Trilogía: Aniversario de la ‘Primavera de Praga’

1. La Primavera de Praga (1968)

Columna
El Líbero, 18.08.2018
Alejandro San Francisco, historiador, académico (PUC-USS) y director de Formación (Instituto Res 
Publica)

Checoslovaquia fue uno de los sufridos países que en la Segunda Guerra Mundial experimentó las agresiones del nazismo, para después terminar bajo la égida del comunismo. Lo que en un principio parecía una liberación terminó transformándose en una nueva forma de sujeción, ahora bajo el dominio de la Unión Soviética.

En 1968, hace exactamente 50 años, tuvo lugar ahí la famosa Primavera de Praga. Se trataba de un esfuerzo interno por construir lo que en su momento se denominó un “socialismo con rostro humano”, que superara la lógica del totalitarismo comunista y permitiera una nueva expresión política. La situación era muy difícil, pues se daba en el contexto de la Guerra Fría, y también porque en el Pacto de Varsovia existía la obligatoriedad de apoyo en caso de que alguno de sus miembros estuviera siendo amenazado. Por otra parte, había algunos antecedentes dolorosos y sangrientos, como el de Hungría en 1956, cuando un intento de liberación terminó con la invasión de tanques soviéticos y el fin de cualquier posibilidad de terminar con el régimen comunista en este país.

Precisamente entre los sucesos de 1956 y los de 1968 había surgido un revisionismo en Europa del Este -y también en los comunistas de Occidente. Como recuerda Tony Judt, esto “dio lugar a la ilusión en el Este de que era posible, y merecía la pena, conseguir un cierto espacio, cuidadosamente delimitado, para la disidencia” (en Pensar el siglo XX, Madrid, Taurus, 2012). Lo que podría parecer una minucia, en el yugo del totalitarismo en realidad era más bien un espejismo digno de esperanzas. Es lo que estuvo en buena medida presente en los sucesos de Checoslovaquia en 1968.

Con la llegada de Alexander Dubcek a la cabeza del Partido Comunista, surgieron mítines y demandas por poner fin a la censura y ampliar la libertad de prensa, así como investigar las purgas de la década precedente.

A comienzos de ese año el Comité Central del Partido Comunista eligió a Alexander Dubcek como primer secretario general. Tenía 47 años y era del ala reformista. Paralelamente, surgieron mítines y demandas por poner fin a la censura y ampliar la libertad de prensa, así como investigar las purgas de la década precedente. En marzo el PC adoptó su nuevo Programa de Acción, el mencionado “socialismo con rostro humano”, que abriría el paso a nuevos partidos políticos y a futuras elecciones, en una transición de diez años. En la práctica eso significaba terminar con el régimen comunista tal cual se conocía tras la Cortina de Hierro, representando una “tercera vía” de socialismo democrático, desconocido en la órbita soviética.

Como era previsible, Moscú no permaneció indiferente frente a esta situación, que podía alterar todo el sistema que se había edificado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Esto implicaba tomar medidas concretas de carácter militar, y a comienzos de agosto se anunció la doctrina Brezhnev, por el jerarca soviético que la enunció:

Cada partido comunista es libre de aplicar los principios del marxismo-leninismo y del socialismo en su propio país, pero no es libre de desviarse de dichos principios si quiere seguir siendo un partido comunista… El debilitamiento de cualquiera de los vínculos dentro del sistema mundial del socialismo afecta directamente a todos los países socialistas, que no pueden mostrarse indiferentes ante ello” (en Tony Judt, Posguerra. Una historia de Europa desde 1945, Madrid, Taurus, 2012).

El paso de los días mostraría el significado profundo de esa doctrina, cuando los tanques soviéticos ingresaron por las calles de Praga, con más de 500 mil efectivos de diferentes países del Pacto de Varsovia, como Polonia, Hungría, Bulgaria, la RDA y la propia Unión Soviética. El momento clave se produjo el 20 de agosto de 1968, y no hubo una resistencia mayor, como era esperable, ante la incapacidad real de enfrentar una invasión militar de esas características. Muchos partidos comunistas occidentales rechazaron el aplastamiento de la Primavera de Praga, con una mezcla de indignación y vergüenza, lo que sin duda produjo divisiones y replanteamientos.

