Realidades del poder mundial

Editorial
El Deber, 26.04.2016

A lo largo de sus más de diez años de gestión gubernamental, Evo Morales ha participado de muchos foros internacionales. Casi sin excepción, en todos ellos ha repetido lo mismo. Siempre menciona la necesidad de que “desaparezca el capitalismo” y sus diatribas contra el “imperio” son pan de cada discurso. Además, se considera defensor de la madre tierra, aunque en Bolivia se seque el lago Poopó y ocurran múltiples atentados contra la naturaleza. Ahora pide que desaparezcan las bases militares estadounidenses y se anule un órgano antidroga de Estados Unidos. Más allá de la fugaz reproducción de su retórica, las expresiones de Morales no tienen mayor repercusión, aunque en Bolivia órganos oficialistas quieran hacernos creer lo contrario.

Guste o no, en las relaciones entre Estados el poder importa, y mucho. Países sin o con escaso poder poco representan en la esfera mundial y Bolivia es uno de ellos. Por tanto, lo que diga Evo Morales (o cualquier otro mandatario boliviano de turno) lleva escasa trascendencia. Distinto es el caso de líderes de peso al estilo Obama, Putin, Merkel, el presidente chino o el de la India, incluso los de Brasil o México, en menor escala, etc. Esa es la verdad. Claro que en el mundo también tienen peso los elementos morales. En algunos casos la fuerza ética de esa moral es tan grande como el poder duro económico o militar. No en vano el propio dictador soviético Joseph Stalin –al terminar la Segunda Guerra Mundial y mientras se hacían los arreglos para asegurar la paz– tuvo que tragarse sus palabras cuando vio con sus propios ojos la enormidad del poder moral del papado y debió aceptar su intervención. Recordemos que el dictador previamente había preguntado con sorna: “¿Cuántas divisiones de ejército tiene el papa?”. Otros líderes sin armas, pero con gran moral –por ejemplo, el Dalai Lama o el ya fallecido Nelson Mandela–, eran y son también de los pocos capaces de movilizar –más allá de sus ámbitos naturales– a diversas fuerzas sociales del planeta. Tampoco Evo Morales se encuentra en ese grupo. Él promociona un producto de discutible valor para el resto del mundo (la hoja de coca), su pregonado indigenismo no tiene autenticidad (ni siquiera en el ropaje que usa) y el populismo que ostenta está fuera de moda.

Si no hay capacidad extranacional de motivación ético-moral y, menos aún, fuerza dura, poco y nada significan para el mundo las palabras de turno de Morales o de algún líder similar. La cascada verbal será recibida con curiosidad o cansancio, punto. Esa es la real realidad.

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