Democracias vs. autocracias: amenazas al sistema internacional

Ensayo
OpiniónGlobal, 15.07.2024
Editor

Sistema y actores
El mundo transita gradualmente hacia un sistema internacional multipolar; es decir, hacia un esquema de equilibrio entre varias potencias. El polo principal sigue siendo los EEUU, aunque su debilidad gradual lo está alejando crecientemente de los compromisos externos (aislacionismo) y a depender cada vez más de sus aliados. Un segundo polo en importancia es la emergencia de China, sobre todo por su poderío económico que le brinda gran influencia en vastas regiones del mundo. Pero, como “hace trampas” en el comercio internacional (comercio injusto), estaríamos en presencia de una nueva guerra fría (guerra comercial sino-norteamericana). Un tercer polo lo constituye Rusia, por su imperialismo militar y ser el mayor poseedor de armas nucleares en el mundo, a pesar de sus debilidades económicas y atraso tecnológico. Y, a futuro, la India pareciera consolidarse como un cuarto polo, dado su gran tamaño, su dinamismo económico y su avance tecnológico. Esta potencia ascendente ha evitado, por ahora, censurar públicamente a Rusia por su ataque a Ucrania, prefiriendo su neutralidad y la necesidad de resolver el conflicto por la vía diplomática. Eso sí, a la postre el desafío de Nueva Delhi es que, siendo un socio tradicional de Rusia (compra de armamentos), es también un archirrival de China.

Con todo, si bien para los teóricos de las relaciones internacionales el sistema multipolar sería más estable que el unipolar, el que por definición es hegemónico (Ej.: Pax Americana) e, incluso que uno bipolar (Ej.: ruso norteamericano), la cruda realidad es que el sistema que se avecina presenta peligrosas grietas a raíz de múltiples conflictos locales, regionales y globales.

Conflictos
La grieta más evidente en la política internacional del momento es la que se observa entre sistemas políticos distintos y competitivos: democracias vs. autocracias. En las últimas décadas los regímenes dictatoriales o iliberales han crecido significativamente, a raíz de factores tales como la mala gobernanza, la alta polarización, y la desinformación. Dicho aumento se ha traducido, a su vez, en más conflictos y en un mundo más inestable.

En cuanto a las democracias, según estudios para 2022 (V-Dem de Suecia), solo 34 estados en el mundo (de un total de 194) pueden calificarse como democracias plenas. Destacan entre ellas, EEUU, la UE, la OTAN y países desarrollados como Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda. Respecto del segundo grupo, se ha conformado un nuevo “Eje del Mal” ampliado o “Alianza de la disrupción”, con Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Siria, Venezuela, Cuba, Nicaragua, ISIS, Hezbullah, Hamas, así como varios países subdesarrollados. En otras palabras, se trata de un conjunto multifacético de actores disruptivos o perturbadores que buscan trastocar el sistema internacional imperante.

Entre esos dos bloques, se ubican una parte de las naciones en desarrollo, donde impera el neutralismo, aunque los demás miembros de BRICS tienden a solidarizar con Rusia y China, asumiendo que con ello fortalecen un supuesto Sur Global y que se posicionan mejor frente a la hegemonía de los EEUU. Pero la postura general de los BRICS tenderá a radicalizarse ahora con la inclusión de la islámica y militante Irán. Otros países medianos, en cambio, como Argentina (con Milei, no así el kirchnerismo), Chile, Perú o Colombia (sin Petro), o bien, como Egipto, Jordania y los Emiratos en el Medio Oriente, mantienen ya sea sus tradicionales credenciales democráticas o son prooccidentales; y en Asia, tienden a predominar los estados con históricas aprehensiones respecto de Beijín.

¿Un nuevo orden mundial?
Rusia, China y sus socios pretenden un nuevo orden mundial, uno con sus propias reglas contrarias al actual modelo democrático liberal. Han ofrecido “relaciones internacionales de nuevo tipo”, o bien, “un mundo multipolar más justo”, pero sin especificar mucho más. Los autócratas son contrarios al status quo y pretenden imponer una no intervención estricta en los asuntos internos, donde cada uno pueda elegir el régimen político que desee y respete los derechos humanos según su propia cultura y no como un valor universal. Pero, como las relaciones internacionales se regirían por el mero entendimiento entre las grandes potencias (la fuerza) y no por reglas generales (el derecho), la no intervención y la integridad territorial de los estados más débiles se verán permanentemente pasadas a llevar.

