Trump y un desconcierto en observación

Columna
El Líbero, 16.11.2024
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

No resulta fácil adivinar hacia donde se dirigirá la política exterior y de defensa norteamericana a partir del 20 de enero bajo la nueva administración Trump. Los deseos proclamados muchas veces chocan con las realidades.

Si el anuncio de acabar con la guerra de Ucrania en un corto plazo resulta cierto, se haría, a no dudarlo, a costa de su integridad territorial, del derecho internacional, y de la erosión de su libertad, soberanía e independencia. ¿Qué consecuencias tiene esto sobre el futuro del derecho? ¿Cómo reaccionará la opinión pública ante lo que se podría considerar una claudicación? ¿Nos es lícito apoyar el interés circunstancial de los Estados Unidos para redefinir su responsabilidad global?

Sin embargo, el mundo se prepara para esta posibilidad. Los socios europeos de Estados Unidos vislumbran disminuir su compromiso presupuestario con el país en guerra el 2025 pero, por otro lado, aumentan su gasto en defensa para suplir a un Washington renuente a “subsidiar” a Europa. Alemania, el país más poderoso en el viejo continente no puede hacer frente a ambos gastos, y no es el único. En paralelo, buscan la incorporación de Ucrania a la UE y, eventualmente, integrar al país eslavo a la OTAN para compensarlo por sus eventuales pérdidas territoriales. No tenemos clara la reacción emocional rusa ante esta última perspectiva. Menos importante sería para Moscú limitar con la OTAN, porque seis de sus miembros ya lo hacen. Si los hechos se desarrollan en esa dirección, la mayor estructura de defensa colectiva del mundo se involucraría directamente en la seguridad y defensa ucraniana y su protección, en caso de que sea agredida otra vez. Mientras tanto, algunos países europeos volverían a mirar hacia el Este y, por algún tiempo, Washington alejaría el tema ucraniano y ruso de sus preocupaciones.

Así piensan también algunos de sus aliados en el Noreste asiático. Corea del Sur, por ejemplo, consciente de que la guerra en Ucrania no debía convertirse en una preocupación geopolítica adicional, evitó involucrarse desde el principio. Ahora, con Trump a la vuelta de la esquina, con mayor razón. Para evitarlo, se ampararon en sus normas legales; en el rechazo de la población coreana a cualquier compromiso de su gobierno en el conflicto, y en la posibilidad de que una acción suya a favor de Ucrania pudiera alentar transferencias tecnológicas militares de Rusia a Norcorea. Se limitaron a proveer indirectamente equipamiento militar defensivo a Kiev, y minimizaron la importancia del envío de tropas norcoreanas a la zona rusa de Kursk. Doce mil efectivos de élite sobre un total de 200.000 es nada, dicen. Además, están entrenados para la infiltración, sabotaje a la infraestructura y asesinato, pero no cuentan con preparación en un terreno distinto; no son capaces de someterse a otra cultura militar; desconocen las tecnologías modernas; sólo le aportarían a los rusos “carne de cañón” y un alivio temporal a la urgente necesidad de Moscú de un nuevo e impopular llamado a reclutamiento.

En tanto, frente al creciente consumo militar de Beijing, los aliados de Estados Unidos en Asia y el Pacífico incrementan su presupuesto bélico al entender que allí, y no en Ucrania, está el verdadero desafío geopolítico futuro. Japón se plantea gastar en defensa unos 60 mil millones de dólares en 2025 (7,5% más que este año). Corea, unos US$ 40 mil millones (3,6% más). Taiwán consumiría unos US$ 20 mil millones (7,7% por encima de 2024). Filipinas, unos US$ 4,4 mil millones (6,4% superior). En Australia adoptaron una nueva Estrategia de Defensa Nacional y un Programa de Inversiones Integradas que prevé un gasto de unos US$ 100 mil millones hacia 2033-4. Para el próximo año, el gasto representará unos US$ 55 mil millones. Sólo en Nueva Zelanda el presupuesto en defensa disminuiría de un 1% a un 0,9% del producto, lo que igual representa unos US$ 3 mil millones. En total, los aliados prooccidentales del Pacífico se propondrían consumir el año que viene casi US$ 180 mil millones. De acuerdo con la Organización Rand, la R.P. China gastaría el próximo año una cifra parecida, que equivale a tres quintos del gasto norteamericano.

