La clarividencia de Tony Blair y la fractura de los partidos abiertos

Columna
El Confidencial, 12.07.2016
Fareed Zakaria
  • Si la historia acaba recordando al político solo por la guerra de Irak sería una tragedia. Fue el primero en apuntar que la división ya no es entre izquierda y derecha sino entre apertura o cierre
Tony Blair estrecha la mano de un ciudadano durante un evento en la Universidad del Ulster en Londonderry, Irlanda del Norte, el 9 de junio (Reuters)

Tony Blair estrecha la mano de un ciudadano durante un evento en la Universidad del Ulster en Londonderry, Irlanda del Norte, el 9 de junio (Reuters)

Si la historia acaba recordando a Tony Blair solo por su apoyo a la guerra de Irak, sería una tragedia. El ex Primer Ministro británico ha sido uno de los líderes políticos más importantes de su generación, que sacó a la izquierda del ostracismo y ayudó a dar forma al mundo de la posguerra fría. Sigue siendo notablemente clarividente en cuestiones políticas. Hace una década, empezó a explicar que la división política más significativa del futuro no sería entre izquierda o derecha, sino entre apertura y cierre.

Para entender esa noción -sobre la que han escrito también de forma inteligente David Brooks y Alec Ross- hay que mirar lo que ha sucedido en el Partido Republicano. El Viejo Gran Partido, como se le conoce en EEUU, se ha dividido no en una falla entre derecha-izquierda, sino en una entre abierto y cerrado: entre aquellos que apoyan el libre comercio, la inmigración y el dinamismo tecnológico, y aquellos a quienes les preocupan esas fuerzas. Las encuestas muestran que ahora los Republicanos están más en contra del libre comercio que los Demócratas.

Esta fractura abierto-cerrado también ha producido fisuras en partidos de izquierda. El Partido Laborista del Reino Unido está amargamente dividido entre su ala abierta, Blairista, y sus cuadros cerrados de la vieja izquierda. El Partido Demócrata de EEUU ha experimentado el auge de Bernie Sanders, aunque sigue relativamente unido.

Muchos ven las elecciones de noviembre en EEUU comouna extraña anomalía, una excepción. Pero podría ser el heraldo de una realineación política, con el Partido Demócrata representando cada vez más a las élites tecnocráticas, a los profesionales con educación universitaria, a las mujeres trabajadoras y a las minorías, todos con una abierta orientación hacia la globalización. Los Republicanos se están convirtiendo en el partido de los distritos rurales, los trabajadores no cualificados y los hombres blancos de edad avanzada y baja educación, que apoyan un sistema cerrado de controles sobre el comercio, la inmigración y tal vez incluso la tecnología.

Para aquellos de nosotros que creemos en la apertura, parece obvio que la respuesta a nuestros problemas no es erigir barreras al comercio y la inversión. Vivimos en una economía mundial altamente interconectada, con cadenas globales de suministros. No podemos revertir esas tendencias. La mayoría de los productos “estadounidenses” hoy son en realidad obtenidos, hechos y montados en muchos otros países. Aplicar nuevas tarifas a uno o dos países -México y China- no traerá de vuelta el empleo a EEUU. Lo enviará a Perú y Vietnam.

Pero, ¿cómo responder a la preocupación -muy real- de que el libre movimiento de capitales, bienes, servicios y personas no ha beneficiado al trabajador norteamericano medio?

La respuesta puede encontrarse en una investigación de Edward Alden y Rebecca Strauss, y un equipo de la Escuela de Negocios de Harvard. Señalan que la posición relativa de la economía estadounidense en realidad ha mejorado en los últimos años. Más de la mitad de las 100 principales empresas del mundo son ahora estadounidenses, y aquellas que dominan la era digital -Google, Facebook, Amazon- son casi todas americanas. Pero los EEUU no ha investido ni de lejos lo suficiente en sus trabajadores -sus capacidades, educación, infraestructura y acceso al capital- para que puedan prosperar junto a las grandes corporaciones del país.

Por ejemplo, Alden y Strauss señalan que el Gobierno de EEUU gasta una suma ridícula en proporcionar una segunda formación a antiguos trabajadores y medidas relacionadas: un 0,1% del PIB, comparado con el 0,8% en Alemania y un asombroso 2,3% en Dinamarca. Los EEUU gastan mucho en educación, pero de forma ineficiente y sobre todo en niños ya ricos y bien preparados. Las infraestructuras son malas y el transporte público peor, de modo que los trabajadores no se pueden mover fácilmente a nuevos trabajos. Este tipo de inversiones permitirían a los trabajadores estadounidenses percibir su cuota de prosperidad de la economía general.

Una política inteligente de cara al futuro debería priorizar estar “abierto y armados”, dispuestos a competir en una economía global y equipados con un afilado bagaje de herramientas y formación. Requeriría un conjunto de programas gubernamentales bastante más ambiciosos. Necesitaremos una nueva formación a escala masiva, disponible para cualquier trabajador o trabajadora en cualquier momento de su carrera. Cualquiera que trabaje a tiempo completo debería ganar un salario decente. La forma más simple de implementar esto es la política, de retorcido nombre pero asombrosamente eficaz, llamada crédito impositivo por ingresos recibidos, por el que el Gobierno completa los salarios de cualquiera que trabaje a tiempo completo. Tal vez con el tiempo incluso necesitemos una renta básica universal, para reemplazar un estado del bienestar desfasado e ineficiente.

Sanders ha dicho a menudo que los EEUU deberían mirar a países como Dinamarca y Suecia e imitar sus políticas económicas. Es una buena idea. Pero tal vez no se ha dado cuenta de que todos los países escandinavos destacan en el libre comercio, de hecho tienen puntuaciones más altas en libertad comercial que los EEUU según el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage. Todos reciben a inmigrantes de forma generosa. Suecia incluso tiene un porcentaje más alto de nacidos en el extranjero que EEUU. Pero estos países combinan su apertura con políticas fuertes y efectivas que dan a sus ciudadanos las capacidades, el capital, la infraestructura y el espacio vital que necesitan para tener éxito en el mundo. Los países de Escandinavia son más abiertos que EEUU, y están mucho mejor armados.

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