En ese nuevo sistema internacional no habrá necesariamente una lucha ideológica entre bloques, como ocurrió durante la guerra fría (Capitalismo vs. Comunismo), sino más bien una carrera hegemónica de todos contra todos para imponer los respectivos intereses nacionales y fijar las normas de los más poderosos. Con ese fin, la “Alianza de la disrupción” plantea una nueva Conferencia de Yalta, una que reparta zonas de influencia bajo determinadas potencias regionales en una suerte de “balcanización” del mundo. O sea, una fragmentación de las regiones en estados más pequeños, mutuamente hostiles y que no cooperan entre sí.

Guerra sistémica
La amenaza global más peligrosa que se plantea hoy es el carácter sistémico de la guerra en Ucrania. Las tensiones internacionales generadas por la agresión no provocada de Rusia podrían llegar a desembocar en una tercera guerra mundial.

Como contexto del conflicto, Putin representa al Hitler del siglo XXI y, su régimen gansteril, es otra autocracia más en la historia rusa. En el imperio plurinacional de Moscú prevalece una cultura mesiánica, donde no hay instituciones sino movimientos que apoyan una gran causa o un líder fuerte. Tampoco existe el estado de derecho.

Así, animado por sentimientos antioccidentales y revanchistas, el líder del Kremlin justificó la invasión, en los inicios del conflicto, bajo el supuesto de que Ucrania y Rusia tenían un mismo origen histórico y geográfico y, por tanto, Moscú debía desmilitarizar y desnazificar el régimen de Zelenski (un ucraniano judío y ruso parlante). Como aquello no ocurrió, el argumento cambió y Putin pasó a sostener que Rusia necesitaba detener la expansión de la OTAN en sus fronteras. Sin embargo, la propaganda rusa dista mucho de la realidad, ya que los ucranianos quieren ser independientes, democráticos y pro europeos; la ampliación de la OTAN se debe a la amenaza que implica Rusia para sus vecinos; y -al final- lo que realmente teme Putin es a la influencia democratizadora (negativa) que ejercen las “revoluciones de color” respecto de su sistema despótico interno.

Escalada y vasos comunicantes
Ante el relativo estancamiento militar en Ucrania, Putin ha seguido una estrategia de escalada: Frente a cada acción de sus adversarios, Moscú retruca con una amenaza mayor, siendo el recurso final el uso del arma nuclear. Además, la invasión territorial rusa va acompañada de una guerra política o híbrida y de operaciones de desinformación, a fin de paralizar a Occidente, producir divisiones entre los miembros de la OTAN y, en definitiva, inhibir en EEUU y en Europa la voluntad política de sus líderes.

De vencer en Ucrania, los objetivos siguientes de Putin podrían ser Armenia, Georgia, Moldova, los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), Rumania y, eventualmente, Polonia. Pero las amenazas no se limitan a Europa Oriental. Tal como afirma el historiador escocés Niall Ferguson, hay vasos comunicantes directos entre la guerra de Ucrania y el conflicto Israel-Hamas en Gaza o, eventualmente, Israel-Hezbollah en El Líbano, el desafío de China sobre Taiwán, y las amenazas balísticas de Corea del Norte. Es que, debido al apoyo de la OTAN a Ucrania, Rusia ha recurrido a sus pocos, pero firmes socios, como China (tecnología militar y microelectrónica), Corea del Norte (municiones de artillería), y su proxy Irán (drones), con el fin de abrir nuevos frentes bélicos en el Medio Oriente y en el Indo Pacífico para aprovechar la sobre extensión estratégica de Washington.

Otro historiador británico, Richard Overy, pronostica una III Guerra Mundial, a partir de los tres escenarios siguientes: 1) Irán desarrolla la bomba nuclear, incendiando el Medio Oriente con una reacción en cadena de Israel y EEUU, primero, y de Rusia y Corea del Norte, después; 2) China invade Taiwán, ante lo cual EEUU emplearía armas nucleares tácticas; y 3) Luego de la victoria rusa en Ucrania, se desata un ataque escalonado y generalizado de las autocracias en contra de EEUU y la OTAN (las democracias).

