Columna Diario Constitucional, 09.08.2024 Samuel Fernández Illanes, abogado (PUC), embajador (r) y profesor (U. Central)
Ha quedado claro: Maduro no piensa dejar el poder. Ni el triunfo comprobado de la oposición, las protestas, reclamos, ira contenida, sanciones, o la presión regional y de otros países, tendrá algún efecto por ahora. Tampoco es él quien decide. Hay un sistema mucho más amplio que funciona como un cerrojo y que aplica un diseño bien planificado, suficientemente conocido y utilizado en tantas dictaduras que subsisten en el mundo, y que no son pocas lamentablemente. Hace ya 25 años que Chávez decidió emplearlo y por 11 años continúa con Maduro. Es la cara visible mientras sea útil, supeditado a una nomenclatura de mucho mayor alcance. Sus amenazas e insultos muestran más debilidad que poder real. Resultan predecibles y repetitivos.
Etapa por etapa se apropiaron de todos los poderes del Estado. Si se controla el poder ejecutivo, el parlamento, el judicial, el electoral, los medios de comunicación, la producción, la más alta jerarquía militar y policial, son privilegiados y pagados generosamente, y además el sistema se apoya en una represión omnipresente, el diseño funciona. Su base está en el miedo, en el cansancio de la población e impotencia de los oponentes. Todo lo demás, sólo son consecuencias previsibles que se pueden controlar. En Venezuela está siendo implementado según el modelo de Cuba, que ahí está, detenida en el tiempo hace más de sesenta años, a pesar de una crisis congénita y falta de recursos. Venezuela debería ser muy rica y próspera. Lo fue, pero se malgastó, y el deterioro crece visiblemente. Lo que queda de la potencialidad petrolera, no crea riqueza y parece estar condicionada a un mar de deudas impagables en la actualidad.
A lo anterior, se puede añadir la corrupción, la violencia delincuencial, el funcionamiento de organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico y otros ilícitos. Se ha comprobado que son capaces de operar más allá del país creando lazos con otras similares en la región. En Chile las conocemos y están presentes. Resulta sumamente perjudicial para los casi ocho millones de venezolanos que han debido emigrar, no porque lo deseen, sino forzados ante la situación del país, la falta de oportunidades, y las persecuciones. Un drama humanitario enorme, no visto en Latinoamérica en tan corto tiempo. Los expertos vaticinan que podría aumentar.
Hay que agregar que el régimen venezolano los ha privado de toda atención consular, sin documentos ni antecedentes comprobables, y sin los trámites indispensables para obtenerlos. Ya son siete los países donde el régimen retiró todo su personal diplomático o consular, y podrían sumarse otros que no reconozcan el fraude electoral cometido. Están abandonados y crean un problema adicional a las autoridades de los países que los reciben. Igual suerte corren los nacionales de los respectivos países en territorio venezolano. Quienes generosamente queden a cargo “de los intereses”, seguramente continuarán limitados por la carencia oportuna de la respectiva documentación original venezolana. Una política demostrada desde hace largo tiempo y utilizada maliciosamente, para dificultar toda la regulación migratoria, así como para impedir de manera escandalosa que pudieren ejercer su derecho a votar en las elecciones. Fueron considerados opositores. Otra irregularidad flagrante del proceso.
En vista del repudio creciente en el continente americano, con la excepción de los incondicionales como Cuba, Nicaragua, Bolivia y algún otro, que no son precisamente quienes podrían auxiliar a Venezuela en nada, salvo en el apoyo político o ideológico. En el pasado fueron quienes recibieron su abundante ayuda la que ahora se cobra en reciprocidad. El resto de la región se divide, con matices, entre los que ya han definido su posición contraria, quienes han reconocido a Edmundo González como triunfador y presidente legítimo, y aquellos que exigen las actas de votación oficiales para reconocer a Maduro. Así, le conceden un tiempo adicional para sofocar todo levantamiento, perseguir y eventualmente encarcelar o expulsar al propio González o a Corina Machado, la figura principal hoy obligada a estar refugiada, pero en la mira del régimen. También queda la posibilidad de que se vean obligados a buscar asilo, y no sería extraño que la expulsión de los representantes y la ruptura de las relaciones diplomáticas ejecutadas no sólo buscó una represalia a los que pusieron en duda la elección, sino que también, impedir cualquier intento de asilo diplomático de Edmundo González, Corina Machado, y otros líderes opositores.
En toda esta trama de posiciones y reacciones, hay un elemento de trascendental importancia para Venezuela y Latinoamérica. Ha sido mencionado, pero no suficientemente profundizado. Se trata del inmediato reconocimiento a Maduro por Rusia, China, e Irán. El régimen los ha cultivado desde hace largo tiempo, con visitas vistosas y declaraciones altisonantes. No han sido ninguna excentricidad ni mucho menos simple cortesía. Se ha seguido igualmente lo aconsejado por el manual del diseño: Si en la región no soy apreciado y tengo contrarios, hay que buscar otros Estados, y a más grandes e importantes sean, mejor. Tampoco es una novedad, pues en otras circunstancias y otra época lo hizo Cuba con la Rusia Soviética, y desafió al propio Estados Unidos. Conocemos el desenlace, los grandes terminaron por entenderse y Cuba sigue igual. Esta vez hay otros objetivos y Venezuela puede ser muy apetecible, no solo por sus reservas energéticas y deudas impagas de tanta ayuda pasada, sino del punto de vista estratégico.
La región representa un área de alto interés para las tres potencias por diversos motivos. Para Rusia, sancionada y con una agresión a Ucrania de dos años y medio, todavía indefinida, son apoyos visibles. Para China, con grandes inversiones en Latinoamérica, es un lugar importante para su diversificación económica y política de largo plazo. Y para Irán, poco presente comparativamente, se abre una oportunidad no sólo para sus relaciones, sino para posibles actividades de influencia religiosa. No son pocos los países que lo han advertido, y que alegan responsabilidad iraní en los atentados que han sufrido. Para Estados Unidos, aunque esté tan enfrascado en su elección presidencial, ciertamente que le importa y mucho. Irán es un actor de primera línea en Medio Oriente, y un enemigo declarado de Israel, que apoya los movimientos extremistas islámicos, su principal peligro y preocupación. El poder ampliar Irán su campo de actividades en Latinoamérica, vía Venezuela es una ocasión irrepetible.
La estrategia venezolana no está exenta de riesgos más amplios. Su complicidad con Rusia, China e Irán, la inserta en un escenario mucho mayor a sus reales capacidades. Arriesga atar su suerte a la de los grandes, pasando a ser irrelevante. Un campo internacional que no es el de Maduro, y puede comprometer su intransigencia.