Frente Amplio: ¿Una existencia fugaz?

Columna
El Líbero, 11.07.2022
Roberto Ampuero, escritor, excanciller, exministro, exembajador y profesor (U. Finis Terrae)

 

Frente amplio

Al examinar la temprana y vertical caída en la popularidad del presidente Gabriel Boric y la contundente desaprobación ciudadana que sufrió la ya fenecida Convención Constitucional, factores que parecen condenar al fracaso al actual proyecto de constitución política, surge la interrogante de si el Frente Amplio y sus fuerzas afines no constituirán acaso un fenómeno fugaz, tan deslumbrante como pasajero, que seguirá perdiendo posiciones en el paisaje político nacional.

Estoy consciente de que pocos mueren de forma definitiva en política y que por los pasillos del poder siguen circulando por doquier líderes dados por extintos, pero el caso de la neo-izquierda chilena sí merece un análisis más detenido considerando en especial el marco internacional.

Y bajo esta mirada aparecen indicios que deben inquietar a los estrategas de la neo-izquierda y, a la vez, animar a los socialdemócratas, agobiados por la eficaz competencia de las fuerzas ubicadas a su izquierda, que les han venido arrebatando significativas tajadas electorales en estos años.

 

Las bases se sienten defraudadas

Convendría preguntarse en primer término por el estado de los principales referentes internacionales de la neo-izquierda chilena. Y el cuadro en este sentido es complejo, y sombrío su diagnóstico. Dos de sus referentes claves acusan pérdidas significativas en su caudal de votos, derrotas electorales y delicados problemas de identidad, coordinación y fijación de objetivos.

Observemos, por ejemplo, el movimiento Syriza, de Grecia, fuerza variopinta y radical fundada en 2004 en Atenas, que pretendió unir a todos los sectores de izquierda, desde socialdemócratas hasta marxistas-leninistas, pasando por feministas y grupos identitarios, ecologistas y animalistas. Syriza, una vez instalada en el poder, defraudó a sus bases al aplicar una política pro-Europa y pro-Euro, responsable en lo fiscal y de corte “neo-liberal”, justo lo contrario de lo que había prometido en campaña, deviniendo así en una suerte de nuevo Pasok, el histórico partido socialdemócrata griego.

En este sentido el discurso anti-establishment y anti “casta” de Tsipras, el líder de Syriza, desembocó en un ejercicio del poder político que contradijo lo discursivo, y de ese modo terminó integrando -o al menos así lo interpretaron los militantes más radicales- precisamente “la casta” dominante y el establishment que tanto condenaba desde la calle. Este devenir es en cierta medida comparable no sólo con el de Unidas Podemos, de España, otro referente del Frente Amplio y grupos afines, sino también con los guiños de Boric hacia la socialdemocracia, los que recuerdan el ir y venir del oleaje de nuestro Pacífico que avanza entre roqueríos y huiros para luego replegarse en la arena.

 

El ejemplo de los españoles

La suerte de Unidas Podemos debería inquietar a la neo-izquierda chilena pues viene afrontando turbulencias y una sostenida pérdida de altura en las encuestas y últimas elecciones. De hecho, según las encuestas, de celebrarse hoy elecciones en España, el gobierno de Pedro Sánchez sería minoritario debido al declive del PSOE, pero fundamentalmente al acelerado desgaste de UP.

Esta organización fue fundada en rigor en 2016, cuando logró seducir a muchos “indignados” por la crisis del 2009 y sus consecuencias económicas y laborales, y supo ofrecer asimismo un amplio paraguas que puso fin a la dispersión de las fuerzas radicales, feministas, ecologistas, animalistas, populistas, separatistas, identitarias y comunistas en el país. Su surgimiento fue sorpresivo y su crecimiento delirante, y no tardó en desmontar el sólido bipartidismo que conformaban el Partido Popular y el PSOE.