El dramaturgo Vaclav Havel, quien llegaría a ser presidente de Checoslovaquia tras el derrumbe del comunismo en su país, hace un interesante y novedoso análisis sobre el proceso vivido en 1968, y de los disidentes que enfrentaron al sistema:

Estos hombres no disponían del poder real ni aspiraban a él: el ámbito de su ‘vida en la verdad’ no podía ni siquiera, por tanto, ser la reflexión política; podían ser poetas, artistas, músicos; no es necesario que fueran genios, sino simples ciudadanos que lograban mantener su dignidad humana. Naturalmente es difícil hoy llegar a descubrir cuándo y a través de qué misteriosos y tortuosos senderos aquel gesto o aquel comportamiento de verdad incidieron en algunos ambientes y cómo poco a poco el virus de la verdad atacó el tejido de la ‘vida en la mentira’ y lo devoró. Una cosa sin embargo parece clara: el intento de una reforma política no fue la causa del despertar de la sociedad, sino su resultado último” (en El poder de los sin poder y otros escritos, Madrid, Ediciones Encuentro, 2013).

 

El carácter totalitario del sistema entra en conflicto con la tendencia intrínseca de la vida hacia la heterogeneidad, la diversidad, la singularidad, la autonomía; en una palabra, hacia la pluralidad”, escribió Vaclav Havel.

Por otro lado, en una forma crítica, el propio Havel señala:

El sistema comunista es -o, más precisamente, ha sido siempre hasta ahora- un sistema totalitario, ya sea que tuviera el ‘rostro humano’ de la época de Dubcek (cuando incluso era posible vivir bien) o el gangsterismo del régimen de Pol Pot (bajo el cual la muerte parece haber sido la única opción). El carácter totalitario del sistema entra en conflicto con la tendencia intrínseca de la vida hacia la heterogeneidad, la diversidad, la singularidad, la autonomía; en una palabra, hacia la pluralidad” (en Open Letters. Selected Writings, Vintage, 1992).

Una consecuencia central de la Primavera de Praga, como sostiene Tony Judt en Posguerra, es que “nunca más sería posible sostener que el comunismo descansaba en la voluntad popular”. En otras palabras, podríamos decir que los tanques lograron detener el proceso y reprimir la disidencia en 1968, pero en la práctica esa victoria militar fue una profunda derrota moral del socialismo real, que mostraba que su poder solo podía sostenerse por la fuerza interna o externa, pero no por la convicción de los ciudadanos.


2. La Primavera de Praga, una utopía socialista ahogada por el comunismo

Columna
Clarín, 20.08.2018
Tomás Varnagy, profesor de Ciencia Política y doctor en Ciencias Sociales

La represión, por parte de los soviéticos, de la rebelión de trabajadores en Berlín Oriental en 1953, del “levantamiento popular” húngaro en 1956, de la Primavera de Praga en 1968 y del sindicato Solidaridad en Polonia en 1980, no fue suficiente y no pudo contener la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991.

El “socialismo de rostro humano”, el grito de batalla de la Primavera de Praga en 1968, fue una gran inspiración intelectual para la izquierda europea; por algunos meses pareció que el “comunismo” podía evolucionar pacíficamente a una auténtica democracia socialista, pero la invasión de Checoslovaquia por parte del Pacto de Varsovia, el 20 de agosto de ese año, terminó con esta idea y resultó evidente que el socialismo de tipo soviético solamente sobreviviría a través del uso de la fuerza.

La Doctrina Brézhnev fue la justificación de la intervención militar: si un gobierno amigo estaba en “problemas”, los Estados socialistas tenían el “deber” de ayudarlo.

Entre el 20 y 21 de agosto de 1968, manifestantes se enfrentan a los tanques soviéticos en su entrada a Praga. (Libor Hajsky/CTK/ZUMA Press/dpa)

A partir de 1985 hubo un brusco cambio de la política soviética con Mijaíl Gorbachov cuando alentó las reformas no solamente en su país sino también en Europa Central y Oriental. La Doctrina Brézhnev cambió, como lo explicó un vocero de la cancillería soviética, por la “Doctrina Frank Sinatra”, en donde cada uno, “a su manera”, podía hacer las reformas que quisiese sin temor a una intervención.

