Las incógnitas de una campaña electoral con el presidente contagiado

Columna
El Confidencial, 07.10.2020
Jorge Dezcállar de Mazarredo, Embajador de España
¿Qué pasa si el presidente-candidato muere o es inhabilitado durante la campaña electoral? La Constitución y sus enmiendas nada dicen al respecto, entraríamos en terreno desconocido

A un mes de las elecciones, Donald Trump ha cogido el virus del covid-19 tras un acto multitudinario celebrado en la Casa Blanca para presentar a su candidata para sustituir a la jueza Ruth Bader Ginsburg, sin respetar su último deseo de aplazar el nombramiento hasta después del 3 de noviembre. Hay quienes, más crédulos, verán un castigo de los dioses en lo ocurrido porque son muchos, incluidos algunos senadores, los que se infectaron ese día en que las fotos muestran a una amplia audiencia que no lleva máscaras ni respeta la llamada distancia social.

Es decir, que no cumplía con las exigencias que han llevado a muchos otros norteamericanos a no asistir a ceremonias religiosas, a no visitar a parientes enfermos, a enterrar en la soledad a los fallecidos, a no salir a cenar con amigos, o a separar a los abuelos de los nietos durante largo tiempo, como si a la poderosa clase política no se le aplicaran las reglas que rigen para el resto de los ciudadanos. Y como consecuencia, se ha infectado también el propio presidente, que ha estado durante los últimos meses negando consistentemente la gravedad de la pandemia, minimizando sus efectos, desaconsejando el uso de la mascarilla de protección facial e incluso presumiendo él de no llevarla, mientras se burlaba del tamaño de la que portaba su rival electoral.

Un hombre que para desesperación de sus asesores médicos recomendaba combatir el virus con medicinas de eficacia no comprobaba científicamente, o con estupideces como utilizar sustancias peligrosas inyectándose lejía (!) en vena. Y ahora ese hombre ha tenido que ser internado en el hospital militar Walter Reed, en Washington, junto con su mujer, igualmente infectada. Y allí, fiel a lo que ha sido su presidencia, no ha habido transparencia y eso ha hecho surgir rumores variados sobre su estado, con el equipo médico de la Casa Blanca quitando gravedad al enfermo, mientras otros asesores indicaban que le había faltado el oxígeno y que las medicinas que le suministraban eran indicadas para casos graves.

De esta manera, le han acompañado hasta la misma clínica las que Trump llama “verdades alternativas”, que nacieron el mismo día de su toma de posesión como presidente, cuando trató de convencer al mundo de que la asistencia había desbordado todas las previsiones y había superado con creces la multitud que acompañó la de Barack Obama. Aunque las fotos lo desmintieran. Le daba igual. Y no contento con ello, salió en coche del hospital a dar una breve vuelta para saludar a sus simpatizantes reunidos fuera, y puso así en riesgo la salud de los agentes del servicio secreto que tuvieron que acompañarle, como han resaltado voces autorizadas.

Su nueva situación puede tener consecuencias que dependerán de la gravedad de su estado. De momento, Trump ha tenido que suspender el segundo de los debates previstos con Joe Biden, cuyas reglas estaban siendo objeto de revisión después de que apenas le dejara hablar en el primero. Entretanto, será su vicepresidente, Mike Pence, quien se enfrentará a la candidata demócrata Kamala Harris, mientras Biden, que ha dado varias veces negativo en los test, continúa con su campaña, en la que en un gesto elegante renunció a atacar a su rival mientras siguiera hospitalizado.

Las reglas están claras en caso de fallecimiento o de inhabilitación del presidente por los cauces previstos en la ley: en esos casos, entra en juego la XXV Enmienda, que establece que es el vicepresidente quien le sucede, lo que supondría cambiar a un presidente imprevisible por un vicepresidente muy reaccionario. En el supuesto de no poder contar con él por las mismas razones, la sucesora sería la presidenta ('speaker') de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, de 80 años y auténtica bestia negra de los republicanos. Gusten o no gusten, estas reglas son muy claras.

