Columna El Día, 12.09.2018 Demetrio Reynolds, escritor.boliviano
Aunque la palabra “emergencia” y la frase “tiempos nuevos”, parecen apuntar a algo nuevo y sorpresivo, a nadie sorprendió que sucedan cambios en la estructura burocrática del estado. En la política hay siempre una apariencia externa y un trasfondo oculto. Eso no quiere decir, empero, que la opinión pública, tan perspicaz que es, no adivine -por pura intuición- lo que se dice y lo que se calla.
Ello es que el otro día, en una ceremonia pública se posesionó el nuevo canciller. Sucedió una especie de pasanaku entre un aymara que deja el cargo y un quechua que lo reemplaza. El uno “Llorando se fue”, al estilo de Los Kjarkas; el otro se mandó un discurso de aullante apología al “proceso de cambio”. En cuanto al indumento y la apariencia, Huanacuni llevaba siempre una ch’uspa multicolor colgada del cuello; y el otro viste poncho, sombrero y sap’ana (cabello largo). El jefazo a tiempo de posesionarlo remató: “Siempre será un indígena el que represente a Bolivia”.
Cosas raras suceden en el Plurinacional, tal vez porque junto al poder político existe el otro poder místico de los amautas y los yatiris; allí parece combinarse el realismo mágico de los Andes con el realismo dramático de la realidad. En lo que hace a cómo elegir a los embajadores, se reivindicó la vieja tradición de antaño. Para todo se necesita un poco de conocimiento y un poco de práctica, menos para ser diplomático. Esa máxima de “zapatero a tus zapatos, ya no está vigente. Banzer tenía razón: “Prefiero un gramo de lealtad a una tonelada de inteligencia”.
En otros países menos civilizados que el nuestro, el perfil profesional de un embajador o de un canciller es bastante simple y conocido. Debe ser un gran conocedor de su oficio; es decir, un diplomático de carrera. Hablar las lenguas más usuales del mundo moderno; ser un auténtico humanista, con carisma excepcional y poseer una gran destreza oratoria. Todo esto, además del dominio de otras materias específicas de su formación académica.
Pero la “diplomacia de los pueblos” no necesita de tan intrincada maraña de antecedentes. Es más simple y debe de ser –lo suponemos- más eficaz también. Hoy por hoy es la tierra de nadie porque todos pueden ser. El escalafón de la diplomacia plurinacional está conformado por los militares, los dirigentes sindicales, futbolistas, cantantes y otras ramas afines. Y como hay la intención de extender la cultura aymara al resto del mundo, una autoridad recordó la conveniencia de hablar esa lengua nativa.
Y finalmente, lo de La Haya es asunto de poca monta para nuestros expertos. Obviamente, saldrá aquello en los términos que se espera. Como ha dicho el jefazo, nunca ha estado tan cerca el mar como ahora. Por cualquier lado que se mire, tenemos las de ganar. Y eso del Silala parece una broma. Los chilenos son siempre aficionados a la ironía picante; ya les conocemos y no hay porqué inquietarse mucho.