Cien años ‘manchados’ de rojo

Reseña de libro [Josep Fontana en 'El siglo de la revolución']
El Mundo, 07.03.2017
Ángel Vivas
  • Josep Fontana reivindica la política como historiador y ciudadano en su nuevo libro, 'El siglo de la revolución'.

Ernesto che Guevara, Fidel Castro, Calixto García, Ramiro Valdés y Juan Almeida en una foto de archivo durante la revolución cubana. (Getty)

El terremoto que fue la revolución rusa de 1917, en cuyo centenario estamos inmersos, no sólo marcó el inicio del siglo XX, sino que caracterizó a éste en tanto que las décadas siguientes vieron la lucha por extender esa revolución o por combatirla. El siglo XX puede verse, así, como El siglo de la revolución, tal como titula el historiador Josep Fontana su último trabajo, aparecido en Crítica. Un trabajo que reivindica la política en un doble sentido que Fontana deja muy claro: «La historia no se entiende si se prescinde de su dimensión política, y tan sólo a través de la política, esto es de la acción colectiva, se puede modificar la realidad social».

La revolución rusa se convirtió en lo que se sabe. Para Fontana, «Stalin renunció a la acción revolucionaria para dedicarse tan sólo a la salvación del Estado soviético, con unos costes humanos intolerables». En cuanto al papel reactivo de la revolución, sostiene que «la secuencia miedo a la acción revolucionaria, concesiones políticas y sociales para evitar que se reproduzca se da después de la Revolución Francesa en la Alemania entre el siglo XIX y el XX, cuando Gustav Schmoller afirma que "la revolución puede evitarse siempre con las reformas oportunas", y ante la amenaza de la expansión del comunismo en el siglo XX».

«Pero que el miedo sea un elemento que favorece el reformismo», añade, «no significa que haya que reducirlo todo a esto. La socialdemocracia fue, en sus tiempos creativos, algo más que un antídoto al comunismo. Su papel en la tarea de mejorar las condiciones de vida de la mayoría fue muy importante. El problema fue que una vez conseguidos los primeros resultados se acomodaron y se contentaron con ayudar a conservar una situación que se iba degradando. Una ojeada a la actuación del trío formado por Bill Clinton, Tony Blair y Felipe González lo ilustra a la perfección».

En el libro, Fontana sostiene que el Tratado de Versalles (que cerró la Primera Guerra Mundial) no fue tan duro con Alemania como se suele decir. En la entrevista, añade:

«Que no fuese tan duro como las condiciones impuestas a otros por los propios alemanes tras sus victorias en 1870 o en la Segunda Guerra Mundial no significa que no lo sintiesen como una de las causas principales de sus problemas. A Hitler, que no llegó al poder por la fuerza de los votos como en ocasiones se dice, le ayudaron a ganar el apoyo de los alemanes las medidas para paliar el paro, la preocupación por los olvidados por los políticos de Weimar (como los campesinos), la defensa de los valores culturales tradicionales y hasta su actuación racista, que coincidía con los sentimientos de la mayoría».

Desencadenadas las furias de la nueva carnicería, Hitler no estuvo solo en el museo de los horrores. En el libro, apunta al papel de Japón en este terreno.

«En las guerras todos cometen crímenes, aunque sólo se hagan públicos los de los vencidos», dice. «En el caso de Japón, la voluntad de imponerse a masas de población muy superiores cuantitativamente a sus ejércitos no podía consolidarse sino con la parálisis a que induce el terror. Y lo practicaron en gran escala, alentados además por la convicción de su superioridad racial».

Sobre el carácter ético de la guerra del 39 (definida por Michael Burleigh como un combate moral), dice Fontana:

«La Segunda Guerra Mundial la iniciaron Alemania y Japón, para cuyos planes era necesaria. A los demás no les quedaba más remedio que resistirse. Piense que Hitler no sólo pretendía invadir Gran Bretaña, sino que tenía como objetivo a largo plazo atacar a los Estados Unidos, para lo cual deseaba negociar con España la cesión de una isla en Canarias desde la cual pudiesen despegar sus bombarderos. Y los planes a largo plazo de Japón aspiraban a abarcar medio mundo».

Luego vino una guerra distinta, la llamada Guerra Fría, sobre la que Fontana precisa que fue un conflicto no entre el comunismo y el llamado mundo libre, sino entre las fuerzas armadas de la libertad de empresa y todo lo que se les oponía. «Lo que me parece evidente», concreta, «es que el llamado mundo libre que se oponía al bando comunista era una amalgama que incluía un gran número de dictaduras, monarquías absolutas y gobiernos corruptos. O sea que debía tener algún objetivo distinto al de la defensa de la democracia, puesto que para ello hubieran debido empezar por limpiar la casa. Harold Pinter dio una espléndida visión del problema en su discurso de recepción del Premio Nobel en 2005». [Pinter acusó a EEUU de haber apoyado, y en muchos casos engendrado, cada dictadura militar aparecida en el mundo después de 1945].

A los historiadores no les gusta hacer proyecciones, ni siquiera hablar del presente, pero para los periodistas son tentaciones irresistibles. «Una de las primeras cosas que aprende un historiador es que el ejercicio de la profecía es un oficio condenado al fracaso», dice Fontana.

«De lo que sucede en la actualidad en los EEUU», añade, entrando en lo que le pide el periodista, «me intriga sobre todo la mutación del modelo económico que se está produciendo; pero lo que acaben siendo las líneas globales de la política de Trump resulta difícil de prever, entre sus contradiciones actuales y la incógnita que representa el papel de Steve Bannon. Queda mucho por ver».

La historia no ha terminado.

No hay comentarios

Agregar comentario