Pero no ocurre lo mismo si el presidente-candidato muere o es inhabilitado durante la campaña electoral. ¿Qué pasa entonces? ¿Le sucede alguien, se mantiene la cita electoral o se aplaza? Y si le sucede alguien como candidato, ¿quién lo designa? La Constitución y sus enmiendas nada dicen al respecto, entraríamos en terreno desconocido, ese que hace las delicias de abogados y constitucionalistas, que se enfrascarían en interminables debates interpretativos a falta de un precedente que echarse a la boca. Y la situación aún se agravaría más dado el poco tiempo que falta hasta el 3 de noviembre, pues no es que las papeletas de votación ya estén impresas, que lo están, es que en algunos estados ya se ha comenzado a votar por correo, ese voto que tantas descalificaciones ha recibido de Donald Trump, que lo tacha de poco seguro y proclive al fraude, sin aportar prueba alguna que avale sus afirmaciones.

Ahora, recién salido del hospital en plan siete machos y quitando importancia al virus que le ha infectado por repetida negligencia suya (aunque continuará su tratamiento en la Casa Blanca durante toda la semana) y que ya ha matado a más de 200.000 compatriotas suyos, es previsible que utilice su 'gallarda' actitud durante el internamiento para estimular a sus seguidores o, si las cosas no van bien, para descalificar un proceso electoral en el que la pandemia no le ha permitido participar como hubiera deseado. En este momento, las encuestas le sitúan consistentemente por debajo de Biden, por entre seis y nueve puntos, incluso en un estado tan visceralmente republicano como Arizona, aunque la distancia se reduzca mucho en algunos estados clave como Wisconsin o Virginia y esté creciendo en Florida (cinco puntos), donde tanta importancia tiene el voto cubano, que Trump ha cortejado durante estos cuatro años de presidencia, revirtiendo el proceso de normalización política que Obama había comenzado con su viaje a La Habana. Es importante recordar que en los EEUU no hay una elección en noviembre sino 50.

Queda todavía un mes por delante, y un mes es una eternidad en política. A principios de año, todo parecía indicar que Trump se encaminaba hacia la reelección sin ningún problema. La economía iba como un tiro y el proceso de destitución ('impeachment') intentado por los demócratas había fracasado estrepitosamente. Pero en marzo llegó la pandemia, que Trump no supo gestionar ni dentro ni fuera de sus fronteras, dejando en evidencia una preocupante falta de liderazgo, y luego, en mayo, comenzaron los disturbios raciales que siguieron a la muerte de George Floyd a manos de la policía, en los que Trump actuó más como pirómano que como bombero, en su intento de convertirse en el paladín de la ley y el orden, lo que le ha llevado a flirtear peligrosamente con grupos supremacistas blancos. Y eso no le beneficia en las encuestas, que predicen una mayoría de voto popular a favor de Biden, sin que eso garantice que no le pueda ocurrir lo que le sucedió a Hillary Clinton, que superó a Trump en tres millones de votos, que no es poco, y sin embargo perdió la elección.

Por eso, Trump buscará sacar conejos de la chistera que desvíen la atención de sus fallos: como el innegable éxito diplomático que ha supuesto precisamente en este momento la normalización de relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, la apresurada propuesta de la jueza Amy Coney Barret para suceder a Ginsburg, o el mismo escándalo de su debate con Joe Biden. Pero también los demócratas tienen chistera y conejos dentro, como la revelación por el periódico 'The New York Times' de las declaraciones de renta de los últimos 10 años que Trump se había negado a dar a conocer, y que no solo muestran que no es el empresario brillante que presume ser, pues sus empresas han perdido mucho dinero a lo largo de la década, sino que valiéndose de buenos abogados y de todo tipo de subterfugios, sus declaraciones solo han sido positivas dos años, en los que ha pagado 750 dólares, menos que un policía o que un bombero, algo que sin duda irritará mucho a tanta gente que lo pasa muy mal en mitad de la crisis económica desencadenada por el virus.

La conclusión es que todavía tendremos 'sorpresas' antes del día 3 de noviembre, como el probable anuncio a bombo y platillo de una vacuna, aunque todavía esté insuficientemente probada. Es mucho lo que aún puede pasar, y el internamiento del presidente tras haber dado positivo en coronavirus es otra de las sorpresas de esta campaña. Sus efectos están aún por ver.

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