El Gran Impostor

Columna
El Líbero, 01.12.2016
Luis Larraín A., director ejecutivo de Libertad y Desarrollo

Quienes hemos conocido personalmente a Fidel Castro y conversado con él estamos conscientes del magnetismo de su figura, de la forma como su presencia llenaba los recintos y su carisma podía capturar nuestra atención. Pero sólo una incomprensible insensibilidad o un ideologismo extremo pueden llevar a ignorar que ese hombre le hizo daño a tanta gente durante tanto tiempo. ¿Cuál es la esencia de Fidel Castro? Es tanta la información que hay sobre sus 90 años de vida y los 50 en que dispuso hasta el más mínimo detalle de la suerte de más de diez millones de cubanos —e influyó también en la vida de cientos de miles  de habitantes de otros países—, que resulta interesante tratar de encontrar qué es lo esencial de su existencia.

Una cosa muy distinta es cómo se presentó Fidel Castro al mundo y cuál fue su verdadero rol. A él le gustaba ser reconocido como un líder de la dignidad y la justicia social, como lo calificó Michelle Bachelet, o como alguien que luchó contra la desigualdad e introdujo evidentes progresos sociales en Cuba, calificativos de Ricardo Lagos. También le gustaba ser señalado como un líder del anticolonialismo, especialmente de Estados Unidos, al que le atribuía todos los males del mundo. En este último afán contó con la complicidad de la prensa internacional de izquierda, más preocupada de tener una buena historia que de contar la verdad, y con artistas e intelectuales, que sienten una atracción fatal por el poder, más aún por el poder absoluto que puede transformarlos en beneficiarios de favores y dádivas.

Pero toda esa presentación no fue nunca más que una descomunal impostura.

Castro transformó el país que tenía el quinto  ingreso per cápita de América latina, tercero en expectativas de vida y cuarto en alfabetización, en uno de los dos más pobres de la región, con un salario mensual  promedio que apenas se empina sobre los 20 dólares, vale decir menos de 15 mil pesos chilenos. El buen nivel educacional que se le atribuye a Cuba hoy (no participa en las pruebas internacionales PISA, de modo que no hay cómo demostrarlo) ya existía en la época de Batista.

El líder de la dignidad transformó a Cuba en un paraíso de la prostitución, como lo han testimoniado miles de turistas y reportajes sobre la isla. El luchador por la desigualdad acumuló una inmensa fortuna que incluye una isla privada, yates de su propiedad y de sus hijos que se comparan a los de magnates internacionales, y acceso a toda la riqueza del país. Como si esto fuera poco, ungió a su hermano Raúl como su sucesor y el hijo de él, Alejandro, es hoy día el segundo hombre más poderoso de Cuba. La Revolución Cubana es, a fin de cuentas, una revolución monárquica.

Cuba es el reino de la mentira, de la arbitrariedad y del abuso. Por supuesto todo este andamiaje se sostiene por un sofisticado sistema de represión. Su base son los Comités de Defensa de la Revolución, instalados en todo el país. En cada cuadra de las ciudades cubanas hay uno de ellos en alguna casa cuyos moradores tienen una misión muy clara: ser soplones de la Seguridad del Estado, el mayor empleador de la Cuba castrista.

Los datos de Project Cuba son espeluznantes: 5.600 ejecutados, más 1.200 asesinados sin proceso. Cerca de 100 menores de edad fusilados. Otra cosa son todos los muertos en el mar tratando de escapar de la isla. Los cálculos indican que superan las 70.000 personas.

Como si fuera poco el sufrimiento que Fidel Castro causó a las familias cubanas, en 1975 decidió participar en la guerra de Angola, en África. Más de 450.000 cubanos estuvieron en un período de 16 años en ese país, a miles de kilómetros de su hogar, y está certificada la muerte de más de 2.500 de ellos.

La reacción de los líderes de la izquierda ante la muerte de Fidel, su obsecuencia y connivencia, son inexplicables con las categorías de la razón. La Revolución Cubana fue un sueño para la izquierda latinoamericana que pronto devino en pesadilla para los cubanos, pero permaneció, como una suerte de fijación infantil, en las mentes de políticos de izquierda en todo el mundo. Es como si los superhéroes de nuestra infancia, sea ellos Superman, Batman, el Hombre Araña o el Llanero Solitario, permanecieran como referentes en nuestras vidas adultas.

Quienes hemos conocido personalmente a Fidel Castro y conversado con él estamos conscientes del magnetismo de su figura, de la forma como su presencia llenaba los recintos y su carisma podía capturar nuestra atención. Pero sólo una incomprensible insensibilidad o un ideologismo extremo pueden llevar a ignorar que ese hombre le hizo daño a tanta gente durante tanto tiempo.

Si Verdi estuviera vivo, quizás habría podido escribir la música de su mejor ópera.

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