En esta parte del mundo tampoco podemos ignorar que el principal objetivo estratégico de Estados Unidos está centrado en Asia-Pacífico, el espacio que en su dimensión económica se reúne en Lima en estos días. La del Perú será posiblemente la última reunión “tranquila” de APEC antes de los aires republicanos, y de la eventual caída en la irrelevancia de la asociación de cooperación. Después, el objetivo de Washington no estará en APEC, sino en frenar el ascenso global de la R. P. China en todos los órdenes, incluyendo la dimensión económica que moviliza dicho Foro.

Debemos destacar también la estrategia hacia el Medio Oriente, donde la preocupación principal se enfocará en Irán y los grupos que dicho país apoya. Allí la paz se obtendría por la razón de la fuerza, como ha dicho Trump, sea de la mano de Israel como de los países que recelan de Teherán, pero no descartan un diálogo directo con Irán, como se revelara en el encuentro de anteayer entre Elon Musk y el representante de ese país ante la ONU.

¿Qué ocurrirá con nosotros, el hemisferio occidental, bajo la próxima administración? Parece plausible que con Trump en la Presidencia, Marco Rubio en la Secretaría de Estado y Mike Waltz como Asesor de Seguridad Nacional, las relaciones van a estar determinadas por algunos parámetros como la cooperación con los objetivos norteamericanos respecto a la inmigración y acogida a los deportados; el apoyo al combate al tráfico de drogas y al crimen organizado; la colaboración en la batalla contra el terrorismo trasnacional; respaldo a una política que limite la influencia de la R.P. China en la región y su acceso a materias primas y, ciertamente, la instalación de la democracia en países emblemáticos.

Deberíamos esperar la profundización de nuestras divisiones internas, entre los países que intuitivamente se sienten amenazados por el nuevo equipo en la Casa Blanca (Cuba, Venezuela) y aquellos que buscarían su alineación con Washington (Argentina, Ecuador). No obstante, lo más probable es que la mayoría se sitúe en rangos intermedios. Brasil, con su ancestral adaptabilidad oscilará entre las toleradas condenas públicas a Estados Unidos en línea con los BRICS, y el callado compromiso. México, el país más complicado por su íntima relación con Estados Unidos, debería adoptar una actitud similar, como en los tiempos del antiguo PRI.

En el caso nuestro, partimos con varias desventajas. La primera, la distancia ideológica que en el fondo es desconfianza recíproca. Luego, la fragilidad del programa visa waiver, que se ha erigido como termómetro que mide la temperatura de la relación. No podemos ignorar las críticas de Rubio al mismo, que pueden revivir en el contexto del rechazo a la migración, incluso si el programa es ejemplar. Tampoco debemos olvidar nuestras posiciones sobre Israel o sobre la presencia de Hezbollah en territorio chileno. También, nos juega en contra la hegemonía china en el comercio exterior y su fuerte influencia en inversiones sensibles. Por último, estamos amenazados, como todos, por el proteccionismo y la guerra comercial con China con las secuelas consiguientes.

No obstante, los norteamericanos no debieran pasar por alto la necesidad chilena de diversificación comercial, la seriedad institucional pese a nuestros avatares, una mejor posición crediticia, recursos humanos y fuerte potencial empresarial, todos elementos válidos para la atracción de sus inversiones en el proceso de nearshoring. Deberían sopesar estas ventajas, la influencia relativa de Chile en la región, y comprender también que, para nosotros, toda acción exterior debe enmarcarse bajo el amparo del derecho, que es la única protección que tenemos frente a la ley de la selva.

No hay comentarios

Agregar comentario