Una de las lecciones que nos deja aquel evento es que los regímenes que se autodenominaron “socialistas” y alzaron las banderas de la izquierda en nombre de la libertad y la igualdad, tuvieron como resultados la opresión y la sumisión a Estados policiales y represivos que trituraron hombres e ideas. La izquierda, como idea y como proyecto, sufrió un daño gigantesco por el experimento soviético. Pero la represión, por parte de los soviéticos, de la rebelión de trabajadores en Berlín Oriental en 1953, del “levantamiento popular” húngaro en 1956, de la Primavera de Praga en 1968 y del sindicato Solidaridad en Polonia en 1980, no fue suficiente y no pudo contener la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991.

Una consecuencia directa de 1968 fue la tentativa de democratizar al socialismo con la glasnost y la perestroika de Gorbachov en la Unión Soviética, un período de apertura y libre expresión, un deshielo que llevó a una serie de reformas económicas, transparencia informativa y democratización. Cuando se le preguntó cuál era la diferencia entre sus políticas y las de la Primavera de Praga, respondió: “Veinte años”. Pero no alcanzó el objetivo deseado debido a la deslegitimación del sistema, la corrupción, la burocracia y la ineficiencia económica que llevaron a su colapso.

El derrumbe final de los “socialismos realmente existentes” no fue ni el fin de las ideologías de la década de 1950, o el fin la historia de Francis Fukuyama, ni el fin del marxismo. La caída de la URSS dejó un mundo sin alternativas al capitalismo y la búsqueda de una nueva izquierda global debe asimilar, digerir y aprehender esa experiencia histórica.

Los cambios políticos del siglo XXI deberán reinventarse y distanciarse de los patrones anteriores y así, tal vez, Karl Marx (y el pensamiento marxiano) tenga por fin la oportunidad de ser debatido como merece, como un gran crítico del capitalismo, quizás el mejor, y como teoría social, económica y política alternativa.

Vaclav Havel, escritor disidente y primer presidente electo de la República de Checoslovaquia, luego de 1989, se preguntaba:

“¿Qué fue el comunismo? ¿Un incidente, un deslumbramiento, un error, un engaño, un cúmulo de buenas intenciones que acabaron mal? Pienso que no hay que perder la esperanza. Pienso que hace falta expresarla con una palabra nueva, diferente. Y con una gran imaginación”.


3. 50 aniversario de la Primavera de Praga: las primaveras rotas por Moscú

Reportaje
El Mundo, 21.08.2018
Xavier Colás, corresponsal en Rusia 
  • Cincuenta años después de la revuelta de Praga, el Kremlin sigue aplicando la 'Doctrina Brezhnev' de soberanía limitada a los países que desean acercarse a Occidente. Las últimas víctimas: Ucrania y Georgia

Tanques soviéticos toman las principales avenidas de Praga en agosto de 1968. Josef Koudelka-Magnum

"Los rusos no son nuestros amigos, son nuestros hermanos: a los amigos los puedes elegir". Era un chiste que se contaba en Praga en los años 60. La República Checa recuerda estos días la última vez que Moscú ejerció de severo hermano mayor. Fue hace justo 50 años, tras la llamada Primavera de Praga: temiendo que la apertura política de líder checo Alexander Dubcek fuera una amenaza para la contención política del bloque soviético, varios países del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia. Aplicaron la Doctrina Brezhnev, que consistía en no permitir que un país del bloque socialista evolucionase hacia posiciones que pudiesen desestabilizar al resto.

Esa idea de soberanía limitada es la misma que ha servido a Rusia para justificar la ocupación de Ucrania y anexión de Crimea en 2014 o para avisar este mes a Georgia del "peligro" que supondría que intentase entrar en la OTAN. Algunos países pueden decidir sus alianzas, pero hay otros que no.

Igual que sucedió en Ucrania, checos y eslovacos se proponían cosas que no quebraban directamente el dominio militar de Moscú. Si en 2014 la aspiración era el vínculo con la UE, en 1968 eran derechos básicos: libertad de prensa, legalización de otros partidos y derecho a la huelga. También entonces los ocupantes esgrimieron multitud de razones. Oficialmente fue una intervención militar en defensa del socialismo y las posiciones de clase. Al fin y al cabo en Checoslovaquia no había una "población rusa" a la que proteger.

