Presión sobre Irán

Editorial
El Mercurio, 09.11.2018

El gobierno de Estados Unidos ha sido directo y transparente al indicar las razones que tiene para reanudar todas las sanciones en contra de Irán, después de retirarse en mayo del acuerdo que firmaran en 2015 para detener el programa nuclear de los ayatolás: quiere ver colapsar la economía iraní para que el régimen cambie diametralmente su comportamiento internacional. "Las actividades malignas deben terminar", es la máxima de Washington.

Con eso, EE.UU. se refiere no solo al desarrollo nuclear, sino también a las acusaciones que pesan sobre Irán de respaldar y financiar a los grupos chiitas en Medio Oriente, tales como Hezbolá en Líbano, Hamas en Palestina y las milicias en Irak. También, el respaldo al líder sirio, Bashar al Assad. Desde antes de asumir, Donald Trump puso a Irán en la mira de su política exterior, manifestando su total rechazo al acuerdo que firmó Barack Obama, y amenazando al gobierno persa con reimponer las sanciones. Para la administración, la estrategia de "presiones extremas" es la única manera de que la teocracia iraní entienda que no puede mantener su política actual sin pagar altos costos económicos.

En agosto, la Casa Blanca dio el primer paso para reanudar las sanciones, y con las anunciadas el lunes, se completa el paquete que fue levantado en 2015 con el apoyo de los aliados europeos, de Rusia y China, y con la anuencia de Naciones Unidas. Ahora, la decisión del Presidente Donald Trump es unilateral, y debió aceptar exenciones al embargo petrolero para rebajar la tensión provocada por su política severa contra Irán. Los socios europeos, escuchando a los inspectores nucleares, consideran que Teherán no ha violado el acuerdo de 2015 y, por tanto, es necesario mantenerlo vigente. Sin embargo, se han visto forzados a reevaluar sus relaciones comerciales con los iraníes, modificar sus contratos petroleros, y, en el caso de varias empresas privadas, cortar sus negocios ante el temor de que Estados Unidos los sancione de la misma manera.

Con todo, Washington fue cauto, y en esta ronda dejó fuera de las prohibiciones la compra de crudo por parte de China e India (los mayores clientes de Irán), además de Italia, Grecia, Japón, Corea del Sur, Taiwán y Turquía. Esto por algunos meses, y para no afectar el mercado petrolero mundial. En efecto, apenas se conoció la decisión de Trump, el precio del crudo subió, pero volvió a bajar al develarse la política de exenciones.

Para Irán, que ha vivido una grave crisis económica por largos años, aliviada en parte con el acuerdo de 2015, las nuevas medidas pueden ser un golpe duro a la población, que ya ha salido a protestar por las malas condiciones de vida, en contra de la corrupción de las autoridades y la represión política. Estados Unidos cuenta con que sean los propios iraníes quienes obliguen a sus autoridades a cambiar de rumbo, si bien Trump ha dicho que no busca "un cambio de régimen". De acuerdo con el FMI, las sanciones podrían causar una caída del PIB, este año, del 1,5 por ciento, y de 3,6 por ciento en 2019.

La dura retórica que usa Trump contra los ayatolás trata de emular la que usaba Ronald Reagan contra la URSS, "el imperio del mal". Si le da el mismo buen resultado, sería todo un éxito, pero en las inestables condiciones del Medio Oriente es un arriesgado juego que le puede acarrear altos costos políticos y estratégicos.

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