Unidas Podemos, al igual que hasta hace poco el Frente Amplio y sus grupos afines, parecía destinado a consolidarse, acabar con “la vieja política” e iniciar una etapa radicalmente nueva y esperanzadora en España. Sin embargo, pronto quedó de manifiesto que sus integrantes asimilaron rápido los defectos de “la vieja política” y olvidaron los preceptos moralistas que predicaban. Sus líderes iniciales más destacados fueron el mediático Pablo Iglesias, un profesor de ciencias políticas que sedujo a los “indignados” gracias a un popular programa de televisión, e Íñigo Errejón, el gran ideólogo de UP, aunque Iglesias gozaba de mayor popularidad entre las masas.

Como a menudo ocurre entre líderes revolucionarios, su disputa por el poder no se hizo esperar. Errejón terminó fuera de Unidas Podemos, que pasó a ser controlado por Iglesias y los suyos, quienes confeccionaron la organización a la medida del maestro de la larga coleta de pelo. A Errejón, intelectual agudo y de muchas lecturas, cercano a la ideóloga belga Chantal Mouffe y al exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera, y con nexos internacionales, no le quedó otra que crear su propio movimiento, madrileño. Siguiendo a Los Verdes alemanes, lo dotó de fuerte énfasis ecologista, y en las recientes elecciones en Madrid superó a la formación de Iglesias, fracaso que llevó a éste a su vez a renunciar a UP. Su sustituta desde entonces es la perceptiva, atractiva y elegante Yolanda Díaz, una comunista que diseñó un movimiento político propio, y que en varios aspectos se asemeja a la vocera Camila Vallejo.

Hoy Iglesias está dedicado a labores televisivas, a dar conferencias y entregar asesoría a movimientos latinoamericanos neo-izquierdistas. Errejón, en cambio, se concentra en el fortalecimiento de su movimiento Más Madrid, fuerza de menguada pero no despreciable relevancia en la populosa e importante comunidad de Madrid. Ambos políticos, hasta hace poco aliados, estrellas rutilantes y grandes esperanzas de la neo-izquierda española (para inquietud del PSOE, que lidera el presidente de gobierno, Pedro Sánchez), mantienen estrecho contacto con Boric, aunque éste manifiesta una afición mayor por los elaborados planteamientos teóricos de Errejón.

Según este político, la relación entre la neo-izquierda española y la chilena es una vía de doble sentido, en la cual la parte española ha entregado importantes aportes teóricos a la chilena sobre cómo coordinar e inspirar a las fuerzas críticas al sistema democrático de libre mercado, y en la cual la chilena ha demostrado ser alumna aventajada. ¿La razón? El Frente Amplio llegó a la cumbre del poder antes que sus maestros.

 

Auge y caída

Se podría continuar con el análisis de otros grupos neo-izquierdistas surgidos de los “indignados”, la Primavera Árabe o de manifestaciones similares en Estados Unidos o Europa, pero el cuadro no difiere mucho. Sus características esenciales se repiten: un auge inicial veloz y deslumbrante seguido de una decadencia que los mantiene en la calle debido a la incapacidad para proyectar un “universal” que les permita unir sus objetivos tan disímiles, o bien los encumbra al poder, donde los debilita su déficit en la gestión gubernamental para satisfacer las demandas que ellos mismos plantearon masivamente desde la calle.

Tampoco en América Latina se observan aliados confiables para el Frente Amplio y sus fuerzas afines. No hay vínculos estrechos con los gobiernos dictatoriales de Cuba, Nicaragua, Venezuela (salvo los del partido comunista); el gobierno mexicano ve en AMLO al líder regional al que aspira Boric; el presidente colombiano electo Gustavo Petro también aspira a liderar América Latina; es improbable que Argentina, Bolivia o Perú cedan a Chile el rol del que habla La Moneda, y un triunfo de Lula en Brasil tampoco le abriría una vía de liderazgo al mandatario chileno.

Si el gobierno no logra salir airoso de los retos que enfrenta, como la inmigración descontrolada, la delincuencia desatada, el narco omnipresente y el terrorismo indigenista, y al mismo tiempo no controla la inflación ni la crisis económica que acecha, el panorama pinta mal. Peor aún si sus principales referentes ideológicos se encuentran hoy debilitados y en apuros. La alternativa de Boric es volverse socialdemócrata, como en su momento Syriza, pero eso implicaría defraudar a sus bases radicales, el 25% de la primera vuelta.

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