Columna El Líbero, 17.08.2024 Fernando Schmidt Ariztía, embajador y exsubsecretario de RREE
Bangladesh es un país del que apenas nos llegan noticias. A pesar de sus 172 millones de habitantes y de su crecimiento económico explosivo en los últimos 14 años (5,8% promedio), les exportamos apenas US$ 17 millones el 2022 e importamos US$ 256 millones en T-shirts, pantalones, chalecos y otras prendas de vestir. Bangladesh tenía como meta convertirse en una nación de ingresos medios hacia el 2026. Sin embargo, no tenemos una embajada ni representación comercial. Nos informamos de lo que allí sucede por agencias, que intermitentemente nos traen imágenes de desastres naturales, accidentes con cientos de muertos, algún magnicidio y golpes de estado.
El pasado 5 de agosto su mujer-fuerte, la primera ministra Sheikh Hasina Wazed, hija del padre de la patria, Sheikh Mujibur Rahman, tuvo que abandonar su residencia y refugiarse en la India. La noche anterior la cúpula militar había tenido una reunión donde acordaron que no reprimirían las manifestaciones convocadas para el día siguiente. Con la caída de Hasina se puso fin a 20 años de gobierno de la Liga Awami, el partido político que lideró Bangladesh hacia su independencia en 1971. Como en todo derrumbe dramático, los manifestantes habían arrasado con las estatuas de Rahman e incluso con varias estaciones del metro de Dakha, la capital de 10 millones de habitantes.
¿Cómo pudo ser posible este desenlace si las cifras del desarrollo económico eran auspiciosas? La respuesta final la analizará la historia, pero algunas claves se ofrecen desde ya, y dejan varias lecciones para nosotros, latinoamericanos. Aquí algunos datos ofrecidos por diversas fuentes:
El detonante de la movilización que llevó a la caída de Hasina fue la injusta política de cuotas para los empleos en el sector público, a favor de los descendientes de los luchadores por la independencia del país (es decir, adscritos o simpatizantes del partido nacionalista, Liga Awami). Dicha disposición había sido abolida por la primera ministra en 2018, pero restablecida recientemente por la Justicia. Fue la mecha que encendió todo.
Sin embargo, las causas de fondo hay que buscarlas, primero, en la falta de estabilidad institucional. El gobierno de Liga Awami y el partido opositor dominante, el BNP o Partido Nacionalista (centroderecha), han tenido una relación hostil entre ellos. La presidenta del BNP, Begum Khaleda Zia, ex primera ministra, fue sentenciada a 17 años de cárcel por corrupción en un juicio sin pruebas, un proceso amañado según Amnesty International.
Algo similar ocurrió con el partido islamista radical Jamaat-e-Islami, que en su día se opuso a la independencia y desde 2013 se encuentra ilegalizado, a pesar de que la mayoría de la población profesa esa religión.
La cuarta reelección de Hasina en enero de este año fue un modelo de manipulación política. Las elecciones no fueron ni libres ni limpias, según informes independientes.
El desarrollo del país produjo ansias de mayor participación política. Ciertos indicadores sociales como la caída de la extrema pobreza de casi un 12% en 2010 a un 5% el 2022, reforzaban este sentimiento. Sin embargo, persistió un ambiente de represión política.
A pesar de los éxitos económicos, tanto la pandemia del Covid como la guerra de Ucrania hicieron estragos, aunque el país venía recuperándose. La pandemia ralentizó el ritmo de crecimiento (3,9% en 2020, su nivel más bajo); la guerra incrementó la inflación (10% en 2023). Ambos provocaron que el desempleo juvenil llegara al 20%.
En vez de analizar la situación, Hasina desacreditó a los que protestaban tildándolos de traidores. Peor aún, llamó a la movilización de los activistas de la Liga Awami y a la Policía para que reprimieran a los manifestantes. Así, provocó 200 muertos en julio.
De nada le sirvió declarar el toque de queda, restringir el uso de internet o prohibir las redes sociales. Esto no intimidó a la oposición y a los jóvenes sin partido, frustrados por su falta de futuro. El 4 de agosto, día previo a su caída, se saldó con 100 muertos y se preveía una situación mucho peor para el día siguiente. Fue la gota que colmó el vaso de los militares.
La crisis de Bangladesh tiene una innegable repercusión internacional. En primer lugar, para India, que protegió a Hasina, contemporizó con sus abusos a los derechos humanos y la desenfadada violación a la democracia. Ahora se ven salpicados. Esto se traduce en incertidumbre en las futuras relaciones; asumir una eventual inestabilidad política en el país que puede afectar las comunicaciones terrestres con ocho estados del noreste indio; evitar que la revancha se lleve por delante a la Liga Awani, partido laico, con mucha musculatura política a pesar de la caída de Hasina, y aliado de India; manejar el actual sentimiento anti-indio para que no afecte sus grandes intereses económicos, la existencia de la minoría hindú, o para que los pactos sobre seguridad, particularmente respecto al control del islamismo radical, puedan revisarse.
Mientras India pierde un aliado incondicional en el estratégico Golfo de Bengala, aumentan las posibilidades de una mayor influencia de la R.P. China en la zona bajo un nuevo gobierno en Dhaka. Beijing ya es el principal protector de la dictadura militar de Myanmar, país vecino del Golfo y causante de la limpieza étnica del pueblo rohingya, que en masa se ha refugiado en Bangladesh (1,3 millones). A esto se suma la vinculación tradicional de China con Pakistán; el papel de estos como potencia nuclear bajo auspicio chino, y el giro pro-China que tomó en el Mar Arábigo el gobierno de Maldivas, archipiélago situado frente a las costas del sur de India. Con ello, aumentan las probabilidades de fricciones geopolíticas en esa región del mundo.
Por su parte, Pakistán va a tener mayor proximidad con el gobierno en Dhaka. La caída de Hasina, hija de quien lideró el movimiento de secesión de Bangladesh de ellos mismos, produce una reivindicación emocional. Además, podrían reforzar el islamismo de Jamaat-e-Islami para ganar influencia interna, pero provocarían mayor inestabilidad.
Los países occidentales, sin embargo, pueden asumir un papel moderador ante las nuevas autoridades y en la geopolítica de Asia del sur. Siempre tuvieron una distancia crítica hacia Hasina y una buena relación con el actual jefe del gobierno interino de Bangladesh, el Premio Nobel de la Paz, creador del Banco Grameen y desarrollador de los microcréditos, Muhammad Yunus. Estos países, encabezados por EE.UU., pueden convertirse en buenos interlocutores para evitar un vacío de poder, forjar un rumbo democrático, mantener los fundamentos del desarrollo económico logrados durante la gestión de Hasina y despejar inquietudes geopolíticas que aquejan a la región.
Mientras esto sucede en la distante Bangladesh, no puedo evitar pensar en la cercana Venezuela; en la necesidad de que la movilización de hoy ofrezca un mensaje potente para que la causa de la libertad no desfallezca; que la voluntad popular expresada el 28 de julio no se tuerza por el llamado de Lula y Petro a nuevos comicios que equivalen a la perpetuación de la dictadura; que la transición debe ser negociada a partir de los resultados conocidos y no los fabricados.
Llegó el día en que Chile pronuncie el nombre de quien ganó los comicios y agregue con su gesto un poco más de presión a la negociación. También, que más figuras políticas nuestras, aún calladas, asuman que lo que está en juego no es ideología, sino ética. No podemos traicionar los anhelos de libertad de millones de venezolanos, ni los nuestros. Por eso, sueño que en Caracas suene pronto el batir de las aspas del helicóptero que sacó a Hasina del poder.