La invasión de más de 250.000 soldados de la Unión Soviética, Bulgaria, Hungría y Polonia en la noche del 20 al 21 de agosto de 1968 puso fin a las reformas sociales y económicas y marcó el comienzo de dos décadas de duras políticas dictadas por los soviéticos. Fue la llamada "Normalización". Trescientas mil personas se exiliaron durante los siguientes años.

Un periódico arrancaba su crónica de ese 21 de agosto así: "Ira, horror y desprecio". Los números exactos todavía se discuten, pero una estimación señala que 137 civiles murieron y 500 resultaron heridos. De esa amargura urbana nació una canción: 'Modlitba pro Martu' (Oración por Marta), un himno contra la invasión. Su intérprete, Marta Kubisova, fue puesta en la lista negra por el régimen y no pudo cantar hasta la llegada de la democracia. Kubisova todavía vive, y es la escogida para poner con un concierto el colofón al programa de actos con los que la capital checa recuerda aquel verano caliente de 1968.

Igual que en la invasión de Ucrania hace cuatro años, aquella medida fue ampliamente denunciada en todo el mundo, aunque ningún país intervino en defensa de la nación acosada. Praga causó división entre los regímenes comunistas en Europa del Este y en toda la izquierda europea de entonces. Una consecuencia central de la Primavera de Praga, como escribió Tony Judt en su libro 'Posguerra', es que "nunca más sería posible sostener que el comunismo descansaba en la voluntad popular".

Hoy, una cuarta parte de los rusos cree que las autoridades soviéticas tenían razónal ordenar la supresión de la Primavera de Praga con la vía militar, mientras que el 13% considera que esas acciones fueron un error, según una encuesta reciente. Los estados checo y eslovaco son hoy democracias cada vez más prósperas y miembros de la OTAN y la UE. Pero el camino no fue fácil: el depuesto Dubcek, que creyó que era posible abanderar un "socialismo con rostro humano", acabó de guarda forestal y no rió por última vez hasta que fue recibido como un héroe en la Plaza de Wenceslao después del triunfo, esta vez definitivo, de la Revolución de Terciopelode 1989.

Esa sonrisa de las sociedades liberales abiertas imponiéndose al dogma y al miedo ha perdido piezas dentales: en EEUU con Donald Trump, en Reino Unido con el Brexit o en Italia, Hungría, Polonia con los populistas xenófobos en el Gobierno. Y también en la burbujeante democracia checa, donde en las elecciones de octubre irrumpió un partido de ultraderecha alineado con las posiciones del Kremlin. Además, Milos Zeman, el presidente checo, parece más cómodo con Moscú que con Bruselas. Asimismo, los comunistas han vuelto: no están formalmente integrados en la coalición de gobierno pero se han convertido en un socio imprescindible tras salvar al acaudalado primer ministro de un voto de censura a cambio de algunos retoques en la política gubernamental y un cierto papel en la gestión de los servicios públicos. Aunque nunca tuvieron menos apoyo (7,8% del voto), es la primera vez que los comunistas tocan poder desde la Revolución de Terciopelo, que acabó sus 41 años de dictadura. Han propuesto una ley de referéndum que podría sacar al país de la UE o la OTAN. Su regreso a la primera línea ha ocasionado manifestaciones en Praga, pues muchos recuerdan sus métodos totalitarios cuando eran el único partido.

El actual líder de la formación comunista, Vojtech Filip, se ve obligado a responder estos días por la represión que sus camaradas de entonces practicaron durante años tras la invasión decretada por Moscú. Se defiende recordando que el Politburó de la URSS apenas tenía un miembro que fuese ruso y que el líder, Leonid Brezhnev, "era de Ucrania". Es cierto que algunos de los líderes que con más entusiasmo animaron al Kremlin a una invasión fueron los de Alemania del Este y Polonia (unos países donde el comunismo tenía poco arraigo popular) porque temían un contagio.