Liderazgo norteamericano
Se habla recurrentemente de la decadencia norteamericana, pero EEUU seguirá siendo por mucho tiempo la superpotencia líder del mundo. Y, como tal, se ocupará de una estrategia global dual para la defensa del “mundo libre” en dos frentes simultáneos: (a) La amenaza rusa sobre Europa Oriental, donde EEUU cuenta con el apoyo directo de Ucrania y la OTAN; y (b) Los diversos desafíos chinos en el Indo Pacífico, donde sus aliados principales son Australia, Corea del Sur, Francia, Gran Bretaña y Japón, aunque la India también se suma cuando se trata de la cooperación diplomática en determinadas iniciativas (dada su rivalidad con China).

A pesar de todas sus contradicciones y dudas internas (posible nuevo gobierno de Trump), así como al problema que plantean los “tontos útiles” que sirven a Putin en Europa (Fico-Pellegrini, Le Pen u Orban), Washington tiene claro que debe derrotar a Moscú en Ucrania para poder disuadir a Beijín frente a Taiwán, así como a los perturbadores más “exaltados” como Irán y Corea del Norte.

La China de Xi
China, a partir del vuelco paradigmático de Xi Jinping en el liderazgo chino, tiene sus propias ambiciones imperiales, aunque su accionar haya sido hasta ahora pacífico. La postura más asertiva de la diplomacia china se expresa hoy en la autosuficiencia económica, la guerra comercial con EEUU, y en el control del Mar de la China Meridional. Sin embargo, y a pesar de su creciente armamentismo, no ha recurrido al militarismo del tipo moscovita. Con todo, eso podría cambiar si Rusia derrota a Ucrania, lo cual sería un aviso para que Beijín termine invadiendo Taiwán.

La alianza entre China y Rusia (la “amistad sin límites”) es, en todo caso, algo circunstancial, puesto que se trata de un matrimonio de conveniencia entre socios desiguales: La decadencia está convirtiendo a Rusia en un estado clientelar de China, a la vez que los rusos temen la constante infiltración china hacia Siberia.

Con todo, la fuerte autocracia de Xi Jinping (estimulada por un culto a su personalidad) podría estar matando el exitoso modelo económico chino, debido a las inseguridades creadas por el fin de la democracia en Hong Kong, la crisis del negocio inmobiliario, la caída de la inversión extranjera, y el menor crecimiento económico.

Y los Ultras
Las protestas, desórdenes, revoluciones y las inestabilidades que todas ellas acarrean, son muestras de una “Era de la Ira” en el mundo, donde prevalece la violencia de extremistas y represores. Este no es un problema para las dictaduras (salvo el día que caen), sino otro desafío no menor para Occidente, dado el reciente avance del extremismo político a costa del centro democrático.

Una ola antidemocrática recorre el mundo, no solo azuzada por ciertas potencias imperiales, sino proveniente también desde el interior de las sociedades más avanzadas. Con la excusa de que existen liderazgos débiles o corruptos en Occidente, se han generado diferentes movimientos, tanto nacionalistas como populistas, que buscan desfondar la democracia liberal. Sus ideologías de derecha o de izquierda son predominantemente negativas, porque usan el antiliberalismo político simplemente para atacar los valores de Occidente en su conjunto.

La ultraderecha europea y la izquierda marxista o neomarxista latinoamericana, así como los fundamentalistas islámicos y los terroristas en general, coinciden en apoyar el autoritarismo interno y, en muchos casos, el aventurismo militar externo también, porque todos -más menos- rechazan la libertad, no respetan los derechos humanos y tienen de enemigo común a Washington, curiosamente la superpotencia más benigna entre los imperialismos existentes.

La eventual elección de Trump en EEUU, así como las victorias de los nacionalistas de Agrupación Nacional (Le Pen) en Francia y de la ultraderecha en el Parlamento Europeo, pueden ejercer presión para un cambio de la postura firme que ha mantenido hasta ahora la OTAN frente a la agresión rusa en Ucrania.

