Columna El Líbero, 10.08.2024 Jorge Canelas Ugalde, embajador (r)
El presidente Javier Milei acaba de hacer una visita a Chile, al estilo de lo que ha hecho en sus ya frecuentes viajes al exterior: visita privada, sin ceremonia ni protocolo oficial, sin encuentro alguno con el jefe de Estado respectivo (igual a las que ha hecho a los EE.UU. y España, por ejemplo).
Tan privada y breve fue, que muchos ni se enteraron de la presencia del Mandatario argentino en nuestro país. Y las razones esgrimidas por no haber sido recibido por el presidente Boric para un saludo se resumieron a eso: no hubo tiempo necesario para que lo recibiera su homólogo chileno.
Pero por muy privada y breve que haya sido esta visita, no se puede subestimar su significado y trascendencia. Milei se focalizó en reparar las confianzas perdidas y dar un nuevo y significativo impulso a la integración energética entre ambos países. Pero fue mucho más allá: en un discurso de no más de 10 minutos, el Mandatario argentino esbozó su visión del potencial que presenta la relación bilateral a los 40 años de suscrito el Tratado de Paz y Amistad, “que terminó de una vez y para siempre las disputas territoriales que arrastrábamos entre nuestras naciones”.
Tras mencionar el valor que tiene una relación entre dos países que siempre han saldado sus diferencias a través de la diplomacia, constató que en el presente “ya no nos encontramos como dos pueblos hermanos separados por el pasado, sino que unidos con la esperanza de una mayor integración económica de cara al futuro”. Con ello, Milei instaló el eje central de su discurso: planteó que su gobierno tiene “la vocación irrenunciable de abrazar el capitalismo de libre mercado y las ideas de la libertad”.
Reiteró lo que ha venido diciendo desde hace años: “Para nosotros, Chile es un ejemplo de lo que hay que hacer para sostener el desarrollo económico en el tiempo”. Al respecto, destacó del proceso chileno “la sana relación entre lo público y lo privado”, así como “la mantención inalterable de la política económica pese a los cambios de signo político, manteniendo así los principios de vida, libertad y propiedad privada, establecidos desde hace décadas. Estos valores permitieron a Chile despegar, abandonar el atraso y caminar hacia un modelo de prosperidad. Nosotros también hemos, finalmente, cambiado. Y también creemos en esos valores. Estamos trabajando para comenzar a transitar el camino de la prosperidad”.
El discurso de Javier Milei desilusionó a quienes esperaban ver los impulsos de prepotencia, altisonancia o extravagancia que suelen relevar sus críticos acérrimos. En cambio, salió a relucir el catedrático experto en crecimiento económico, diciendo verdades incontrovertibles. Las mismas verdades que le permiten a su gobierno avanzar en reformas que podrían sacar adelante a un país sumido en una crisis casi sin esperanzas, aplicando políticas de ajuste dolorosas, que, pese a sus severos efectos económicos y sociales, siguen contando con un apoyo mayoritario. En resumen, una revolución que podría volver a poner a la economía argentina en el lugar de avanzada de la región, en el mediano plazo.
Las palabras del presidente argentino hicieron reflexionar a los chilenos de la audiencia, quienes, al escucharle, recordaban con pudor que las políticas ejemplares y exitosas citadas por el orador, aquellas que sacaron a Chile de la mediocridad y la pobreza, estuvieron a punto de ser desechadas de raíz en el llamado “proceso constituyente”. En suma, el ilustre visitante hizo inevitable trazar el paralelo entre ambos países: uno que lucha por salir de un largo proceso de deterioro adoptando las políticas que ya probaron ser exitosas en Chile. Y, Chile, a su vez, que hace casi dos décadas viene horadando las bases de su modelo de desarrollo y ensayando no uno, sino dos “procesos constituyentes”, iniciados por quienes intentaron instalar el Estado Plurinacional propugnado por el “Socialismo del Siglo 21”.
Quedará para el juicio de la Historia, si el breve paso de Milei por Santiago, sin himnos ni alfombra roja, sin evocaciones del “sueño de Bolívar” ni diatribas contra “el imperialismo”, más bien sembró las semillas de un efectivo proceso de integración a partir de lo energético, pero que se podría extender a múltiples áreas del quehacer económico, de un Cono Sur que finalmente despegue hacia el desarrollo. Eso, si Chile decide retomar la senda que pudo haber perdido, hasta ese histórico 4 de septiembre de 2022.