El interrogatorio secreto a Saddam

Reportaje
La Tercera, 24.12.2016
Cristina Cifuentes
  • El ex gobernante fue capturado el 13 de diciembre de 2003 por tropas estadounidenses y ejecutado en la horca en 2006. Un ex agente de la CIA que lo interrogó detalla en un libro sus diálogos inéditos con Saddam Hussein

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La mañana del 13 de diciembre de 2003, a las 10:50, las tropas estadounidenses en Irak recibieron una pista del lugar donde se encontraría el ex hombre fuerte del país, Saddam Hussein. Quien por 24 años gobernara Irak con mano de hierro permanecía en la clandestinidad luego de la invasión de la coalición liderada por Estados Unidos que se inició en marzo de ese mismo año. El dato que le llegó a los soldados decía que Hussein estaría escondido en un complejo cerca de su ciudad natal, Tikrit.

A las 18:00 horas, en medio de la oscuridad, cerca de 600 tropas de la Cuarta División de Infantería se dirigieron hacia dos lugares considerados como los posibles escondites. Tras buscar por mucho rato vieron un agujero que estaba camuflado con ladrillos y tierra, entre otros elementos. Cuando estaban a punto de lanzar una granada, dos manos aparecieron, en señal de rendición. “Mi nombre es Saddam Hussein. Soy el Presidente de Irak y quiero negociar”, dijo en inglés el fallecido líder que lucía desorientado y desconcertado.

Al entonces agente de la CIA, John Nixon se le encargó la tarea de identificarlo, para confirmar que tenían en custodia a la persona correcta. El agente era uno de los mayores expertos en la vida del líder iraquí; lo había estudiado por años, tanto en la agencia de inteligencia como cuando era alumno en Georgetown. Fue así que lo reconoció por un tatuaje tribal que tenía en el dorso de su mano derecha, una cicatriz de una herida de bala en 1959 y porque su labio tendía a caerse hacia un lado, algo que había aprendido después de ver muchos videos.

Fue también tarea de Nixon hacer las primeras preguntas a Saddam. Esto lo plasmó en el libro Debriefing the President: The Interrogation of Saddam Hussein, que saldrá a la venta el próximo martes, a sólo tres días de que se conmemoren 10 años de su muerte. “No se puede negar que el hombre tenía carisma. Era grande, un metro ochenta y cinco centímetros, de contextura gruesa. Aún cuando era un prisionero que ciertamente iba a ser ejecutado, exudaba un aire de importancia”, recuerda.

John Nixon Editorial: Blue Rider Press Páginas 256 (Amazon.com)

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Una vez que comenzó a interrogarlo, Nixon se dio cuenta de que mucho de lo que él pensaba estaba equivocado. Respecto de la existencia de las armas de destrucción masiva, que fue la justificación de George W. Bush para invadir Irak, Hussein se burló de sus captores. “Ustedes encontraron a un traidor que los llevó hasta Saddam Hussein. ¿No hay acaso un traidor que les pueda decir dónde están las armas de destrucción masiva?”, dijo.

Cuando se le manifestó si alguna vez pensó en usar esas armas en contra de tropas estadounidenses en Arabia Saudita, Saddam les señaló que nunca estuvo en la discusión e incluso les preguntó de forma retórica si alguien tenía la facultad de hacerlo. Según el extracto al que tuvo acceso el diario británico Daily Mail, Nixon dice que esa no era la respuesta que Estados

Unidos esperaba y que se preguntaban cómo se habían equivocado tanto. Pero Saddam les tenía una explicación: “No había espíritu por escuchar y entender. No me quito responsabilidad por eso”.

Uno de las respuestas más sorprendentes de Hussein fue cuando dijo que al momento de la invasión estadounidense en marzo de 2003, había delegado la gestión diaria de su gobierno a sus aliados y pasaba la mayor parte del tiempo escribiendo una novela. Hussein se describió a sí mismo como “Presidente de Irak” y como “escritor” y se quejó de que los soldados estadounidenses le hubieran quitado sus materiales para escribir, por lo que impedían que terminara su obra. Si bien en su libro -descrito como “resfrescantemente cándido” por The New York Times- Nixon describe a Saddam Hussein como un dictador brutal, el ex agente no cree que estuviera en una misión para destruir al mundo, como decía la administración Bush.

“¿Valía la pena remover a Saddam del poder?”, se pregunta Nixon. “Sólo puedo hablar por mí mismo cuando digo que la respuesta debe ser no. Saddam estaba ocupado escribiendo novelas en 2003. No estaba a cargo del gobierno”, agrega. Nixon dice que la CIA tenía cierta evidencia de que eso era así antes de la invasión, pero que ese hecho se confirmó sólo tras la guerra. El desentendimiento de Hussein significaba que “parecía tan perdido sobre lo que estaba ocurriendo en Irak, como lo estaban sus enemigos estadounidenses y británicos”.

Para 2003, todas las decisiones de política exterior estaban a cargo de sus comandantes, liderados por el “poco creativo y combativo” vicepresidente iraquí, Taha Yassin Ramadan, que “repetidamente perdió oportunidades para romper el aislamiento” del país.

Durante los interrogatorios Saddam negó cualquier participación en los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Es más, creía que este hecho iba a acercar a Bagdad con Washington, porque EE.UU. iba a necesitar al gobierno secular iraquí para luchar contra el fundamentalismo islámico.

Ustedes van a caer. Ustedes van a encontrar que no es fácil gobernar Irak, porque ustedes no conocen el idioma, la historia, la mentalidad árabe. Es difícil conocer a los iraquíes sin saber de su clima y su historia. La diferencia entre día y noche, entre verano e invierno. Es por eso que dicen que los iraquíes son testarudos, es por el calor del verano”, advirtió y añadió entre risas:

El próximo verano, cuando haga calor, se pueden rebelar en contra de ustedes. El verano de 1958 tuvimos un poco de calor y en los sesenta cuando era caluroso, tuvimos una revolución.

Deberían decirle eso al Presidente Bush”.

El líder iraquí fue ahorcado el 30 de diciembre de 2006, condenado por sus crímenes contra la humanidad. Los reportes sobre su muerte señalan que Hussein se mostró desafiante ante sus verdugos y que se rehusó a que le cubriesen la cabeza con una capucha. Llevaba un Corán en la mano.

Más de un año después de la muerte de Saddam Hussein, el entonces Presidente Bush llamó a Nixon para que le entregara información sobre el clérigo chiita, Muqtada Al Sadr, líder de la milicia Ejército de al-Mahdi, que por esa época comandaba la insurgencia contra la coalición internacional. Así, Bush le preguntó por un interrogatorio a Al Sadr. “Bueno, esa pregunta vale US$ 64.000”, respondió Nixon. Ante esto Bush le respondió: “¿Por qué no la conviertes en una pregunta de US$ 74.000 o lo que sea tu sueldo y respondes?”.

Finalmente, Nixon rebate las críticas que recibió la CIA de parte del gobierno de Bush y señala que éste “escuchaba sólo lo que quería”. “No deseo que se infiera que Saddam era inocente.

Fue un dictador brutal, que llevó a la región al caos. Pero el pensamiento de tener a un Saddam envejecido y fuera del poder parece casi confortante en comparación con el desperdiciado esfuerzo de nuestros hombres y el alza del Estado Islámico”, concluye.

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