a su mensaje, a su “soft-power” y a su manejo en la mesa de negociaciones. Que además favorezca mayoritariamente la diplomacia silenciosa es un gran plus a su posición hegemónica. Es decir, proyecta y domina a través de presencia y discurso, mientras que la postura de los EE.UU. se presenta fraccionada por el corte republicano/demócrata, además de otras variables psicosociales.

Es cierto que China ha avanzado mucho en el proceso de sofisticar su flujo comercial y de inversiones. Falta todavía que comience a ejercer la influencia financiera (cosa que está sólo en el horizonte de mediano plazo). Pero este proceso se ha dado sólo desde mediados de la década de los 90, cuando accedió a la OMC como miembro pleno. Es decir, ha atravesado por un largo, y complejo, proceso de aprendizaje y adaptación. Pero, ciertamente los resultados han sido sorprendentes.

Que sea un país “altamente” proteccionista es relativo. Las líneas aéreas chinas son los mayores consumidores del mundo de aviones de “aerolínea”. Puntales tanto para Airbus y Boeing. Una revisión a las listas de importación de ese país encuentra una variedad asombrosa de productos, provenientes de los cinco continentes. Y ha evitado, por ejemplo, subsidios demasiado significativos a su sector agrícola, como sí tiene la Unión Europea. Para los vinos y frutas chilenas, por ejemplo, es más fácil ingresar a China que a Europa… o Japón. Hay gran presencia de inversiones de los EE.UU. en China. Y eso que éstas comenzaron sólo en la década de los ochenta. No sólo alta tecnología, sino que bienes de manufactura, agricultura y servicios, donde me parece interesante singularizar aquellos que dicen relación con la educación superior. La proporción de estudiantes chinos en los posgrados científicos de las principales universidades de los EE.UU. (así como Japón, Australia y Unión Europea) es la más alta de todas, lo que crea lazos tangibles e intangibles mucho más significativos que lo que los gráficos y estadísticas económico-comerciales puedan sugerir.

Es decir, analizar esta guerra comercial a partir de estadísticas da una visión unidimensional a un problema complejo que requiere perspectivas diversas. Algunos puntos a considerar: Primero, estos dos países se disputan un espacio de poder en el área asiática y, como extensión, en el mundo entero. Y segundo, hay una inmensa agenda de temas de “intercambio” entre ambas naciones, que responde a un diseño histórico de Zhou en Lai y Henry Kissinger, en los años setenta: complejizar la agenda y aumentar el número de actores, con el propósito de no depender de los canales “oficiales” exclusivamente, para así amortiguar los necesarios altibajos en las relaciones políticas. Esto demostró particular eficacia en la década de los noventa, post Tiananmen, durante la cual, a pesar de las tiranteces de la relación política formal, se pudo trabajar en la rica agenda de integración comercial y de educación. (La lectura del libro de H.Kissinger: “On China” es particularmente esclarecedora en este punto). Por lo mismo, hay muchas acciones que Beijing tomó “a favor” de los EE.UU. en Asia, con el objeto de descomprimir situaciones, ampliar las “zonas de confort” entre ambas potencias, etc. Dos ejemplos de ello han sido la diplomacia China para acercar a Corea del Norte a la mesa de negociaciones (una situación win-win que se transformara en clásica) o, últimamente, el respaldo irrestricto al libre comercio por parte de Xi Jinping y el Gobierno Chino y su proceso, en curso, que incluye  mayores lazos comerciales y políticos con un amplio abanico de naciones. Acciones como la “iniciativa de la Ruta de la Seda (en su variante terrestre y marítima) no pueden, a la larga, más que afirmar los flujos comerciales, de inversión y, así, aumentar la influencia benigna de la “libertad para emprender”.

Parece que, al final, ha sido China la que se ha tomado más a pecho la necesidad de expandir los horizontes de libertad, al menos en términos económico-comerciales.  Supongo que no será este aspecto (de alguna manera homologable a la proyección incontestada de soft-power) lo que molesta a los EE.UU. Trump (ya que no sus mandantes) probablemente se beneficien en términos electorales de la presente guerra comercial, Pero, después de noviembre, las cosas debieran volver a su cauce, ya que será la sociedad americana la más afectada. Y los movimientos de opinión pública son capaces, ayer y aún mas hoy, de moldear políticas a su beneficio.

Si nos detenemos a pensar… los consumidores del mundo son mucho más dependientes de la producción china que lo que imaginamos. La comunicación telefónica y digital, en pocos años, será principalmente china. Ya es principalmente asiática. Y las naciones de ese continente ya han aprendido los beneficios de trabajar en equipo. En el caso de Corea de Norte-EE.UU., fue al menos media docena de naciones asiáticas que participaron activamente facilitando y negociando en el proceso que llevó a la cumbre en Singapur. Probablemente después de esta batalla, la lección se aún más clara, y aprehendida con aún mayor fuerza.

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