La fascinante historia de un infiltrado danés en Corea del Norte

Reportaje
14ymedio, 21.02.2021
Rosa Pascual
El documental reúne pruebas de los negocios criminales de Pyonyang recogidas por un falso admirador de la dictadura

El Infiltrado está disponible por el momento en la plataforma española Filmin y las cadenas públicas nórdicas y británica.

Ulrich Larsen es un James Bond de andar por casa. Sin traje ni Martini, ha protagonizado una de las historias de espías más rocambolescas que se han visto en pantalla recientemente. Solo que aquí todo es real. Este joven danés, cocinero prejubilado por enfermedad, se infiltró durante diez años en la dictadura más opaca del mundo, Corea del Norte, para conseguir pruebas de sus turbios negocios y lo logró. Con nota.

Su hazaña la recoge Mads Brügger, cineasta danés y cabeza pensante de The Mole (El Infiltrado) que acaba de aterrizar en la plataforma española de cine independiente Filmin. El autor ya había firmado un documental previo, The Red Chapel, para el que empotró a dos cómicos en una compañía teatral norcoreana con la excusa de hacer un intercambio cultural y que en realidad se burlaban de la dictadura asiática, razón por la que tiene más vetada aún que el resto de los mortales la entrada en el país.

Pero Brügger no tuvo bastante. Su aspiración era documentar con pruebas el carácter criminal del régimen de Pyongyang. Larsen le llegó caído del cielo. De pequeño había visitado la República Democrática de Alemania y quedó impresionado. Más tarde vio The Red Chapel y contactó con su autor porque tenía la pulsión de involucrarse en algo gordo. El cineasta le fue franco: "No puedo pagarte". Pero a Larsen no le importó. Su compromiso fue creciendo a medida que iba medrando en los círculos afines a la dictadura.

Los dos capítulos de 60 minutos en que se divide la serie relatan una odisea, a ratos cómica por lo increíble, narrada fundamentalmente a partir de la cámara oculta que portó Larsen empotrada en su pecho durante diez años. Brügger convoca a una exagente de los servicios de inteligencia británicos (MI5) para interrogar a Larsen sobre su experiencia y construir así el hilo narrativo.

El exchef comienza relatando su entrada en la Asociación danesa de Amigos de Corea del Norte y cómo su compromiso con la causa lo hace medrar en tan diminuta organización. En su primer viaje a Pyongyang conoce al excéntrico español Alejandro Cao de Benós, hombre fuerte de las relaciones exteriores y la propaganda de Corea del Norte, que no tarda en poner los ojos sobre él. Su juventud puede suponer una innovación frente a los vetustos seguidores del régimen en Escandinavia, así que asume más responsabilidad ocupándose de toda la región.

Larsen se gana sorprendentemente rápido la confianza de Cao de Benós hasta el punto de que, por fin, llega donde deseaba. Apartándose de las habituales denuncias por las violaciones de derechos humanos en Corea del Norte, el infiltrado logra un ángulo novedoso: poner negro sobre blanco el negocio de tráfico de armas de la dictadura. Aquí entra en escena el tercer hombre de este juego de espías: Mr. James, un millonario que se finge interesado en invertir en Corea del Norte y al que Larsen lleva a Pyongyang a escuchar las propuestas del Gobierno.

La penetración del infiltrado en el sistema es ya tan exitosa que incluso le permiten hacer varias filmaciones a cámara descubierta creyendo que serán destinadas a la propaganda, por eso se capta con total deleite el momento en que representantes del Estado firman un contrato multimillonario con James para la fabricación de metanfetamina y armas de todo tipo. El acuerdo implica la construcción de una planta en territorio extranjero (Uganda) para la manufactura, por lo que los topos viajan hasta una isla en venta en el Lago Victoria al alcance de cualquiera que quiera desembolsar el módico precio de 5 millones de euros.

Los ugandeses, a cambio, se comprometen a desalojar a la población autóctona a la que antes han engañado haciéndole creer que James está allí para construirles un hospital. Ese es probablemente el momento más duro de la cinta, cuando los infiltrados aseguran sentirse realmente mal ante el cariño mostrado por unos habitantes que creen que esos hombres están allí para ayudarlos mientras la "realidad" es que van a hacer un complejo turístico que, en su sótano, construirá armamento de toda índole. Eso, a ojos de Pyongyang. Lo cierto, claro, es que jamás harán nada.

La trama (y la vida) se van complicando a partir de este punto; tanto, que fue así como entraron en la producción la BBC británica y las televisiones públicas de Noruega, Suecia y Dinamarca.

Corea del Norte sugiere aprovechar para garantizar el suministro de armas al régimen sirio, una costumbre de larga data, lo que requiere una reunión en Pekín. Cao de Benós introduce una nueva variable: triangular envíos de petróleo desde Jordania. Mr. James debe pagar por el combustible y el importe se deducirá de los negocios de armas. El magnate requiere conocer al jordano, para lo que vuela con Larsen hasta Oriente Medio a firmar un contrato, no sin antes asistir perplejo a las explicaciones de cómo esconder los cargueros de los radares internacionales y hacer cambios de bandera sobre la marcha. "Si tiene dinero, tiene todas las puertas abiertas", sonríe el traficante.

Contratos firmados y videos que muestran a funcionarios y empresarios del régimen y mafiosos millonarios traficando con armas son el resultado de los diez años de trabajo de un Larsen que en los últimos minutos de metraje se debe enfrentar a las dos peores situaciones del fin de su empeño, con el director a su lado como apoyo: confesar la mentira a Cao de Benós y a su esposa.

El catalán, que en España siempre ha sido visto como un personaje ridículo y caricaturesco, acumula tanto poder que firma contratos en nombre del Estado y se revela como un auténtico villano peligroso al que temer y que, en algunos momentos de la trama, llevan a sudar y marearse al infiltrado. Tras el estreno de la serie, ha hecho público un comunicado en el que niega cualquier implicación en negocios de armas o drogas, sostiene que sus cargos son culturales, honoríficos y sin salario y rechaza haber acordado los contratos que aparecen en el documental con su nombre.

Brügger, que lamenta haber explotado anteriormente el lado kitsch de la dictadura ("Es un error. Es un régimen draconiano y criminal que destruye y asesina a personas. No debe considerarse un chiste", dice ahora), revela que solo tenía una línea roja, pero nunca necesitó traspasarla: pagar algún viaje o gasto a la parte norcoreana. James ha rechazado radicalmente cualquier tipo de protección ante las posibles represalias de Corea. Según el cineasta, es un tipo fascinado por el riesgo. Pero Larsen y su familia viven monitorizados. Es el precio a pagar de un hombre normal que consiguió meterse en la cocina de los más turbios negocios de la dictadura más longeva del planeta.

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