La «techné» de Kissinger, cien años pensando el mundo

Columna
El Líbero, 29.05.2023
Iván Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)

Al cumplir 100 años, Kissinger constituye un caso digno de estudio porque, sintetizando, fue ícono de la habilidad para gestar redes de poder traspasando fronteras y ámbitos.

Uno de los grandes arquitectos del siglo 20 –practitioner y teórico de las relaciones internacionales- especialmente enfocado en conceptos claves, como equilibrio de fuerzas, y un defensor acérrimo de la preeminencia de los intereses por sobre los valores. Así podría resumirse la vida de Henry Kissinger tras cumplir la friolera de 100 años.

Acompañado de una obra intelectual, tan densa como atractiva, ha asegurado en sus más recientes entrevistas tener fuerza y espíritu para concluir pronto otros dos libros. Uno sobre asuntos seminales, como es la influencia de la inteligencia artificial en las relaciones internacionales, y otro acerca de la naturaleza de los sistemas de pactos inter-estatales. Sus admiradores, las recibirán, como siempre, con impaciencia y devoción intelectual. Sus detractores, en tanto, las leerán con entusiasmo similar, aunque con ostensible disimulo. Así ha ocurrido con todos sus textos previos, Diplomacia, China, Orden Mundial y, su más reciente, Liderazgo. Incluso su tesis doctoral, publicada sólo limitadamente con el título de A World restored, despierta fervor.

Nunca se sabrá qué tan clave fue para su impresionante carrera el apresurado abandono de Alemania en septiembre de 1938, huyendo de la persecución nazi, siendo apenas un adolescente. Con el nombre de Heinz, nació en el seno de una familia judía en un pequeño pueblo bávaro, llamado Fürth, cuyos habitantes se han sentido muy honrados de tenerlo como su hijo más famoso. De hecho, una plaza en pleno centro lleva su nombre. Y él, ha retribuido a sus ancestros con una pasión muy poco conocida. Su profundo lazo afectivo a través del fútbol. Kissinger es un fanático del balompié.

Por eso, pese a los años transcurridos, siempre ha seguido muy de cerca las peripecias del SpVgg Greuther Fürth, un eterno amenizador de la segunda liga del fútbol germano, y donde jugó en las series infantiles. Luego, ya de adulto, ha asistido a innumerables finales del campeonato mundial. Y, pese a estar dedicado a la política internacional, fue el artífice de algo bastante pedestre en este ámbito; llevar a Pelé al Cosmos de Nueva York en 1975. Fue un intento por popularizar el fútbol en la tierra del básquetbol y de ese extraño deporte llamado american football. Su éxito en esta materia fue, sin embargo, algo esquivo, aunque Pelé y Beckenbauer, las dos figuras legendarias del Cosmos lograron los títulos nacionales.

Contrariu sensu, su mayor notoriedad la alcanzó, como se sabe, en la política mundial. Casi no hay zona del mundo que no haya estado bajo su influencia, directa o indirectamente. Fue una notoriedad que la política interna no mermó, pese a su cercanía con Nixon. Kissinger no resultó damnificado por el caso Watergate.

Hijo de un profesor de enseñanza media, se convirtió, en septiembre de 1973, en el más famoso, pero a la vez más controvertido, secretario de Estado que haya tenido el gobierno de los EE.UU. Sirvió a dos administraciones, la de Nixon y la de Ford.

Sin embargo, previo a ser designado Secretary of State, el presidente Richard Nixon lo había nombrado su consejero de Seguridad Nacional. Era enero de 1969. Fue en ese instante cuando aquel niño que había arrancado junto a sus padres de las inclemencias del nazismo se acercó a la cúspide del poder mundial.

Kissinger impregnó ese cargo con talento, carácter, y especialmente con una visión del mundo que remeció las conductas y paradigmas post Segunda Guerra. No es casualidad que muchos, desde entonces, hayan tratado de emularlo. Demócratas y republicanos. Brzezinski, Poindexter, Powell y muchos otros. Ninguno ha alcanzado la notoriedad de Kissinger.

Y es que sus aportes no radican sólo en su originalidad y fuerza. Kissinger posee ese tipo de talante que los romanos llamaban gravitas.

En materia de gran política su contribución está la apertura estadounidense hacia Pekín; uno de los acontecimientos más relevantes de la segunda mitad del siglo 20. Por un lado, por sus implicancias geopolíticas, pues dicha apertura cambió el eje de la Guerra Fría. Por otro lado, por esa nueva manera -política y académica- de ver China. La praxis y conceptualización de su aproximación a Pekín son consideradas verdaderas clases magistrales sobre cómo generar y ejecutar, en medio de un enjambre de sutilezas, una estrategia política de calibre mundial.

