¿Quiénes llevan a Chile al derrumbe?

Editorial
OpinionGlobal, 27.09.2024

La sencilla carta a El Mercurio del embajador Fabio Vio Ugarte, sobre el viaje de chilenos al extranjero “para buscar paz social”, plantea una cuestión de fondo no menor: ¿A qué se debe el actual pesimismo en Chile? ¿Por qué los chilenos viven tan frustrados, en tensión o con estrés? ¿A qué responde el alto grado de violencia que existe en el país, partiendo por la agresividad inmersa en su lenguaje coloquial?

La sensación generalizada es que el país se está “yendo al tacho”, ante lo cual muchos recurren a causas tanto sociales, económicas como políticas para explicar el negativismo imperante. Desde el problema elemental de que el país no crece ni ofrece buenas oportunidades de trabajo, a la inexistencia de políticas públicas que acojan, protejan y desarrollen a todos los chilenos, al elevado nivel de corrupción que se aprecia en los ámbitos públicos y privados, a la creciente inseguridad por la delincuencia y el crimen organizado, a la comparativamente menor cohesión social existente hoy en el país, hasta el deterioro de la imagen internacional de Chile, son algunas de las múltiples razones coyunturales que se plantean.

Por ejemplo, ante la pregunta “¿se jodió el crecimiento en Chile?", el ingeniero y dirigente gremial-político Claudio Hohmann, indica que “las primeras señales aparecieron en el horizonte político en 2013, cuando Michelle Bachelet regresó a Chile para anunciar su candidatura para un segundo mandato”, convocando para ello a una nueva mayoría política y social (Concertación + PC). Su segundo gobierno “fue el de menor crecimiento de los cinco que lo antecedieron -incluido su primer mandato- y por mucho. Así se iniciaba la década perdida que culminará en el actual mandato del presidente Boric”.

Sin embargo, para un análisis más a fondo hay que considerar factores estructurales que están subyacentes, como es el caso del creciente nivel de polarización política en Chile. Es decir, cuando denostar o hacer funas al adversario es pan de cada día, cuando se incentiva, apoya o legitima el uso de la violencia (física o sicológica) como arma política, o cuando una minoría política insiste en implantar cambios refundacionales en el país.

Ahora bien, si se conectan en el tiempo tres episodios contemporáneos, como son el fracaso de la Unidad Popular (1970-73), el llamado “estallido social” o, mejor dicho, el intento de derrocar un gobierno democrático por la vía de la movilización social (2019), y la propuesta constitucional refundacional del gobierno Boric (2022), se verá que la izquierda marxista y neomarxista chilena (PC, FA, sectores ultras y anarquistas) viene mostrando una sola línea en el tiempo: A pesar de los rechazos consecutivos, persiguen la revolución en Chile.

Por ello, cuando se habla de “terminar la obra de Salvador Allende”, que la violencia del octubrismo era legítima porque supuestamente representaba un malestar nacional, y que Chile debe poner fin al capitalismo y al neoliberalismo, no se trata de otra cosa que justificar la insurrección permanente en nuestro país. Ellos son activistas de un modelo ya fracasado tanto en Chile como en el mundo, mientras que sus actuales aliados en el oficialismo (“Socialismo democrático”), dicen ser socialdemócratas, pero en la práctica son culpables por omisión del accionar de los ultras, al haber apoyado el proyecto refundacional de la constitución Boric y no haber condenado expresamente el empleo de la violencia política. Los ultras apoyan a Cuba y son solidarios con Venezuela, mientras que los “socialistas democráticos” son tibios o no se pronuncian.

En adelante, la gran prueba para militantes del PS, PPD, DC y sectores de centro izquierda, será cortar el cordón umbilical que los une a marxistas y neomarxistas, así como representar de manera fiel a una socialdemocracia tipo europea, aceptando la alternancia en el poder (entre izquierda y derecha), que es el gran factor que garantiza la democracia en Chile. Hay que volver a los años dorados de las políticas de crecimiento, diálogo y acuerdos, porque tal como sentencia el embajador Fabio Vio en su carta, hoy “vivimos una triste y brutal realidad, que nos aleja del Chile que vivimos hasta hace menos de una década, que nos distinguía en Latinoamérica y del cuál estábamos legítimamente orgulloso”.

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