Lula, ¿final wagneriano o mozartiano?

Columna
El Líbero, 12.06.2023
Ivan Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)
  • Se advierte un Lula haciendo las cosas de manera acelerada. Casi atolondrada. Como si estuviera dominado por la poca disponibilidad de tiempo.

Con tan sólo seis meses gobernando, Luiz Inácio Lula da Silva se ha transformado en un buen ejemplo de cómo el poder se evapora cuando no hay capacidad para proyectarlo. Muchos estudiosos del poder han llegado a la conclusión que éste no sirve si no se usa y que se difumina cuando se pierden las habilidades para manejarlo. Una de las sugerencias de Kissinger es no concebirlo como algo abstracto para que despierte un genuino deseo de caminar a su lado.

El destino quiso que fuese una cumbre en Brasilia, donde Lula sucumbiera en estas materias. Fue en la capital del país donde su espíritu megalómano terminó malherido. Allí apreció cómo su otrora incuestionada capacidad personal de influencia regional se evaporó y cómo el Brasil de sus años mozos, que llegó a ser la octava economía del mundo, también ya perdió capacidad de convocatoria. Ha descubierto que, en su tercer mandato, ya nada es como fue.

Esto lleva necesariamente a preguntarse cómo serán sus próximos tres años y medio de gobierno. Como se sabe, en política, tal lapso es un siglo. Y en un país tan polarizado, muchas cosas pueden suceder. El problema es que Lula se mueve en aguas turbulentas también en casa. Su victoria sobre Bolsonaro fue estrechísima y ambas cámaras del Congreso están en manos de bolsonaristas. Es decir, el futuro de Brasil sigue en disputa.

Podría decirse entonces que se le están abriendo dos opciones. Que su final resuene de manera wagneriana; lleno de esos acentos oscuros y fatalísticos, como en el Ocaso de los Dioses. O bien, que vaya acompañado de tonalidades suaves, en medio de pesares lacrimosos, tal cual ocurre en la Misa de Réquiem de Mozart.

En ambos casos, el panorama se ve difícil. No sólo para el propio ejercicio del cargo, sino para las izquierdas latinoamericanas en general. Para éstas, Lula poseía atributos vitales sin grandes dependencias ideológicas. Nunca padeció del síndrome pavloviano respecto a Moscú. Tampoco su Partido de los Trabajadores, pese a que numerosos partidos y grupúsculos, sin ser considerados aliados por el Kremlin, se autoidentificaban como parte de una lucha mundial y ajustaban su comportamiento en tal función. El PT, no. Para todo ellos, Lula ofrecía un liderazgo astuto, medio socarrón y con cierta dosis de independencia.

En lo personal se le vienen años dolorosos, debido a un asunto de naturaleza escénica. Es el último de los tres “grandes” del Foro de Sao Paulo que queda vivo. Esos líderes proféticos que pensaban estar cambiando la historia latinoamericana y para siempre. Lula ha llegado a una edad donde corresponde pensar más bien en términos de legado. Ya sabe que, a los otros dos, Chávez y Fidel Castro, “Mefisto los tiene sentado en el sofá”, en el decir de Goethe.

El dolor conecta entonces con una pérdida de poder plagada de sinsabores. Su capitis diminutio comenzó con acusaciones de corrupción y siguió con las consecuencias propias de turbias amistades con nueve empresas brasileñas de ingeniería que lo tuvieron como emblema para incursiones comerciales non sanctas por América Latina y África. El golpe más letal se llamó Odebrecht.

Aquel proceso judicial, la cárcel y el inexorable paso de los años, mermaron sus capacidades de estadista. Hoy en día, su discurso, su conducta política, su caminar, e incluso el arco senil de sus ojos, indican que sus antiguas habilidades ya no son las mismas. Por eso, la cumbre de Brasilia no fue sólo un fracaso personal. También político. Quedó como un líder carente de gravitas.

 

Lo de Brasilia sugiere varios desaciertos.

Primero, errores de cálculo y fallas en la percepción del entorno. La región -lo mismo que el resto del mundo- ha cambiado mucho estos últimos años. Latinoamérica es más heterogénea que nunca antes.

Segundo, la falsa premisa que todos los países correrían presurosos a plegarse tras su llamado. Gigante debe haber sido su sorpresa, cuando numerosos pasajes del borrador presentado, llamado pomposamente Consenso de Brasilia, fueron rechazados de manera clara y categórica por Ecuador, Paraguay y Uruguay. Inexplicable le debe haber parecido el repudio a la idea de resucitar Unasur. Hasta ahora no creía que hubiese desaparecido de las agendas nacionales.

Como resultado, la cumbre terminó siendo una especie de ceremonia necrofílica. Lula, imbuido del rol de sumo sacerdote, predicó la fe en Unasur, sin advertir que el objeto de adoración era un zombi. Los congregados se mantuvieron por un momento en comunión, –noblesse oblige-, y aceptaron un texto deslavado con menciones vagas a una hoja de ruta integracionista. Sin fecha ni sede.

Pero eso no fue todo. Debió observar, algo atónito, el rechazo generalizado a la presencia de Nicolás Maduro, quien llegó acompañado de la plana mayor del régimen y haciendo un aparatoso despliegue de seguridad con tres aviones que despegaron, volaron y aterrizaron en el mayor de los sigilos. Como extemporáneos fueron percibidos sus llamados a levantar las sanciones a Caracas. Los asistentes no ocultaron un distanciamiento abismal de esa peregrina afirmación que el despotismo chavista corresponde a “una narrativa construida”.

Por otra parte, su hospitalidad sirvió también para confirmar algo cada vez más ostensible. Se advierte un Lula haciendo las cosas de manera acelerada. Casi atolondrada. Como si estuviera dominado por la poca disponibilidad de tiempo.

Tal actuar precipitado está develando, sin embargo, otras cuestiones interesantes. Para nadie es un misterio que su joven esposa, Janja, ya ha construido amplios espacios protagónicos. Las ansias de poder cuesta disimularlas.

La socióloga desborda entusiasmo. Lo acompaña en las extensas giras internacionales y viajes por el interior. Se empapa de manera abierta en cada asunto de Estado y se sienta en las mesas de trabajo oficiales. Sus redes sociales -llamadas muy convenientemente “Janja Lula da Silva”– es la mejor fuente para los periodistas que cubren los viajes presidenciales. Sus tuits son sabrosas crónicas itinerantes del neo-lulismo.

Pero lo más interesante respecto a ella trasciende el día a día. Su omnipresencia no sólo no se considera inocua, sino está empezando a inquietar. Especialmente al interior del Partido de los Trabajadores. Allí suponen dos cosas obvias. La sobreactuación irá en aumento y sus sueños apuntan a ser la heredera política de Lula.

Han sido seis meses llenos de sobresaltos, con ráfagas tempestuosas y ventiscas pausadas. La cumbre de Brasilia contribuyó a la duda capital. ¿Tendremos más toques wagnerianos o mozartianos?

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