Demasiado pragmática y poco principista se muestra la política exterior del actual gobierno

Embajador Juan Salazar Sparks¹

La política exterior chilena ha buscado mantener -tradicionalmente- un equilibrio entre principios e intereses nacionales. De esa manera, cuando en una determinada situación la acción de nuestro país ha estado guiada, por ejemplo, por la promoción de la democracia y el respeto por los derechos humanos, lo que estamos implementando en el exterior es nuestra visión sobre valores que son tanto universales como parte de nuestra convivencia nacional. Cuando ante esa misma coyuntura la posición chilena se determina por consideraciones de orden geopolítico, estrategias de desarrollo y/o intereses políticos concretos, decimos que ha primado el pragmatismo. La decisión del presidente Salvador Allende, al comienzo de los años setenta, de reconocer el pluralismo ideológico al tratar con el régimen militar argentino de la época (Lanusse) fue un claro ejemplo de pragmatismo, a fin de encausar en una senda favorable las relaciones bilaterales con nuestro vecino transandino. A su vez, en 2003 la decisión del presidente Ricardo Lagos de no acompañar a los EE.UU. en su intervención militar unilateral en Irak y mantenerse firme en la línea de que era el Consejo de Seguridad de Naciones Unidos (Chile era miembro no permanente del mismo) la instancia donde resolver la crisis, fue una muestra principista de apoyo irrestricto al multilateralismo.

El equilibrio entre estas dos perspectivas no es algo fácil de obtener siempre. Sabemos, por otro lado, que la política es por definición el manejo de contradicciones, porque se enfrentan intereses muchas veces contrapuestos. Pero lo anterior no justifica, ya sea por comodidad o para evitar mayores riesgos políticos, el caer en forma recurrente en ese viejo adagio de la Cancillería chilena de que ''el que nada hace, nada teme''. Eso, aplicado al escenario internacional, quiere decir que si Chile hace vista gorda ante el cumplimiento de las normas del derecho internacional o del respeto de principios universales por parte de terceros países, buscando no afectar las relaciones bilaterales con ellos, podríamos estar imprimiéndole a nuestra política exterior un carácter hiperrealista pero rayano en el cinismo, que es -en todo sentido- una mala práctica.

Gracias a una actitud consecuente y a la constancia de la diplomacia chilena, es que el país se ha ganado un alto prestigio en el campo externo, sobre todo en los foros internacionales. Todavía reverbera entre nosotros el cuento del diplomático centroamericano en Naciones Unidas que, ante una determinada situación, recibió la instrucción de su gobierno para que votara como lo iba a hacer Chile. Ese prestigio, sin embargo, puede perderse fácilmente si se rompe el equilibrio entre principios e intereses por un asunto de mera conveniencia o comodidad.

En los primeros meses de gestión del actual gobierno se advierte un poco ese peligro de acentuar lo pragmático en desmedro de lo principista. Sea por el notorio activismo internacional con que irrumpió la Administración Bachelet, su ansiedad por mostrar cambios con respecto al gobierno anterior o su tendencia hacia posturas populares para estar bien con todos, o bien, en última instancia, el énfasis del Canciller Muñoz por un estilo diplomático personalista, lo cierto es que se ha producido una seguidilla de improvisaciones, descuidos o errores en la formulación de la política externa chilena que, de mantenerse en el tiempo, pueden dañar la imagen de Chile. Veamos algunos ejemplos concretos:

El primer paso en falso fue el criterio fijado para los nombramientos de embajadores chilenos. Tal como dijimos en un número anterior [El errado perfil del Canciller Muñoz sobre el diplomático chileno. 'Opiniones', N*2 (7) 2014], el hecho de recurrir supuestamente ''a políticos destacados, mujeres, y diplomáticos jóvenes'' para ocupar dichos cargos no constituía una “combinación virtuosa” sino -al contrario- una fórmula para acentuar el grado de politización de la Cancillería, descuidar el nivel de profesionalización en la misma y -ulteriormente- romper la esencia de la carrera funcionaria basada en ascensos por méritos y antigüedad. A su vez, se ha aplicado en forma literal e irrestricta la facultad presidencial (Constitución de Pinochet) para nombrar embajadores sin conocimiento del Congreso y en desmedro del servicio exterior chileno.

