Columna El Líbero, 02.11.2024 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
El pasado domingo se realizaron elecciones generales en Uruguay. La participación fue del 90%. Se elegía al futuro presidente, se renovaban ambas cámaras del Legislativo y se decidían en plebiscito posibles allanamientos nocturnos y modificaciones a la seguridad previsional, que no fueron aprobados. Entre los candidatos a presidente ninguno logró la mayoría absoluta. Así, el 24 de este mes se realizará una segunda vuelta entre quienes encabezan las preferencias, Yamandú Orsi del Frente Amplio que obtuvo un 43,3%, y Álvaro Delgado del Partido Nacional que logró el 26,4%.
Vale la pena aclarar que el Frente Amplio uruguayo no es totalmente análogo al nuestro: comprende ideologías diversas, que van desde la democracia cristiana y la socialdemocracia, hasta el comunismo y los antiguos tupamaros pasando por un amplio arco de ideas y reivindicaciones sociales e identitarias. El Partido Nacional, tampoco es asimilable enteramente a RN. Fue fundado hace casi dos siglos y es heredero del gauchismo tradicional, pero hoy abarca elementos conservadores, social liberales, de la democracia cristiana, entre otros. Es decir, ambas fuerzas políticas contienen elementos transversales que facilitan al diálogo con sus opositores.
En las elecciones al legislativo se disputaban 30 escaños al Senado y 99 a la Cámara de Representantes. En la primera, el Frente Amplio obtuvo 16 asientos, los nacionales 9 y los colorados 5. Este último partido también es histórico, representativo en sus orígenes de las aspiraciones de los sectores urbanos, pero hoy expresa al mundo liberal, socialdemócrata, republicano, parecido al Nacional. En la Cámara, el Frente Amplio obtuvo 48 diputados, los nacionales 29, los colorados 17 y otros partidos ubicados al centro o centroderecha, o antisistema como Identidad Soberana, 5 puestos. Es decir, el Senado será controlado por el Frente Amplio y la Cámara, en términos gruesos, por Coalición Republicana, la alianza de centro y centroderecha que reúne a nacionales, colorados y otros cuatro partidos menores. Esto obligará al futuro gobernante a establecer un permanente diálogo con sectores de la oposición para gobernar.
De cara a nuestras elecciones generales en 2025, hay aspectos de la política uruguaya que debemos observar de forma particular, y son los siguientes:
Los cinco partidos de centro y centroderecha, que han apoyado y apoyan la actual gestión del presidente Luis Lacalle Pou en Coalición Republicana, integrando su gabinete, se presentaron divididos a la votación. No obstante, el domingo reunieron en conjunto el 47% de las preferencias, es decir, 1.141.729 papeletas, frente a 1.057.515 votos del Frente Amplio. En otras palabras, Coalición Republicana obtuvo un 8% más de sufragios que la coalición de izquierda.
No obstante, lo anterior, perdieron la mayoría en el Senado y bajaron en diputados (con la excepción de los Colorados). Mientras tanto, el Frente Amplio amplió su participación en el legislativo de 13 a 16 escaños en el Senado y de 42 a 48 en la Cámara. Ante los ojos del mundo, aparecieron como virtuales ganadores.
Coalición Republicana hizo un mal cálculo sobre sus posibilidades, poniendo en riesgo su continuidad en el Gobierno en un momento en que su articulador, el presidente Luis Lacalle Pou obtiene un 47% de aprobación en las encuestas. Como dice un amigo uruguayo: “hubo mucha selfie y poca calculadora”. Confiados en el balotaje presidencial y en su capacidad de agruparse en torno a la Coalición, con programa nuevo, se presentaron divididos en la primera vuelta y ahora corren el riesgo de repetir la situación de 2019, en que Luis Lacalle Pou ganó por un infartante 50,8% de los votos.
