Purga y corrupción

Columna
El Montonero, 16.05.2019
J. Eduardo Ponce Vivanco, embajador (r) y ex viceministro de RREE peruano
  • Las personas y su falta de valores son el meollo del problema

Nada más deprimente que una visita a Wikipedia para leer lo que aparece como “corrupción política”. Es como recorrer un territorio devastado por la metástasis de un cáncer que devora las células y destruye las defensas del organismo social, neutralizándolas o convirtiéndolas en aliadas para evitar que resistan a la enfermedad.

Comienza por definirla: “La corrupción política se refiere a los actos delictivos cometidos por funcionarios y autoridades públicas que abusan de su poder e influencia al hacer un mal uso intencional de los recursos financieros y humanos a los que tienen acceso, anteponiendo sus intereses personales y los de sus allegados para conseguir una ventaja ilegítima generalmente de forma secreta y privada”. Y la complementa con la cita de un autor (Hernández Gómez) que la caracteriza como “… la acción u omisión de los deberes institucionales de quien debía procurar la realización de los fines de la administración pública y que en su lugar los impide, retarda o dificulta”.

Incluye el índice que mide la corrupción en 180 países y que va desde el 94.4 de Dinamarca hasta el 1.1 Somalía. El Perú ocupa el puesto 102, seguido del Brasil (103), por debajo de 12 vecinos latinoamericanos y caribeños. Con nuestro notable ramillete de ex presidentes en prisión, no sorprende que hayan escogido la fotografía de Toledo con una deshonrosa leyenda para ilustrar a los lectores de la enciclopedia universal. Es una nefasta competencia en la que llamamos la atención internacional por la intoxicante purga judicial iniciada hace más de un año y que nos satura de noticias desde la explosión de Lava Jato y otros escándalos de factura nacional.

Anotemos, por lo menos, algunas cosas importantes que deberíamos aprender de este desastre sin fronteras. El audio que escuchamos en el caso de Villarán y sus cómplices ha hecho patente un rasgo típico del fenómeno: la agregación o agrupación de personas es un elemento que la corrupción necesita para concretarse, porque no puede existir en solitario. Y en todos los casos, lo que se evidencia es la manipulación de las instituciones por los individuos que las manejan. La persona es el meollo del problema porque antes de cada acto está la decisión individual de hacer o no hacer, y los valores que la determinan.

La solución se hace mucho más difícil porque debe darse en un entorno social cuyos componentes —las personas— obedecen al modelo de conducta colectiva que han creado, conocen y sufren en ciudades colapsadas por el comportamiento agregado de sus ciudadanos. Distingue ese paradigma el incumplimiento de las normas y la disfuncionalidad de las instituciones que organizan la vida en las sociedades civilizadas.

Nuestros encarcelados presidentes no llegaron a sus cargos porque quisieron, sino porque los elegimos, al igual que otras autoridades. Somos responsables de seleccionar a quienes nos gobiernan y de revocarlos cuando no responden a las obligaciones que les encomendamos.

Todo está mal porque casi todos estamos mal. Y no queremos asumirlo ni cambiar una suma de conductas individuales que solo pueden producir un resultado colectivo lamentable. El tránsito es el ejemplo más palpable. La norma generalizada es ganar un espacio al otro y adelantarlo sin consideración, ignorando que todos perdemos con el caos resultante. Conducimos convencidos de que no existe policía o autoridad capaz de sancionar a un universo de infractores para quienes esperar y ceder son actitudes prohibidas, por el temor a quedarse atascado en un mar de vehículos enloquecidos.

Lo relevante en este ejemplo de nuestra vida diaria no es el delito de corromper por un beneficio económico, sino el ambiente de visible desprecio a los valores y la ética del comportamiento personal que exige la vida en sociedad. Porque en un ambiente así la tolerancia ante la corrupción se enraíza y crece ante la indiferencia de ciudadanos apáticos e irresponsables, para quienes la purga de notables que muestra la TV no es mucho más que un entretenimiento escandaloso.

No hay comentarios

Agregar comentario