Perfil El Confidencial, 07.03.2017 Argemino Barro
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Su vida se ha adaptado a la Casa Blanca, donde trabaja, tuitea, duerme poco y ve mucha televisión. Tres horas al levantarse y otras tantas de noche. Su estilo no se hace a la presidencia, si no al revés
La vida babilónica de Donald Trump se ha adaptado a la Casa Blanca, donde trabaja, tuitea, duerme poco y ve mucho la televisión. Tres horas cuando se levanta y otras tantas de noche. Su estilo no se hace a la presidencia, si no al revés. Es la presidencia la que se contorsiona bajos sus hábitos, férreos y caóticos a la vez.
Donald Trump es un hombre de rutina, como se vio en campaña. A diferencia de sus rivales en la carrera presidencial, que se quedaban a dormir en los estados donde hacían campaña, el magnate siempre volvía a dormir a su cama de oro y mármol de la Torre Trump. En una ocasión dio un mitin nocturno en Claremont, New Hampshire; luego voló a Nueva York. A la mañana siguiente, vuelta a Claremont para otro acto.
El presidente puede estar varios días sin salir a la calle; durante décadas ha vivido y trabajado en el mismo edificio, la Torre Trump de la Quinta Avenida. “Es un hombre al que le gusta estar en el sillón con una buena hamburguesa con queso y le gusta ver la televisión. Es una persona casera”, declaró Roger Stone, su amigo y asesor.
Esta premisa, el gusto por guarecerse, permanece. Su jornada empieza muy temprano, a veces antes de las seis de la mañana, juzgando por los tuits que envía desde su viejo Android y que suelen marcar la agenda del día. Ve la televisión, a las 9 llega al despacho oval, y sobre las 6:30 se retira de nuevo a sus dependencias, en soledad.
“Él valoraba la habilidad de tener su fortaleza, de que se lo llevaran todo, y de dirigir todo bajo el mismo techo”, dice El Confidencial Gwenda Blair, profesora de periodismo de la Universidad de Columbia y autora del libro “The Trumps: Three generations of builders and a president” (Los Trump: Tres generaciones de constructores y un presidente). Aunque, para Blair, la piedra angular de su rutina es la televisión.
“Todo va de imagen y ese es su mundo; está completamente sumergido, ve televisión todo el rato”, dice Blair.
“Es un mundo que no está basado en hechos, sino en tener una noticia, una historia absorbente, algo que atrape la atención de la gente. Esa dependencia ha sido una fuente de poder. Es una debilidad en términos de hechos, pero es una fuerza en términos de tener casi una memoria muscular de saber cómo reaccionar. Es como un músico, como una atleta; algo completamente instintivo”.
Su apego a la pantalla se puede comprobar mirando su cuenta de Twitter; muchas veces hace referencias a cosas que acaba de ver en Fox o en MSNBC, y en ocasiones sus políticas nacen de la reacción inmediata a las noticias. Una vez, un comentarista de Fox propuso cortar la financiación federal a la Universidad de Berkeley por vetar la conferencia de un ultraderechista; minutos después, Trump adoptaba la idea en Twitter.
Si no están su esposa Melania y su hijo pequeño, Barron, afincados en Nueva York la mayor parte del tiempo, el único que se pasa por sus dependencias es el jefe de seguridad que tiene desde hace 18 años, Keith Schiller. Normalmente la seguridad está a cargo del Servicio Secreto, con ayuda de policías locales. Pero Trump ha dado rango oficial a su servicio privado, un gesto sin precedentes.
'The New York Times' publicó un relato crepuscular de la vida en la Casa Blanca, basado en decenas de entrevistas con empleados del Gobierno; empleados que tienen miedo a mandar emails o hablar por teléfono para evitar que se les cace filtrando información a la prensa. El artículo describe a Trump viendo la televisión en albornoz, recluido mientras su equipo elucubra en las sombras del Ala Oeste.
Lo del albornoz (bata de baño) fue el detalle del artículo que más molestó a la Administración. El portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, acusó al diario de falsedad porque Trump “ni siquiera posee un albornoz”. Inmediatamente después afloraron en las redes sociales decenas de fotos de Trump posando muchas veces en bata blanca.
Su manera de gestionar tampoco ha cambiado, según Gwenda Blair.
“Durante su carrera en el sector inmobiliario y los casinos crear conflicto fue su forma de hacer las cosas: poner a sus subordinados en conflicto entre ellos para que no creen alianzas y sean fieles a él. Todos compitiendo por su atención y aprobación”, declara. “Si creemos que lo que estamos viendo ahora en la Casa Blanca es cosa de la transición, de que todo el mundo se está adaptando y que luego se calmará… No, no. No lo creo”.
A diferencia de sus antecesores inmediatos, Barack Obama y George W. Bush, que dedicaban su primera hora matinal a hacer ejercicio y que vigilaban su dieta, Donald Trump sigue hábitos más en línea con el ciudadano medio. Mide 1,92 y pesa 108 kilos, lo cual indica sobrepeso. Le encanta la carne roja muy cocinada, “como una roca”, en palabras de su exmayordomo; es fan del Big Mac servido en bandeja de plata cuando viaja; le gusta el pollo frito, la pizza, el bacon, las patatas Lays y la Coca Cola Light. No fuma, no bebe café ni alcohol; lo más parecido es un “Virgin Bloody Mary”, zumo de tomate con hielo. En ocasiones especiales se bebe una Coca Light con extra de azúcar.
El único deporte que hace es jugar al golf, aunque ni siquiera camina de pista a pista. Según fuentes cercanas citadas por Axios, durante la campaña consideraba sus mítines como ejercicio suficiente, igual que el trabajo en sí. Apenas duerme; a veces se pone a tuitear antes de las seis de la mañana, para marcar la agenda del día, y puede llamar a sus allegados a cualquier hora,incluida la 1:30 o a las 4:30 de la madrugada.
El presidente parece tener una confianza ilimitada en su organismo de 70 años; otro rasgo más de la hiperseguridad en sí mismo que intenta proyectar en todo momento y que tiene su origen, según él, en los genes. “Soy un gran creyente en los genes”, ha dicho muchas veces. “Creo que nací con la voluntad de éxito porque tengo cierto gen”, declaró a CNN en 2010. Otro biógrafo, Michael D’Antonio, dice que Trump da por sentado que puede vivir así “simplemente porque es quien es”.
Gwenda Blair dice que esta es otra marca de la familia Trump, la autoconfianza ilimitada y la extrema competitividad. “Su padre crio a los hijos para ser extremadamente competitivos: si estás despierto, estás compitiendo. Es la razón de estar vivo: pensar siempre, siempre, siempre en cómo ganar. Tomar lo máximo para ti mismo y dejar lo menos posible para los demás. Gente con la que he hablado dice que, si no le hablas de hacer dinero, su mirada se desviará. Si no hay beneficio, no es interesante”.