El dracma griego

Columna
Pulso, 09.07.2015
Iván Cachanosky, investigador económico Fundación para el Progreso (FPP)

Es importante destacar que el problema de la moneda en Grecia es secundario. Euro o no euro, si no hay austeridad fiscal continuarán los problemas económicos.

Bancos sin operar, límites de extracción en los cajeros con un límite a €60 diarios, salarios que solo pueden pagarse por transferencia; turistas que pueden retirar efectivo de los cajeros solo si tienen tarjeta emitida en el exterior, entre otras cosas. Así se encuentra Grecia en este momento. Pero, ¿cómo llegó a esta situación?

Grecia acumula años de déficit fiscal antes de su ingreso a la eurozona en 2001. En la década de los 90 hubo una tendencia a reducir el déficit, pero a partir de 1999 la tendencia se revirtió y el déficit comenzó a crecer de nuevo como porcentaje del PIB. Cuando se hace parte de la eurozona, la posibilidad de emitir dinero quedó descartada. Por esta razón, Grecia comenzó a endeudarse para afrontar su déficit y la deuda tomó un ritmo ascendente. La deuda creció a tal punto que el país le debe €240.000 millones (US$271.000 millones) a sus acreedores. Sin embargo, el déficit fiscal continuó empeorando, sobre todo después de la crisis subprime de 2008, aunque antes de la crisis el déficit fiscal continuaba incrementándose. No fue la crisis la que generó el déficit, pero lo hizo más grave. Sería sumamente injusto echarle la culpa a la crisis financiera de la situación griega.

Al analizar la historia del déficit fiscal griego se aprecia que desde hace 15 años hay una seguidilla de gobiernos irresponsables que se caracterizaron por gastar más de lo que sus ingresos fiscales les permitían. El costo ante este tipo de políticas sostenidas es que la sociedad en su conjunto se perjudica. Cada individuo con su trabajo y aportes empresariales generan riqueza en las economías, riqueza que gobiernos intervencionistas que no generan riqueza terminan destruyendo. Ya se observa una importante violación de los derechos de propiedad privada al limitar las extracciones que las personas pueden realizar. El Gobierno gastó más de la cuenta y ahora el dinero de las personas está en “jaque”.

Ante los problemas fiscales de Grecia, la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) emprendieron salvatajes al país para evitar la quiebra. El requisito era que el Gobierno griego vuelva a equilibrar sus cuentas para poder continuar en la eurozona. Grecia logró mejorar sus cuentas, pero no al nivel que la troika exigía. El 1 de julio venció el plazo para que el país pagara una cuota al FMI por €1.600 millones, aunque Tsipras adelantó que no lo haría. Si bien aún Grecia no entra en default, sino que en mora, las consecuencias de un default son solo cuestión de tiempo.

El 5 de julio se votó el referéndum donde “la población” rechazó los planes de austeridad propuestas por el Eurogrupo. Por su parte, la canciller alemana Angela Merkel endureció su postura al declarar que “depende de Grecia continuar en el Eurogrupo o no”. Si bien Tsipras prometió enviar una propuesta a la canciller, dando a entender que el país está cada vez más cerca de abandonar el bloque. En respuesta a esto, tras la victoria del “No”, el ministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varoufakis, renunció sorpresivamente a su cargo sosteniendo que con su ausencia se allanaría el camino para llegar a buen puerto en las negociaciones. De esta manera, se agrega incertidumbre sobre el futuro griego.

Abandonar el Eurogrupo implica abandonar el euro, con lo cual el país debería adoptar una nueva moneda o volver a instaurar su antigua moneda, el dracma. Para finalizar, es importante destacar que el problema de la moneda es secundario. Euro o no euro, si no hay austeridad fiscal continuarán los problemas económicos independientemente de la moneda que se utilice. El “dracma” de Grecia no es la moneda que adopte el país, sino la falta de austeridad y responsabilidad en el gasto público por parte de los gobiernos, que no son los que generan la riqueza de un país.

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