Graves tensiones entre EE.UU. y China

Columna
El Montonero, 02.07.2020 
J. Eduardo Ponce Vivanco, embajador (r) y ex viceministro de RREE peruano
Un futuro amenazante e indeseable

La aprobación de la ley de seguridad para Hong Kong, por el Congreso comunista chino (2.878 votos contra 1) deja arbitrariamente sin efecto el Estatuto negociado con Gran Bretaña en 1997, que estableció que durante 50 años los isleños gozarían de la autonomía garantizada por el régimen “un país, dos sistemas”. China no intentó siquiera conversar con su contraparte en el acuerdo violentado, a pesar de tratarse de un asunto de vital interés para los aliados de la OTAN, comenzando por EE.UU. y el Reino Unido. Todo indica, pues, que Pekín busca la confrontación en un territorio marítimo por el que transitan US$ 3 trillones de comercio internacional, transportados por las rutas del Mar del Sur de China, nudo geoestratégico de primer orden. No obstante la gravedad del problema, China ha bloqueado su tratamiento en el Consejo de Seguridad de NN.UU., exigiendo a EE.UU. y el Reino Unido no interferir en “los asuntos internos” de su país.

Este último incidente evidencia que somos observadores inermes de la gran partida mundial que se juega entre los líderes de EE.UU. y China por la hegemonía mundial. Es una versión diferente del “duopolio” nuclear norteamericano-soviético, concepción acuñada por el clásico pensador francés Raymond Aron (“Paz y guerra entre las naciones”), antes que el fin de la Guerra Fría fuera anticipado por la metáfora de Deng Xiaoping sobre la irrelevancia del color de los gatos para cazar ratones. Una imagen que enterró las doctrinas suicidas de Mao, el ideólogo de la Revolución Cultural y otras barbaridades que martirizaron y empobrecieron a su pueblo.

Los dados de la partida que definirá los próximos años están en manos del atrabiliario Donald Trump y de Xi Jinping, imperturbable líder del comunismo capitalista chino. Un desafío dramático en el que las acciones y provocaciones de uno condicionan las del otro en una competencia geopolítica sin cuartel.

Sería pueril intentar adivinar un desenlace antes de los resultados electorales del 3 de noviembre en EE.UU., especialmente porque la estrategia trumpiana es caracterizar a China como “el Archienemigo” de su país. Una guerra de posiciones en la que el objetivo primordial del ocupante de la Casa Blanca no es “America First” sino “Primero Trump”… y sus cuatro años más en el poder.

Pero no ganará si no remonta la persistente ventaja en las encuestas de un candidato mediocre como Biden, y si no supera el costo de sus flagrantes y frecuentes errores políticos, precisamente cuando EE.UU. es abatido por el coronavirus y un desempleo de 50 millones. La arrogancia, audacia e ignorancia de Trump se potencian en una mezcla explosiva. A ellas hay que sumar su imprevisibilidad; su incapacidad de formar equipos competentes y estables; su tendencia a fomentar relaciones conflictivas con sus aliados históricos; su afición a cultivar amistades inconvenientes con los líderes de enemigos implacables (como Putin); su aversión a los organismos y acuerdos internacionales; sus pésimos modales en el trato intergubernamental; y su irreprimible compulsión por falsear la realidad (mentir) de manera obvia.

 

Escenario

El comercio inter Atlántico, que dominó los cinco últimos siglos, se ha desplazado a la Cuenca del Pacífico que vincula al inmenso mercado asiático con las Américas. Sin embargo, nuestros socios comerciales orientales no tienen la cultura occidental que heredamos en América. La colonización de españoles, portugueses, ingleses y franceses produjo mestizajes diferentes con etnias y civilizaciones autóctonas de todo el continente. El extraordinario crecimiento y poderío de EE.UU. en base al Estado de Derecho anclado en una Constitución que consagra la libertad y el respeto a la propiedad privada provocaron admiración en América Latina; y el “american way of life” se convirtió en otro referente cultural en la vida de los latinoamericanos que, en su mayoría, se sienten muy lejos de la idiosincrasia y lenguas orientales.

Todo indica entonces que caminamos hacia un futuro de convivencia con Occidente y la pujanza económica y comercial del Asia Pacífico, en una era signada por avances tecnológicos que se retroalimentan a ritmo vertiginoso, determinando ajustes frecuentes en las tendencias de la globalización y la vida de todos.

La lejanía de América Latina de los escenarios donde se entrecruzan las tensiones y conflictos entre las grandes potencias de Asia y Occidente comporta ventajas y desventajas geopolíticas que exigen un análisis diplomático y económico pragmático y sofisticado. Si ninguno de nuestros países o la región en conjunto pueden influir en esas preocupantes turbulencias, la opción más inteligente es mantener una calculada y abstinente equidistancia para sostener una relación armónica y beneficiosa con ambos polos. No podemos ignorar los conflictos en la Alianza Atlántica ni podemos desentendernos de los graves problemas existentes en las diversas subregiones del Oriente (desde las de China con India y sus vecinos, hasta los intrincados problemas del Medio Oriente); y menos aún complicarnos en los estratagemas de Rusia, Irán o Turquía por medrar en esas complejas situaciones.

Lo que debemos conjurar es el activismo regional de dictaduras como Cuba, Venezuela y Nicaragua, fanáticamente comprometidas con el marxismo supérstite y la subversión procomunista. Nicaragua no pesa y a Maduro nadie le cree, pero Cuba se ingenia para influir o intervenir en asuntos internos. El Perú ha caído como un adolescente confiado en el oneroso “altruismo” de las brigadas médicas cubanas estratégicamente ubicadas para inmiscuirse en política, donde están los gobernadores radicales que pretenden aprovechar las próximas elecciones para infectar y corroer el sistema político nacional. Todo ello en detrimento de la libertad, el mercado y la empresa privada, que el Foro de Sao Paulo se ha propuesto abiertamente destruir.

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