Visto esto más en detalle, resultan innegables la diplomacia del ping-pong (para provocar un acercamiento), el sigilo casi cinematográfico de sus misiones secretas (con el apoyo de Pakistán), así como la apertura comercial (que inauguró la era de separar la política de la ideología) y la comprensión de todas las singularidades (coyunturales y culturales) de China a través de sus acuciosos retratos de Confucio, Mao, Zhou EnLai y Deng Xiao Ping.

Luego, su visión de la historia internacional del siglo 20 quedó plasmada en Diplomacia. En esa obra se divisan advertencias sobre las variaciones de la política mundial y la importancia de sus fuentes de legitimidad. Luego, en Orden Mundial, se encuentran reflexiones ineludibles para quien desea entender cómo funciona realmente el mundo y no como se desea que funcione.

En este último texto, explora de manera preliminar un asunto de extraordinaria importancia hacia el futuro y que lo llevó a tomar la decisión de trabajar un libro enteramente distinto, la influencia de la tecnología y el ciberespacio en las relaciones internacionales. Un impulso que buscará aproximarse de manera más acabada al gran tema del mundo de hoy, las consecuencias de la inteligencia artificial en los asuntos internacionales.

¿Cómo funcionará el concepto de disuasión en el mundo que se abre paso? ¿Merece un ataque virtual una respuesta cinética? ¿Qué lugar tendrá el factor humano? ¿Cómo se redefinirán las fuentes de la legitimidad en un mundo cibernético? ¿Cuál es la naturaleza de los valores que se difundirán en unas relaciones dominadas por la inteligencia artificial?, son algunas de las tantas dudas que espera abordar en ese próximo libro.

Chile no estuvo ajeno a las cavilaciones de Kissinger. Su mirada “Washington-céntrica” de los asuntos mundiales le granjeó no pocos detractores hacia fines de los años sesenta, quienes, si están vivos, probablemente lo sigan fustigando aún. Fuerte crítica suscitó por aquel entonces su nula delicadeza por aquello que los latinoamericanos consideran sus particularidades. “Ninguna idea interesante puede provenir del sur”, le señaló a un político chileno que pretendía entregarle un documento multilateral elaborado por varios países latinoamericanos. Lo atendió sólo cinco minutos. Demás está profundizar en que aquel político pasó raudo de la admiración al rencor.

El proceso iniciado por Allende lo siguió muy de cerca y acuñó, a propósito de eso, uno de los axiomas guía de su trabajo externo: “No entiendo por qué tenemos que permanecer impávidos, si una nación se vuelve comunista por irresponsabilidad de sus ciudadanos”. La crudeza de la frase causó tal irritación, que figura hasta el día de hoy en cada diatriba que se le lanza. De hecho, su foto, de junio de 1976, estrechando la mano de Pinochet en Santiago, se convirtió en una de las favoritas de quienes gustan vilipendiarlo.

Curiosamente también vastos círculos israelíes lo criticaron, y muy acérrimamente, debido a lo que se consideraban su escaso interés por la opresiva situación de las comunidades judías en la Unión Soviética. Kissinger, por esos años, estimaba prioritario generar marcos de paz en el Medio Oriente y no deseaba provocar molestias adicionales entre los árabes, aliados de los soviéticos en esos años. Prueba de ello, fueron sus esfuerzos diplomáticos y militares, conocidos como shuttle diplomacy, algo donde Kissinger puso especial ahínco, pese a su escasa viabilidad. Quizás lo veía como gratitud, tras haber recibido el Premio Nobel de la Paz, junto al canciller norvietnamita, Le Duc Tho, por haber puesto fin a la guerra de Vietnam.

Su última obra Liderazgo entrega una muy desmenuzada aproximación al concepto de poder observada personalmente en Margaret Thatcher, Charles de Gaulle, Konrad Adenauer, Anwar el-Sadat, Richard Nixon y en Lee Kuan Yew. Verdaderas lecciones de statecraft.

Al cumplir 100 años, Kissinger constituye un caso digno de estudio porque, sintetizando, fue ícono de la habilidad para gestar redes de poder traspasando fronteras y ámbitos. Quien quiso describir y desentrañar tales destrezas fue su amigo, Walter Isaacson, quien estuvo a punto de convertirse en su gran biógrafo. Sin embargo, los excesivos detalles que interesaron a Isaacson enfriaron la relación y el texto Kissinger. A biography, publicado por Touchstone en 1992, se considera biografía no oficial e incompleta.

No cabe duda de que el ya lejano niño que huyó de la Alemania nazi resume con su vida y obra buena parte de lo que ha sido EE.UU. a lo largo del siglo 20 y los inicios del actual. Son cien años inmersos en una vorágine de productividad intelectual y labores políticas de las que costaría desentenderse.

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