40 años de la mediación papal

Columna
El Líbero, 30.12.2018
Jaime Jankelevich, consultor de empresas

En la semana que termina hubo un día, el jueves 27, que nos trajo a la memoria otro fin de año, uno en que, a diferencia del actual, estuvimos al borde de una tragedia, la que se pudo evitar. Ese día de 1978 llegaba a Buenos Aires, y después a Santiago, el cardenal Antonio Samoré para mediar en el conflicto entre Chile y Argentina por el Canal Beagle.

Lo que sucedió hace 40 años entre Chile y Argentina es tema sabido por todos. Estuvimos al borde de una guerra que hubiera sido devastadora para ambos países y hubiera causado una enemistad irreparable entre chilenos y argentinos. ¿Cómo se llegó a eso?

Lo primero que es necesario aclarar es que el fallo arbitral de S.M. Británica, que le dio la total razón a Chile en el laudo arbitral del Canal Beagle y que Argentina declaró  insanablemente nulo, fue el resultado de la labor de cinco jueces de la CIJ que debieron funcionar en Ginebra y no en Londres, a petición de Argentina. S.M. Británica solo se limitó a ratificar las conclusiones de dichos jueces, con lo cual se evitó toda acusación de sesgo inglés, debido al conflicto pendiente entre Argentina e Inglaterra por el tema de las islas Falkland/Malvinas.

Conjuntamente con estas acciones, el gobierno argentino le propuso al nuestro abordar la delimitación de los espacios marítimos en la zona austral, más allá del límite fijado por la sentencia, de acuerdo al moderno Derecho del Mar. Chile lo aceptó y así se dio inicio al Diferendo Austral. Las negociaciones que se realizaron con el propósito de llegar a un acuerdo fracasaron porque Argentina pretendía no solo desconocer el fallo arbitral, sino que también exigía soberanía sobre islas chilenas.

El resultado de este desacuerdo fue que, a fines de 1977 y por primera vez, las FF.AA. argentinas se desplegaran en la frontera. Este conflicto pasó inadvertido para la población y el encuentro entre los Presidentes Pinochet y Videla en Mendoza en enero de 1978 logró desarticular la acción, reanudándose las negociaciones directas, las que después de seis meses, se dieron por fracasadas. En medio de dichas negociaciones Argentina hizo actos de demostración de fuerza militar que culminaron el 21 de diciembre, cuando Argentina rechazó recurrir al Papa Juan Pablo II para que éste ayudara a los dos países a encontrar una salida al conflicto.

El resto es historia. La providencial tormenta y la intervención del Papa, que finalmente Argentina aceptó, permitieron detener el curso de lo que habría sido el acto más irracional en la historia moderna de este continente, el que hubiera causado estragos e impensadas consecuencias hasta nuestros días.

Pero hay otra historia, cuyos personajes son desconocidos para la gran mayoría de nuestros connacionales, y que injustamente nuestro país no les hizo el público reconocimiento que merecían. Son quienes a partir de aquel 27 de diciembre de 1978, con la llegada del cardenal Antonio Samoré, dedicaron sus vidas a representar a Chile en la difícil, extensa y compleja mediación con Argentina, que Su Santidad Juan Pablo II asumió recién iniciado su pontificado. Por citar a los más destacados y con el perdón de los cientos de anónimos colaboradores que he omitido, el país tiene una eterna deuda de gratitud con don Julio Philippi, don Santiago Benadava, don Hernán Cubillos, don Enrique Bernstein, don Helmut Brunner, don Francisco Orrego, don Osvaldo Muñoz y con quien fuera nombrado en 1979 subsecretario de Relaciones Exteriores y, al mismo tiempo, jefe de la delegación chilena ante la mediación papal, el general Ernesto Videla Cifuentes.

Quiero recordar particularmente al general Videla pues le cupo una excepcional actuación en todo este proceso. La mediación pontificia tomó más de cinco años; para ser exactos, 66 meses, concluyendo el 29 de noviembre de 1984, con la firma del Tratado de Paz y Amistad chileno-argentino, el que incluye un detallado y sofisticado sistema para la solución de controversias entre ambos países. Para lograr este acuerdo, el general Ernesto Videla hubo de realizar más de 60 viajes a Roma y enfrentar complejísimas negociaciones con la contraparte. Durante largos pasajes de la mediación, la posición argentina fue exasperante, conflictiva, desconociendo acuerdos alcanzados entre una reunión y otra, con cambios constantes de interlocutores y, más complejo aún, enfrentando siempre cambiantes escenarios políticos en el vecino país, dado los cinco Presidentes que ocuparon la primera magistratura de esa nación entre 1978 y 1984: Videla, Viola, Galtieri, Bignone y Alfonsín. Baste recordar que, en 1982, Leopoldo Fortunato Galtieri invadió las Islas Falkland generándose la guerra con Gran Bretaña; si hubiesen salido victoriosos, Galtieri había amenazado invadir nuestras islas Nueva, Pincton y Lennox.

Lo detallado de las discusiones, la precisión con que debían trazarse las líneas en los mapas para no otorgar concesiones, la rigurosidad con que cada punto debía ser tratado, el cuidado que hubo de ponerse en cada palabra utilizada para no malograr acuerdos alcanzados, las dificultades para encontrar no solo puntos de encuentro con los vecinos, sino para convencer al mediador de los derechos que nos asistían, la sabiduría para enfrentar tanto interna como externamente complejísimas situaciones políticas, sin duda convierten a este proceso en una verdadera hazaña diplomática. No obstante todas estas condiciones, la serenidad, inteligencia, audacia, perseverancia, astucia, firmeza y docto conocimiento utilizado en defender los intereses de Chile ante el mediador papal hizo posible que se evitara una guerra fratricida, pero además se logró que la fuerza de las armas fuera derrotada por la fuerza de la razón. El general Videla es uno de los grandes artífices de este resultado.

Ahora que estamos a dos días de la llegada de un nuevo año y a 40 de lo ocurrido entre Chile y Argentina, quise rendir en este breve resumen de lo que fue la mediación papal, un homenaje especial a todos los nobles chilenos que hicieron posible que hoy vivamos en paz y que podamos pensar sin temor en cómo vamos a celebrar a las cero horas del martes 1 de enero, el inicio de 2019.

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