¿El principio del fin o el fin del principio?

Columna
El Mercurio, 03.09.2022
Gerardo Varela, abogado y ex ministro

Cuando me preguntan qué me parece el proyecto de Constitución, me acuerdo de la vieja anécdota del dramaturgo George Bernard Shaw cuando un joven escritor le envió un manuscrito para que el maestro le diera su aprobación. Shaw fue sincero: “Su manuscrito es a un tiempo original y bueno. Pero lo que es original no es bueno, y lo que es bueno, no es original”.

El texto tiene originalidades, como el voto voluntario a los 16 años, pero no es una buena idea que adolescentes determinen el destino de la vida, propiedad y libertad de millones de adultos. A su vez, hay buenas ideas en el texto como el denominado Estado social de derechos, pero no es original. Con la Constitución de Lagos los chilenos tienen salud y educación gratis, subsidios de vivienda, cesantía y ahora una pensión básica universal, y mejorar todo eso requiere gestión y no una nueva Constitución. Lo que se pierde, sin embargo, con esta propuesta es la provisión privada de servicios públicos, que es la preferida por los chilenos. Fonasa libre elección y la subvención escolar no quedan garantizados sino cuestionados, y la vivienda pública deja de ser propia y pasa a ser prestada (¿Se imagina oponerse al gobierno si vive en una casa prestada por este?).

Lo que abunda en el texto son ideas malas y copiadas, como la plurinacionalidad (Ecuador y Bolivia); la politización del Poder Judicial (Cuba, Venezuela y Argentina); la judicialización de las políticas públicas (Colombia); el debilitamiento de la persona frente a los colectivos (que ya lo promovía Platón), y el fortalecimiento del poder político frente a la sociedad civil, que es la historia de la humanidad fuera del Occidente civilizado.

En el mundo existen 4 macrosistemas político-culturales. Occidente, China, el islamismo y Rusia. Y por Occidente no debe entenderse Europa y EE.UU. Rusia es europea, pero no occidental; Japón e Israel son occidentales, pero no europeos. Para el islamismo las personas y sus derechos no importan, lo relevante es la religión y que todas las personas están al servicio de Dios. En China el individuo no existe y Dios es reemplazado por el Estado, que tiene poder de vida o muerte sobre los habitantes, que no son ciudadanos, sino meros residentes sin derechos personales de un reino celeste dirigido antes por mandarines imperiales y hoy por comisarios comunistas. El sistema ruso es un concepto de nacionalismo imperialista, y donde los liderazgos personales son más importantes que las instituciones. Los sistemas rusos descansan en Alexander Nevsky, Pedro el Grande o en Stalin, figuras imponentes y redentoras que defienden al pueblo de los enemigos reales o imaginarios.

Occidente, más que un lugar geográfico, es una idea acerca del valor de la persona sobre el Estado; de la ciencia sobre la superstición, y de la ley sobre el poder; de la separación de la Iglesia y del Estado; de que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y que todas tienen derecho a la vida, la libertad y la propiedad. Pero sobre todo que las instituciones y las personas son más importantes que Dios, el Estado o los líderes mesiánicos. Occidente es el único sistema ideológico que a través de gobiernos democráticos y consensuales ha logrado compatibilizar libertad con progreso. El texto constitucional propuesto debilita las instituciones y nos aleja de Occidente. Representa la peor combinación de los demás sistemas. Nos expone a los líderes mesiánicos; somete a las personas al Estado, y reemplaza la ciencia y el derecho por las nuevas religiones de la pachamama, el tribalismo y la ecología. Una mayoría de malos convencionales integraron una mala Convención que hizo una mala Constitución que apoya un mal gobierno para un país inventado. ¿Qué puede salir mal si se aprueba?

Parafraseando a sir Winston, mañana se decide entre el principio del fin o el fin del principio. Si se aprueba, Chile se alejará de Occidente y continuará su deriva hacia un modelo indigenista bolivariano. Si se rechaza, Chile detendrá su deterioro y se dará otra oportunidad de pensar una Constitución que compatibilice una sociedad libre y moderna con los desafíos que esta nos impone. Alea jacta est.

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