Columna El Líbero, 06.01.2024 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
Mientras escribo estas líneas la situación política y militar en el Medio Oriente, Irán, el Mar Rojo y el Cuerno de África se acerca peligrosamente a un estallido a gran escala con repercusiones mundiales, incluso para esta “copia feliz del Edén”. Encabezada por el secretario de Estado, la diplomacia norteamericana se despliega hoy en la zona con todas sus capacidades. Uno de los actores de esta multifacética volatilidad es el conflicto interno en Sudán, del que casi nada sabemos.
Sudán es un caleidoscopio de pueblos difícil de descifrar. Son 48 millones de personas reunidas en ese territorio al sur de Egipto gracias a la expansión colonial inglesa en África del siglo XIX. Desde abril del año pasado Sudán se desangra en una guerra civil que a muy pocos importa, pero que ya ha dejado, según la ONU, casi 12.500 muertos, una cifra indeterminada de heridos, el colapso del país, más de 6 millones de desplazados internos y otro millón y medio hacia el exterior. Su control sobre una parte importante de la margen izquierda del Mar Rojo, desde donde hoy se amenaza la navegación hacia y desde el Mediterráneo, hace que ese conflicto interno tenga una dimensión muy distinta a la que apreciábamos hace pocos meses atrás.
El origen de esta nueva guerra civil sudanesa se encuentra en el vacío de poder dejado por el golpe de Estado de abril de 2019 en contra del exdictador Omar al-Bashir, que gobernó el país por 30 años. El golpe fue protagonizado por la sociedad civil, conjuntamente con el general de Ejército (FAS) Abdel Fatah al-Burhan, y el general Mohamed Hamdan “Hemedti” Dagalo de las fuerzas de apoyo rápido (FARS), creadas por el propio Bashir como guardia personal y para reprimir a los cristianos del sur y a otros grupos opositores. Ambos se comprometieron a restaurar las instituciones políticas sudanesas y emprender la marcha hacia la democracia. Llegaron a nombrar un primer ministro de prestigio mundial y acordaron la fusión de ambos grupos armados.
No obstante, el primer ministro fue expulsado a los pocos meses y la fusión de ambos ejércitos no llegó a salir del papel. Mientras tanto, la convivencia entre ambos generales desde el inicio estuvo marcada por las tensiones internas propias de un país atravesado por diversas y graves fracturas: el norte musulmán y el sur cristiano; la región minera de Darfur en el oeste y las riberas agrícolas del Nilo; el colaboracionismo con el pasado y la represión, o la democracia; las guerras de Darfur, la independencia de Sudán del Sur, o la viabilidad del Estado; el reparto interno del poder y la riqueza; pugnas nacionales y tribales por influencia en el gobierno, etc.
Mientras Burhan y Dagalo compartieron el poder en Khartum, la capital, los países africanos vecinos de Sudán, Estados Unidos, la UE, Israel y otros mantuvieron en las apariencias un ánimo de cooperación con los “generales de la democracia”. Sin embargo, cuando las relaciones entre ambos estallaron en abril del 2023, los diversos actores comenzaron cautelosamente a apoyar política y/o militarmente a uno de los bandos, sin descartar la posibilidad de un cambio de lealtades.
Egipto siempre ha sostenido una relación especial con Sudán, su vecino del sur, y particularmente con la FAS. Es más claro su alineamiento con Burhan, aunque han dejado una puerta abierta para el caso que las milicias del FDRS ganen terreno y, eventualmente el control del país (lo que hoy se ve bastante posible). Además, su apoyo a las FAS se complica con la guerra en Gaza, la inseguridad para la navegación en el Mar Rojo que repercute en el Canal de Suez, y su crisis económica para la que necesitan dinero de las ricas monarquías saudita o del Golfo.
Arabia Saudita también realiza un doble juego. Por una parte, junto a otros países de la zona como Djibuti, Eritrea y Egipto prefieren a Burhan y las FAS, pero conocen bien a las FARS de Dagalo, ya que un día los reclutaron como mercenarios para defender sus intereses en Yemen y controlar a las milicias hutíes fieles a Irán, las mismas que hoy amenazan la navegación a la entrada del Mar Rojo.
