Aprendiendo de Maduro: constituyente ahora

Columna
El Líbero, 05.05.2017
Jorge Canelas, embajador (r) y director de CEPERI

Durante las últimas semanas los ojos del mundo se han puesto en el drama que sufre el pueblo venezolano, sometido a un cúmulo ya insostenible de privaciones de todo tipo y que le ha llevado a una situación extrema. El desastroso manejo económico, que lo ha dejado sin acceso a trabajos dignos con adecuada remuneración y que ha producido un desabastecimiento generalizado, partiendo por los bienes básicos, se ve agravado por la supresión de las garantías individuales, de los derechos humanos y de las libertades civiles, lo que ha convertido a los ciudadanos de Venezuela en víctimas de su propio Gobierno. El régimen chavista de Nicolás Maduro ha optado por la “fuga hacia adelante” y —siguiendo el ejemplo de Fidel Castro, su mentor— ha instaurado una dictadura.

La actitud desafiante y brutal de la dictadura chavista acomete con la misma arrogancia contra sus detractores internos y externos. Ya no hay opciones, porque son de tal gravedad las tropelías cometidas, tan profunda y extendida la corrupción, y tan inmisericorde la represión, que no queda espacio para negociar. Así, habiendo llevado al país al actual estado de confrontación, Maduro recurre al instrumento favorito y nueva bandera de lucha del populismo: “La Asamblea Constituyente”. La situación en Venezuela amerita, de acuerdo al elevado criterio de Maduro, ¡una nueva Constitución!

Ahora se explica por qué las ideas del chavismo ya no sólo sirven de ejemplo para lugares como Nicaragua o Bolivia, sino que se están exportando a Europa. Y no es broma: los movimientos inspirados en el chavismo ya se han posicionado como la tercera fuerza electoral en España y Francia, lo que no es poca cosa. La solución, como receta mágica común, es una sola: Asamblea Constituyente. La idea es “refundarlo todo”. ¿Le suena conocido? Es que la receta simple, pero grandilocuente, de convocar a las masas a un proceso refundacional ya no reconoce fronteras.

Maduro convocará a una nueva Asamblea Constituyente cuya conformación se hará de acuerdo a las conveniencias del régimen “popular”, “chavista” y bolivariano. Lo de popular es discutible; lo de chavista, se concede, Pero el carácter de bolivariano no tiene asidero ni sustento alguno, puesto que las ideas de Simón Bolívar reconocen la separación de los poderes del Estado, señalan que el Estado de Derecho es la única fórmula para lograr la igualdad, y aseguran que nadie sino la mayoría es soberana. En resumen, se contraponen de manera frontal con la práctica del chavismo.

Hay algo en el discurso refundacional que atrae con especial fuerza a los electores “millenials” de distintas latitudes. La fascinación que producía en los jóvenes la revolución cubana, a mediados del siglo pasado es replicada hoy por el llamado al “cambio de paradigma”, una especie de nueva religión que llama a romper con todo lo establecido, sin decir con claridad cómo ni con qué ideas, principios y recursos se creará el nuevo orden. Antes se llamaba a la rebelión contra la pobreza. Hoy es la indignación por la desigualdad. Lo que se mantiene inalterable es la demonización del “imperialismo”, o sea, el enemigo común, fuente de casi todos los males de la humanidad, y sus “lacayos”, referentes que sirven para alinear a las fuerzas “liberadoras” y ordenar a sus filas para la lucha ideológica.

Al escuchar las consignas, observar los movimientos y analizar los contenidos de las fuerzas políticas emergentes que propician la panacea de la Asamblea Constituyente, llama la atención cómo se repiten y se replican en países tan diversos como Venezuela, Francia, España, e incluso Chile. Para estos revolucionarios del siglo XXI, una Asamblea Constituyente cura todos los males de la sociedad.

Una de las características principales de estos movimientos es la facilidad con que ganan adeptos apelando a consignas “progresistas” no exentas de populismo. Aprovechando los avances tecnológicos y las facilidades que ofrecen para la comunicación inmediata, han reemplazado los discursos de asambleas por ideas-fuerza diseminadas por Twitter. Pero el cambio del fusil por el smartphone, por lo visto, no ha venido acompañado de una renovación ideológica, por cuanto las consignas siguen siendo las mismas. El llamado a cambiar las estructuras, sin decir con qué van a reemplazarlas, levanta demasiadas sospechas de que, en el fondo, no hay nada nuevo, y lo que queda al final del día es un neo-marxismo que aún no termina de formularse de una manera digerible para un ciudadano razonablemente informado en este nuevo siglo. Finalmente, queda la impresión de que toda la movilización por las Asambleas Constituyentes (al estilo bolivariano), es sólo un cambio táctico en el objetivo común de los admiradores del castrismo, quienes nunca terminaron de procesar su frustración por la derrota de sus ideas en la Guerra Fría.

El fracaso de la vía armada para imponer el paraíso comunista no acabó con el sueño revolucionario, sólo le impuso un cambio en la estrategia a seguir, en etapas sucesivas. La primera etapa es la conquista del Gobierno mediante el voto, para lo cual se recurre a todo tipo de consignas populistas. Alcanzado el Gobierno, el objetivo final es la captura del poder total, lo cual se logra suprimiendo todo tipo de oposición o disidencia, por la fuerza si es necesario.

Esta forma de actuar se repite con exactitud entre quienes siguen el modelo chavista. A Maduro le corresponde el mérito de haberlo hecho todo de manera tan brutal, que ha dejado al descubierto el ideario, la estrategia y los procedimientos utilizados para imponer la revolución, objetivo compartido por quienes no dejan de apoyarlo, ya sea desde Bolivia, Nicaragua, España, Francia o Chile. La consigna es una sola: “Patria o Muerte: ¡Venceremos!”

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