Una segunda señal dubitativa la dieron la Cancillería y su equipo de expertos al mostrarse reacios inicialmente a impugnar la competencia de la Corte Internacional de La Haya en el caso presentado por Bolivia, sobre todo inseguros de hacerla a través de exenciones preliminares. Felizmente, la opinión de ex presidentes y de diversos especialistas en el tema pusieron presión para que el gobierno se aviniera hacer la presentación del caso a último minuto .

Otro episodio es el que se enmarca dentro de la tentación por criticar al gobierno anterior, en este caso por su supuesto desinterés por América Latina. De acuerdo a esa falacia, es necesaria una apertura hacia Brasil en particular y hacia el Mercosur en general, en lugar de seguir apostando ''ideológicamente'' por la Alianza del Pacífico. Ante semejante confusión entre propaganda e intereses, el director general económico tuvo que salir al paso y confirmar que el referido esquema de cooperación con México, Colombia, Perú y Chile era una prioridad para nuestro país. El Canciller tuvo, entonces, que replantear la posición oficial y señalar ahora que Chile buscaría la convergencia entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur. Por cierto, hay que aclarar tres cosas: la estrecha relación con Brasil no es algo que sólo atañe al interés de Santiago sino -sobre todo- a una disposición favorable y real de Brasilia; la Alianza del Pacífico nunca se definió como una instancia ideológica per se en la región (anti-ALBA o anti-Mercosur) sino que se basa en la apertura económica y en la liberación comercial (regionalismo abierto); y es muy difícil que, en las actuales circunstancias, la Alianza pueda unirse con el Mercosur, que es un sistema de unión aduanera proteccionista.

El aparente ideologismo que caracteriza a la Nueva Mayoría se exhibe claramente en la política exterior cuando Chile se muestra indiferente ante la represión que está aplicando Maduro en Venezuela (ni hablar de la libertad de prensa y la democracia afectadas por varios gobiernos populistas de la región). Existe un alto grado de responsabilidad, tanto de la OEA (presidida por un chileno) como de Unasur (Chile es un miembro activo) en el escaso avance logrado en el diálogo entre gobierno y oposición en Venezuela y en la falta de compromiso de Maduro con los derechos humanos [véase Cuál es la salida a la profunda crisis venezolana. 'Opiniones', N* 4 (6) 2014]. La inexistencia de una reacción chilena a este doble estándar en la región es penosa, sobre todo después de la experiencia que viviéramos durante la dictadura militar y el prestigio mundial que hemos ganado defendiendo la causa de derechos humanos y la democracia.

La falta de coherencia que se advierte en nuestra política externa quedó también demostrada en una polémica visita presidencial a Angola. El que Chile procure aumentar su presencia en África es loable y largamente esperado, o bien, que busquemos alternativas de abastecimiento energético es a todas luces necesario. El problema es que una cosa es el petróleo como commodity y otra muy distinta es apoyar una dictadura de 35 años y comprometerse con Angola para que sea miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

Para completar este conjunto de acciones contradictorias en el exterior, cabe consignar la reacción favorable de algunos con las represalias rusas por las sanciones económicas impuestas por EE.UU. y la Unión Europea. El suspender la importación de productos agrícolas de esos mercados y anunciar la intención de abastecerse de los sudamericanos parece atractivo para los exportadores chilenos. Pero sería, otra vez, altamente inconveniente que confundamos el mercantilismo con los graves antecedentes que dieron lugar a las sanciones occidentales. La intromisión de Putin en Ucrania es un grave precedente [véase El zar Vladimiro a la búsqueda del imperio perdido. 'Opiniones', N*3 (6) 2014], del cual Chile no puede mantenerse ajeno.


Bibliografía:

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