Como siempre en Europa del este, las cosas tardaron en suceder, pero después pasaron rapidísimo. En cierta manera, todo empezó con Franz Kafka: en 1963 hubo un congreso sobre el escritor, un autor tabú por muchas razones, entre ellas porque había adelantado en la ficción la realidad del gobierno totalitario moderno. Escritores como Milan Kundera empezaron a criticar que las cosas estaban muy lejos de parecerse a la utopía socialista. La desestalinización de Nikita Jruschov había llegado con algo de retraso a Checoslovaquia, que era tal vez la república socialista más avanzada socialmente. Y siguió evolucionando pese al tirón de riendas de Brezhnev, que nunca se fió de Checoslovaquia: un país con dos almas, un componente burgués importante y un estancamiento de la economía durante esos años que activaba todo tipo de sentimientos ajenos a la ortodoxia soviética. En 1967 los estudiantes de Praga se manifestaron contra los cortes de electricidad en la universidad: el eslogan era "Más Luz", y todo el mundo supo interpretar que había algo más. Fueron duramente reprimidos, pero no escarmentados.

Alexander Dubcek fue elegido secretario general del Partido Comunista en enero de aquel 1968. Pronto se empezó a trabajar en un estatus para Eslovaquia, la rehabilitación de las víctimas y, con una cautelosa transición de 10 años, la concurrencia de distintos partidos a las elecciones. En junio quedó abolida la censura y así afloraron los mensajes pidiendo cambios de mayor calado y más veloces. Y también críticas al Kremlin. "Se trataba de un país libre, la criminalización de los opositores políticos había desaparecido", explica el autor checo Jiri Pehe, autor de 'Las tres caras del ángel', que narra la historia de su país a través de las vivencias de una familia.

En agosto con los tanques surcando las calles quedó clara la incompatibilidad entre la iniciativa de los reformistas checos y la sumisión a toda costa que exigía el Kremlin: la obediencia de después fue parecida a la de antes de la primavera. En Praga es conocida la historia de la anciana checa que escribió una carta al comité del Nobel, pidiéndole que otorgase el Premio Nobel de Medicina al predecesor de Dubcek, Antonin Novotny, por "su capacidad de trasplantar el corazón de la gente al culo de la URSS".

"En 2014 los actuales líderes de Rusia observaron con horror las manifestaciones de Maidan en Ucrania, la Doctrina Brezhnev también apuntaba a evitar un efecto dominó", dice Andrei Kolesnikov, analista del centro Carnegie en Moscú, que cree que el éxito de la resistencia en un país podría haber inspirado la liberalización en sus vecinos.

Con el desengaño de Praga el movimiento comunista internacional dejó de tener su eje en Moscú. El eurocomunismo cobró la relevancia que necesitaba la idea europea, e hirió de muerte a la narrativa marxista. Hoy en capitales del viejo bloque socialista como Varsovia, Bratislava o Budapest la gente en la calle denuncia que se está gestando un nuevo tipo de tiranía bajo el estandarte populista. En el lúdico 68 de los países capitalistas la instancia burguesa absorbió la fiesta contracultural, que no llevó a sus líderes muy lejos en política. Pero en Praga -como en Vilna o Varsovia- los cabecillas de las barricadas o el exilio acabaron llegando al gobierno y cambiaron las cosas para siempre. Aunque hoy la idea de las zonas de influencia de Moscú vuelve a discutirse porque está, de nuevo, sobre la mesa.

Ocupados hasta casi el fin de la URSS
Leonid Brezhnev dudó durante semanas. Pero después fue implacable. Algunos vecinos de Praga cuentan que pensaron que eran autobuses acelerando por la avenida. Los soviéticos lo llamaron 'Operación Danubio: más de 250.000 soldados, 2.300 tanques y 700 aviones de los ejércitos de la Unión Soviética, Hungría, Polonia y Bulgaria cruzaron la frontera poco antes de la medianoche. La República Democrática Alemana también estaba detrás, pero con la contención necesaria de quien sabe que el regreso de soldados alemanes a Praga inflamaba la situación. El contingente fue aumentando en los días siguientes hasta llegar a 750.000 soldados y 6.000 tanques. Pronto los carros de combate quedaron rodeados de manifestantes, que levantaron barricadas con tranvías. Delante del edificio de la Radiodifusión checa murieron las primeras decenas.

Las tropas soviéticas se quedaron de manera estable, y las de los demás países se retiraron a finales de 1968. El número de rusos que residen y trabajan en la República Checa ha estado creciendo constantemente en los últimos años hasta 37.000. De vez en cuando se topan con pintadas que dicen "Russians go home". Hasta 1991 los checoslovacos no vieron partir al último tren de soldados rusos.

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