Chile y sus intereses
Por último, cabe preguntarse ¿cuál es el rol que le compete a Chile ante el sistema internacional ya descrito? Nuestro caso es bien particular, desde el momento en que, si bien tiene un gobierno de izquierda, con un ala revolucionaria inclusive (FA y PC), el presidente Gabriel Boric ha tenido algunas actitudes socialdemócratas, habiéndose declarado -por ejemplo- tanto a favor de los derechos humanos en Venezuela y Nicaragua como en contra de la agresión rusa en Ucrania.

Para definir la postura más conveniente para Chile frente a las incertidumbres que produce la pugna entre superpotencias y modelos políticos, es bueno tener presente cuáles son sus intereses nacionales y sus prioridades, de acuerdo con factores tales como su cohesión social interna, posición geopolítica, alianzas internacionales, y capacidades económicas, culturales y militares.

Nuestro país es, primer término, una potencia menor y alejada de los centros de poder mundial, razón por la cual ha sido un ferviente defensor de un orden mundial basado en el derecho internacional. Asimismo, la estrategia de desarrollo de Chile comprende una economía social de mercado, de recursos naturales, y abierta al mundo. Por lo tanto, depende del comercio internacional, teniendo como sus socios principales a China, EEUU y la UE.

En seguida, conforme a su historia y valores culturales, se considera como parte del mundo occidental libre y democrático, manteniendo afinidades especiales (“like-minded countries”) con países como Australia, Canadá, Francia, Japón, Nueva Zelanda y las naciones nórdicas.

Por su posicionamiento geopolítico, es un país sudamericano, oceánico y antártico, que controla una importante vía de comunicación marítima internacional: el Estrecho de Magallanes.

Tal vez la mayor vulnerabilidad chilena actual sea su decreciente nivel de cohesión social interna, fruto de la alta polarización política y de las crecientes tendencias populistas en el país. Como ocurre muchas veces, los peligros acechan no solo desde el exterior sino también internamente. Para evitar ese peligro, es fundamental un buen crecimiento económico capaz de sostener una red de seguridad social.

En definitiva, en caso de una confrontación mundial de EEUU-Occidente frente a Rusia-China-regímenes iliberales, probablemente Chile buscará evitar a toda costa una participación militar directa en el conflicto, pero sin llegar a declarar su neutralidad, como sí ocurrió en las primeras dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1943). Ello, porque en ese entonces las potencias beligerantes entre sí eran los mayores mercados para las exportaciones chilenas.

A la postre, en cambio, debiera ratificarse nuestra tradicional postura alineada con Occidente, sobre todo en lo que respecta a la defensa de la democracia y los derechos humanos. Pero, más allá de principios y valores, el pragmatismo aconseja optar por las democracias, ya que ellas garantizan el libre comercio y el transporte internacional mejor que las autocracias. Y, para ese fin, Chile deberá aportar sus recursos, posicionamiento geopolítico y activa diplomacia bilateral y multilateral en favor de la paz.

Así como es válido contar con una buena cohesión social interna, la política exterior chilena tiene que basar su rol internacional a partir de un ámbito vecinal consolidado (Argentina, Bolivia y Perú) y, en lo posible, asegurando con ellos un alineamiento conjunto prooccidental. Hay que evitar los sesgos ideológicos con nuestros vecinos (Ejs.: Boric-Milei, la izquierda chilena-Boluarte, Foro de Sao Paulo y Grupo de Puebla, políticas antisemitas, etc.). También, la presencia desmedida, ya sea de Venezuela o de Irán en Bolivia, como de capitales chinos sin contrapesos en el Cono Sur, pueden llegar a ser factores desestabilizadores para la región.

Finalmente, la proyección chilena hacia el Indo Pacífico es una prioridad crítica para la seguridad regional, el comercio internacional, y nuestra presencia en la Antártica. Por ello, el país no solo debe mantenerse activo en APEC sino profundizar sus vínculos regionales, particularmente con Australia, Corea del Sur, Francia, India, Japón y Nueva Zelanda.

1 Respuesta

  1. Excelente análisis, que comparto en su totalidad. Muy completo, objetivo y riguroso. Un verdadero aporte al
    pensamiento en materia de política exterior.

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