Lo anterior resulta más increíble cuando los programas electorales de los candidatos a Presidente de la Coalición eran fundamentalmente coincidentes en torno a seguridad pública, desempleo y profundización de la agenda de transformación económica liberal, los temas que más preocupan a los uruguayos.
Con los orientales compartimos un estilo sobrio y centrista de hacer política, pero esta vez apareció allí un candidato anti sistémico a partir de una matriz ecologista, nacionalista, que ve conspiraciones en todos lados. Un “anti casta” a la que acusa de corrupta y vendida a las multinacionales (“cleptocorporatocracia”), que obtuvo un 2,7% de apoyo y dos diputados.
La segunda vuelta uruguaya del 24 de noviembre será, como todos los balotajes, una nueva elección. En el período intermedio Coalición Republicana deberá preguntarse si fue una buena elección haber ido divididos perdiendo valiosas posiciones en el legislativo y ceder, por ejemplo, el control en el nombramiento de las cabezas de los entes estatales autónomos, a ser ratificados por un Senado opositor. Deberán explicarle al electorado qué razones impidieron la convergencia, cuáles impulsaron la irracional competencia, qué les movió a la compulsión autodestructiva.
A pesar de lo anterior, con un 47% del electorado no parten mal posicionados: tienen un buen candidato en Álvaro Delgado, del Partido Nacional; con experiencia de gobierno como ex secretario de la Presidencia; un discurso estructurado y de sentido común; sintonía con Luis Lacalle Pou, el popular presidente saliente gracias a una gestión exitosa. Delgado tuvo, además, la lucidez de convocar a todos sus ex contrincantes de centro y centroderecha a una manifestación de unidad el mismo domingo. “Hoy me despojo de mi partido -dijo- me despojo de lo que fui, de lo que soy, para subir un escalón. Paso a representar un proyecto político mayoritario en el país”. Sin embargo, debe sopesar muy cuidadosamente cada movimiento, porque entre los votantes nacionales y colorados, principalmente, existen corrientes socialdemócratas que podrían cruzar hacia el Frente Amplio si estos últimos se abren hacia ese sector. De hecho, anteayer ocurrió una.
El Frente Amplio parte con un 43,3% de piso base, aparte de la mayoría en el Senado. Aunque está integrado por un grupo heterogéneo de fuerzas políticas, han mostrado más disciplina y van a movilizar a su militancia para la “remontada”, casa por casa, buscando sembrar el terror de un triunfo de “la derecha”. Por otro lado, está por verse qué rumbo tomará el 2,7% de voto anti sistémico. ¿Se volcará ese descontento hacia una abstención, se correrá a la izquierda, o favorecerá al establishment? Creo que la respuesta estará en una de las dos primeras alternativas. No obstante, antes tienen que hacerse cargo de la realidad, porque se habían forjado expectativas muy optimistas para la primera vuelta. Además, tienen un candidato menos preparado y experimentado en los desafíos que plantea un gobierno nacional; tampoco tienen resueltos internamente temas que van a salir en esta campaña corta, como el de Venezuela, Medio Oriente, política impositiva o seguridad interna, porque conviven en el Frente fuerzas que chocan entre sí ante estos asuntos.
El resultado de la segunda vuelta de las elecciones uruguayas, muy importantes para Chile por su cultura política, sigue abierto. Sin embargo, a la derecha y centroderecha el proceso nos ofrece varias lecciones desde ya: la futilidad de las divisiones internas que arrojaron un Senado opositor, aunque también una rápida y eficaz reacción de unidad cuando Delgado saluda a los militantes del Frente Amplio el domingo y comunica a sus votantes que el suyo no es un proyecto excluyente. Que allí caben los mejores. Al decir del comentarista Andrés Danza, es la tradición uruguaya, “aquella vinculada a la medianía y al diálogo. La llanura levemente ondulada. El susurro antes que el grito, la pausa en lugar del vértigo, el camino largo en vez del atajo”.