Aunque lo niegan tajantemente, los Emiratos Arabes Unidos (EAU) serían los grandes proveedores de armamento y drones a Dagalo a través de Chad, limítrofe con Sudán y único país del Sahel que no ha expulsado aún a las tropas francesas de su territorio, pero que es tránsito de toda suerte de bandas del crimen organizado, del radicalismo islámico y receptor de las repercusiones de la guerra civil en Libia. El interés de EAU por las FDRS sería consolidar su poder en la geopolítica regional, particularmente con respecto a Arabia Saudita.
Los actuales gobiernos de Etiopía y Somalia, países con serios conflictos internos, estarían también de su lado. Entre mayo y septiembre del año pasado, según un reporte citado por The Economist, se registraron 168 vuelos entre EAU y Chad para suministros militares a Dagalo a través de Darfur, contraviniendo resoluciones de la ONU.
Israel también ha sostenido contactos con ambas partes en conflicto, aunque le ha entregado armamento a la FAS de Burhan. Sin embargo, son y serán pragmáticos velando por quien les garantice la libre navegación hacia el puerto de Eilat sobre el Mar Rojo; les ayude a controlar la influencia iraní en la zona, o el extremismo islámico que amenazan al estado de Israel, y les garantice la continuidad del reconocimiento diplomático por parte de Sudán, acordado el 2020.
Para los Estados Unidos el conflicto provoca más inestabilidad en toda la región del Cuerno de África, lo que amenaza gravemente los intereses de algunos de sus socios estratégicos, comenzando por Israel, así como la navegación por el Mar Rojo. Por ello, con el apoyo de Egipto y los sauditas, principalmente, han multiplicado sus esfuerzos en busca de una paz negociada que evite para Sudán un destino como el de Libia, o una nueva partición del país. Paralelamente, aplican la misma batería de sanciones (sin resultado en Rusia) hacia los bandos en pugna. Temen con razón que la prolongación del conflicto aliente el resurgimiento del extremismo islámico y de la influencia iraní.
En los últimos meses la guerra civil se ha ido decantando a favor del general Dagalo de las FDRS. Las principales ciudades de Darfur están ya en su poder y su ejército avanza rápidamente hacia el control del Nilo, donde ya se hicieron con el estado ribereño de Gezira. Su contrincante, el general Burhan, dirige sus operaciones aislado desde Port Sudán en el Mar Rojo, en una esquina del país, y no desde Khartum, que fue abandonada por la élite de las FAS. Otra señal de fortaleza ha sido la forma en que Dagalo está rechazando los últimos esfuerzos pacificadores como el de la entidad regional IGAD. Adicionalmente, Dagalo está buscando el reconocimiento regional como nuevo líder de Sudán en una gira que lo ha llevado en estos días a Kenia, Sudáfrica, Uganda, Djibuti y Etiopía, donde se ha entrevistado con los respectivos mandatarios.
Al final, es bastante probable que los países occidentales se deban rendir a la evidencia, incluso para concentrar esfuerzos en evitar un estallido a gran escala en toda la región. Tendrán, eso sí, que “blanquear” el tremendo récord de violaciones a los derechos humanos de Dagalo, su familia y las FDRS. En aras del realismo, seguramente se taparán la nariz ante una segura política represiva contra grupos étnicos sudaneses leales a las SAF. Deberán rendirse ante hechos consumados como la secesión de la parte norte de Somalia y sus primeros reconocimientos como Estado, para centrarse en lo esencial en forma inmediata y realista, tal como los franceses que en diciembre tuvieron que retirarse calladamente del Sahel, sacar a casi todas sus tropas de la zona y tapar el fracaso con un eufemístico “reacomodo estratégico”. Todo esto, mientras el Estado Islámico muestra sus dientes reivindicando el sangriento atentado en Irán.