Columna El Líbero, 13.01.2024 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
Nunca unas elecciones presidenciales y legislativas en Taiwán han sido tan decisivas para la paz como las que tendrán lugar hoy sábado. Para diversos analistas el resultado de estas puede marcar la línea divisoria entre un conflicto mayor en Asia, o uno de baja intensidad.
En la superficie está en juego, fundamentalmente, que el DPP (Democratic Progressive Party), de línea más dura hacia China, se mantenga en el poder bajo el liderazgo del actual vicepresidente William Lai, o sea desplazado por el opositor y dialogante KMT (Kuomintang) representado por el expolicía Hou Yu-ih y una eventual alianza entre este último y el TPP (Taiwan People’s Party), encabezado por el médico Ko Wen-je. Según todos los sondeos, el DPP lidera las preferencias, aunque la combinación del KMT y el TPP lograrían mayoría en el Parlamento.
Sin embargo, lo que representan estas elecciones es más complejo. En primer lugar, se juega la posibilidad del aumento dramático de tensiones geopolíticas en Asia y el Pacífico ante la posibilidad (no inminente, pero tampoco remota) de la confesada anexión territorial de la isla a China, o la búsqueda de un modus vivendi que prolongue la autonomía de Taiwán con la complacencia de Beijing y Washington. Xi Jinping, el presidente chino, defiende el triunfo del KMT en estas elecciones, aunque todos los partidos pretendan -en distintas intensidades- una convivencia pacífica a través del estrecho de Formosa.
Salvo pocos votantes independentistas radicados en el DPP, nadie duda que la isla es culturalmente china y que se debe encontrar un sistema de convivencia con el continente recíprocamente conveniente, pero difieren en su modalidad y el grado de profundidad. La sociedad y el sistema político instalados en el Taiwán de hoy es totalmente distinta a la sociedad jerarquizada del continente y al sistema de partido único. Además, la mayoría de los votantes observa con horror el fracaso del modelo de Hong Kong que representaba la fórmula “un país, dos sistemas”, tanto como la posibilidad de una guerra abierta.
Beijing, por su parte, ha multiplicado las acciones afirmativas para anexar a Taiwán como parte sustantiva del legado político de Xi Jinping, al que le quedan cada vez menos años de vida. Por ello, insisten a nivel mundial -incluso con cierta histeria – en corregir cualquier posible desviacionismo del ortodoxo principio de “una sola China” bajo una única interpretación. La suya. Es interesante recordar que la propia Taiwán reclamó desde 1949 ser la única representante del gobierno legítimo de toda China, y como tal ocupó por décadas uno de los asientos permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, como correspondía a los vencedores de la II Guerra Mundial.
En otras palabras, en estas elecciones está en juego el tipo de diálogo que primará a ambos lados del estrecho: si será «a las patadas» en caso de triunfar el DPP, lo que implicaría un aumento sustantivo del gasto militar, de ejercicios navales y aéreos cada vez más osados por parte de la R.P. China, y de una ya sobrecargada tensión mundial (que repercutirá indudablemente en Chile); o, por el contrario, si se buscará un sistema de relaciones asimétrico, pero más próximo al consenso de 1992 alcanzado entonces por el KMT y el Partido Comunista de China (PCCh) sobre el principio de “una sola China” que admitió interpretaciones variadas, pero que permitió a la vez el desarrollo de inversiones, comercio, turismo e intercambios culturales entre ambas partes.
En segundo lugar, en estas elecciones se juega de cierto modo el tipo de alianza militar de hecho entre Taiwán y los Estados Unidos frente al creciente desafío que supone la R.P. China a nivel mundial y regional. En última instancia, la lealtad de Taiwán a Washington en un escenario bélico forma parte del amplio sistema defensivo de EE.UU. en el área, que garantiza la seguridad de Japón y Corea por el norte; o Filipinas y países del sudeste asiático, por el sur. En caso de un triunfo del DPP hoy día, las posibilidades que esta alianza se asiente son mayores que las que ofrecería el triunfo del KMT, más permeable a crear relaciones estables con Beijing. Lo anterior no significa que el Kuomintang piense en abandonar a Washington. No podría hacerlo por el tipo de relaciones construidas, pero aclararían con Estados Unidos el espacio de maniobra que disponen para emprender acercamientos pragmáticos hacia el continente y el PCCh. ¿Accederá Washington a ello?
El incremento del poder militar, naval, aéreo y diplomático de la R.P. China es indudable. Sin embargo, de ahí no se deduce que el poder norteamericano en el área esté en declive (al menos por ahora). Han sido capaces de construir o reconstruir alianzas militares sólidas y EE.UU. está empeñado en mantener la seguridad propia y la de sus aliados, así como la libertad de navegación.
En tercer lugar, la misma dinámica geopolítica en que se sitúan estas elecciones, con una anexión china pendiente de materializarse en algún momento, hace que en las elecciones esté en juego la supervivencia del sistema liberal político y económico en la isla, que se ha consolidado en las últimas décadas y que goza de una gran aceptación. Un hipotético triunfo del DPP complica cualquier entendimiento positivo. Tal vez se logre más flexibilidad en caso de que el ganador sea el KMT, partido que podría querer legitimar un eventual triunfo con concesiones desde Beijing en este campo. Sin embargo, como lo demuestra el caso de Hong Kong, el ejercicio de las libertades políticas no es compatible con un sistema de partido único bajo el comando de Beijing y Taiwán no podría ser una excepción sin que se generen problemas internos con otros reclamos autonomistas.
Las libertades económicas y la creatividad industrial taiwanesa en tecnologías de punta, particularmente en el campo de los microprocesadores, se han convertido en una de las herramientas de la defensa nacional de la isla. Cualquier cambio en las condiciones políticas podría implicar una negociación en este sector estratégico, clave para Washington y para Beijing.
En cuarto lugar, la contienda electoral de mañana también tiene que ver con un cambio sociológico entre los habitantes chinos de la isla que llevan cerca de 400 años viviendo en ella y votan mayoritariamente al DPP y los inmigrantes del continente que llegaron masivamente a partir de 1949 que prefieren KMT. Últimamente estas distancias se han reducido y las elecciones de hoy reflejarán en cuanto. Para muchos, el DPP ha pasado a ser un partido del establishment después de ocho años en el poder y, por lo tanto, responsable entre otras cosas de la carestía de la vida o de la falta de vivienda. Por otra parte, el KMT captura cada vez más un votante joven, no tradicional, pragmático en cuanto a las relaciones con el continente.
Junto a otros miembros de El Líbero tuvimos en junio del año pasado un encuentro en Taipei con el expresidente taiwanés Ma Yung-Jeou, que en dos ocasiones se ha reunido con Xi Jinping. Para él y su partido, el KMT, hay que construir lazos a ambos lados del estrecho en forma paulatina y que sea el tiempo el que haga el trabajo de unión. Nos dijo que si algo caracteriza a China es su longevidad, su cultura acumulada, sus tradiciones y su experiencia. Los 4.600 años de historia dejan muchas enseñanzas, dijo, entre ellas que tal vez la solución llegue dentro de 100 años o más, que es la nada misma en la perspectiva de una cultura milenaria.
Hoy día los buenos deseos de Ma se ven bastante lejanos, pero es cierto que la larga historia china muestra que todo puede ser posible. Es cuestión de propiciar una cierta distensión en el ambiente para acordar cómo se presenta un empaque sin que nadie pierda cara.