Mujer implacable

Editorial
El Mercurio, 10.05.2016

Margot Honecker murió defendiendo el comunismo y el sistema totalitario que creó el PC en las zonas ocupadas por los soviéticos en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. No solo fue inflexible con su ideología, sino obstinada al punto que décadas después del derrumbe del comunismo y del Muro de Berlín -cuya construcción supervisó su marido, el último dictador de la RDA- seguía defendiendo un sistema que coartó la vida y esperanzas de varias generaciones de alemanes. Angela Merkel es el contrapunto de Margot, el emblema de una mujer que habiendo vivido en ese régimen tiránico rompió las cadenas y busca para sus compatriotas una vida mejor.

Margot nunca ocultó su apego al estalinismo. Consideraba que los errores del dictador soviético fueron menores que sus aciertos, y por ende, ella, en el poder, fiel a ese estilo, aplicó mano dura para imponer un gobierno que defendió hasta el final. A su juicio, la RDA era "un orden justo y humano de la sociedad... (donde) no había desempleo, personas sin hogar, especulación de la propiedad, ni extorsión del pago del alquiler". Pero sí había un adoctrinamiento que buscaba formar "buenos comunistas" y castigaba a quienes disentían. Ella, como ministra de Educación, fue la responsable de los planes de estudio que tenían como objetivo la protección del socialismo por jóvenes que "debían defenderlo con armas en las manos si es necesario". Para eso, el programa educacional desde la primaria incluía formación militar y visitas a las bases del ejército para los alumnos del kindergarten.

La "bruja púrpura", como la apodaban sus detractores por su pelo color lila, evadió el juicio penal que se inició después de la reunificación, gracias a que algunos hechos habían prescrito y en otros no se pudo conseguir pruebas, como la supuesta orden que habría emitido para adopciones forzadas de hijos de disidentes que escaparon a Occidente. Su marido, en cambio, fue juzgado hasta que su enfermedad lo libró del veredicto de violación de derechos humanos, por la instrucción de disparar a quienes quisieran cruzar hacia el Occidente, y apropiación de bienes estatales.

La viuda de Honecker no pudo evadir, sin embargo, el juicio político, ese que en la práctica terminó en Alemania con todos los vestigios del oprobioso régimen de su marido, y nunca pudo volver a su país, donde el recuerdo de la RDA quedó como uno de los episodios negros de la historia. Ni el juicio moral de sus compatriotas, quienes, a pesar de cumplir con el deber de pagarle una pensión mensual vitalicia, nunca la quisieron cerca de ellos. Allá no podría haber vivido con la tranquilidad con que lo hizo en Chile, donde "centenares de comunistas chilenos exiliados recuerdan y valoran profundamente la solidaridad y amistad, de la que fue parte activa Margot Honecker", según publicó el PC en una declaración tras su muerte. Esa percepción comunista parece acertada, ya que son millones en el mundo los que la vieron como una dura e inflexible mujer del poder, que nunca se arrepintió ni hizo una autocrítica por su participación en la dictadura alemana, la más implacable del bloque comunista.

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