Maduro, una brisa

Columna
El Líbero, 10.08.2024
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

La visita del presidente brasileño a Chile esta semana debió haber sido el principal acontecimiento de política exterior en nuestro país. Brasil es el principal actor político de América Latina, candidato a un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, dirige actualmente el G-20, es nuestro principal socio comercial en la región, el mayor destino de la inversión chilena, la más importante fuente de turismo receptivo, etc. Sin embargo, la visita terminó por poner de relieve lo que no se dijo y opacar lo que se logró.

Si omitimos hablar de la crisis venezolana, de lejos el mayor desafío que ha tenido nuestra región en muchas décadas, quiere decir simplemente que hubo posiciones diferentes en un tema principal o que Brasil no traía una propuesta convincente. En otros términos, que la defensa de la democracia y de los derechos humanos en aquel país, algo que parece tan obvio, tuvo dificultades en Planalto por cálculos políticos, partiendo por la posición pro-dictadura del PT.

Por esta razón, se ha tenido que aclarar que la prioridad del viaje a Chile ha sido poner de relieve la agenda bilateral. Eso era válido cuando Lula iba a venir a mediados de mayo, visita que se frustró por la catástrofe en Río Grande do Sul. Ahora, con la crisis en Venezuela en pleno desarrollo, todo lo bilateral pasó a un segundo plano. El silencio se hizo más ostensible cuando leemos la extensa Declaración Conjunta de 59 puntos -sin una clara orientación política y hecha de retazos voluntaristas- con referencias a Haití, Gaza, Ucrania, temas de la agenda mundial, pero ni una palabra sobre Venezuela, Guyana o Nicaragua donde se ciernen otras amenazas a la paz.

Lo mismo nos pasa con los 19 acuerdos firmados, algunos que vienen de antaño, otros que son declaraciones de intención para emprender una agenda conjunta. En cualquier caso, esperemos que algunas de estas ambiciones se concreten y no queden apenas en el acto de su firma, entrampadas en la burocracia o los avatares de la letra chica. Pasa lo mismo con la amplia reunión de ambos gabinetes, positiva en sí misma, pero que necesita de voluntad más que de voluntarismo.

Con respecto a Venezuela, Chile se encuentra en un momento muy especial en el contexto regional. Un presidente de izquierda como Gabriel Boric ha tenido la osadía -para muchos impensable- de desafiar a una importante corriente de opinión en su propio sector, por la restauración de la democracia, reclamar a favor de los opositores al dictador, defender el respeto a los derechos humanos, denunciar el fraude en los comicios del 28 de julio y proclamar al mundo la manipulación de las instituciones. ¿Lo hará por idealismo juvenil, una clara convicción acerca de la mantención de los valores que nos definen como occidente, o una mezcla de ambas?

Lo cierto es que -a pesar de haberse quedado a centímetros del reconocimiento de Edmundo González como ganador de las elecciones, para evitar el síndrome de Juan Guaidó y generar un estrecho espacio de negociación- en los hechos Boric ha obtenido un reconocimiento internacional. Está situado entre los que proclamaron a González como el legítimo ganador y el trío de países que intentan una salida negociada, una “paz política”, que hoy endosan tanto la UE y Washington como María Corina Machado. Estamos en ese sector, abierto a apoyar una negociación, y muy lejos de aquellos que ciegamente dieron como legítimo el fraude del régimen.

Después del 28 de julio el dictador se encuentra más débil que nunca a pesar de la galopante represión que ha emprendido contra cualquier disenso interno, de los insultos que endilga a los gobernantes o políticos de cualquier credo que osan criticarle. Nunca se había visto una política estimulada de delaciones entre vecinos, o la prohibición a una sociedad de comunicarse a través de las redes sociales. No podemos sino condenar en los términos más enérgicos la confiscación de celulares para que el Estado indague sobre las conciencias de los ciudadanos, la confiscación de pasaportes o las privaciones de nacionalidad. Ya van más de 24 muertos y cerca de mil quinientos detenidos, muchos en paradero desconocido, pero el hartazgo interno y el aislamiento internacional son cada vez mayores. Hoy, la mayoría de los observadores electorales que la dictadura invitó para convalidar su pantomima le han dado la espalda.

Por la misma razón, debemos alentar y sostener en cualquier foro el derecho de la oposición a seguir movilizándose, cada vez con más energía, no sólo en Venezuela sino en el mundo entero. Sólo a partir de una posición activa y en las calles será posible que la oposición se siente en una mesa de negociaciones en igualdad de condiciones hacia una “paz política”. Ya tienen la verdad de las urnas, pero deben mantenerse muy dinámicos.

Una negociación es posible, pero para que conduzca únicamente al traspaso del Poder Ejecutivo de acuerdo con los resultados de las elecciones. También debe negociarse el inicio de un proceso de reforma de las instituciones y, a más largo plazo, la depuración de las plazas fuertes militares y económicas que sustentan a la dictadura. Esta debe ser una negociación con todos los resguardos internacionales para no caer en trampas. Se necesitará, igualmente, de una supervisión de países democráticos y el compromiso de acción de todos ante cualquier subterfugio. No podemos permitir que un proceso así demore demasiado, y que con el paso del tiempo la negociación se reduzca a ciertos estándares formales y termine por consolidar a la dictadura.

Hoy día, el riesgo de una guerra civil en Venezuela es muy alto y este escenario no está en el interés nuestro, ni de los vecinos de Venezuela y de ninguno de los países que se han visto afectados por la emigración descontrolada, incluyendo a los Estados Unidos. Los riesgos de un escalamiento del conflicto hacia Guyana son altos y, con ello, que se afecten intereses a nivel mundial donde los actores no serán únicamente países, sino también guerrilleros y extensos sectores criminales.

En definitiva, mientras condenamos en términos claros y en todos lados la actual política de represión del dictador, y alentamos la perseverancia de las movilizaciones opositoras contra el régimen, la posición de Chile frente a una negociación pacífica en Venezuela la veo así:

  1. Reconocer que Edmundo González fue el ganador indiscutido de las elecciones y futuro presidente de Venezuela;
  2. Que dicho triunfo no habría sido posible sin María Corina Machado, líder indiscutible del país, que no puede ser excluida de la discusión;
  3. Admitir en una mesa a los distintos grupos que ejercen el poder real, con miras a una reforma constitucional y, en última instancia, a un plebiscito.
  4. Buscar una salida para el dictador y sus colaboradores más cercanos, aunque esto sea doloroso de admitir, a fin de abrir un espacio para evitar la guerra.

Estaríamos embarcados en esta tarea, sin reticencias, si no fuera porque en el plano interno perviven sectores políticos -no únicamente en el PC- que parecen seguir adorando a Stalin a la manera de Neruda, ignorando sus masacres, sus millones de muertos, el ahogo de todo disenso, la delación. Podríamos, incluso, definirlos apelando al poeta: “Era la Venezuela Bolivariana/ Junto a Chávez/ Maduro avanzaba/ y así, con blusa blanca, / con gorra gris de obrero, / Maduro, / con su paso tranquilo, / entró en la Historia acompañado/ de Chávez y del viento”. Ojalá que el presente de Venezuela no sea más que una pasajera brisa pestilente.

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