Guatemala: la decencia al poder

Columna
El Líbero, 26.08.2023
Fernando Schmidt A., embajador (r) y exsubsecretario de RREE

El domingo pasado se celebraron elecciones presidenciales en Guatemala en las que resultó elegido con un contundente 58%, Bernardo Arévalo, hijo del expresidente Juan José Arévalo, quien también fue embajador de su país en Chile durante el segundo período de Carlos Ibáñez. Se ha identificado la elección como un triunfo de la izquierda o el progresismo. Me cuesta trabajo encasillarla así. Pienso que lo que ocurrió en Guatemala fue más bien un grito de dolor.

La mayoría no eligió un programa de marcado perfil académico. Fue una expresión en contra de la corrupción atávica, el clientelismo político, prácticas cacicales, el abuso, un aparato estatal opaco, la inseguridad creciente, la necesidad de emigrar, la crisis en salud. Votaron como repudio por el 60% del país que vive en situación de pobreza y que Guatemala siga retrocediendo en el Índice de Desarrollo Humano del PNUD (135 entre 185 países). Fue un rechazo a la escolarización de 10,6 años promedio (16,7 en Chile), desnutrición infantil de un 47%, una expectativa de vida de 69 años (79 acá), o un poder paritario de compra de US$ 8.700 (US$ 24.500 entre nosotros).

Este país centroamericano de 17 millones de habitantes ha tenido un crecimiento de un 4% el año pasado, “una gestión fiscal y monetaria y una postura macroeconómica prudentes”, dice el Banco Mundial. No obstante, nada de esto logra resultados tangibles debido a la corrupción, el clientelismo y una crisis institucional de décadas que alienta una pugna por el poder protagonizada por 17 partidos con representación parlamentaria de un total de 31, varios de ellos meramente instrumentales al caciquismo. En los últimos diez años, siete han ocupado el Ejecutivo y el manejo del poder llega a lo obsceno. Por ejemplo, Sandra Torres, líder de Unidad Nacional de la Esperanza, el segundo partido más importante de Guatemala y contendora de Arévalo logró colocar el 26 de junio pasado a sus cuatro hijos en el Parlamento.

Sin embargo, el 58% obtenido por Arévalo no es suficiente. Hay que analizar, en primer lugar, por qué no acudió a votar el 45% del padrón electoral y por qué uno de cada cuatro votantes manifestó que no quería a ninguno de los candidatos. Es decir, el futuro Mandatario tendrá como desafío inicial generar más confianza en la democracia para la reforma de la distribución del poder.

Más grave aún, en las semanas que vienen tendrá que sortear un proceso judicial impulsado principalmente por un Ministerio Público amañado, el que amenaza la existencia del “Movimiento Semilla” por fallas en la recolección de firmas al momento de constituirse como partido. Arévalo cofundó Semilla, le llevó al triunfo, y hoy constituye la tercera fuerza política en el Congreso de Guatemala. Para muchos esta maniobra jurídica/política pretende anular los 2.441.661 votos que obtuvo, crear una crisis mayor y repetir las elecciones. A lo menos, se pretende deslegitimar o socavar su futuro mandato.

Es preocupante también que el cambio de mando ocurra recién el 14 de enero del 2024. Es decir, en 4 meses y 19 días. ¡Una eternidad! Como en todos lados el desgaste político de Arévalo empieza al día siguiente de la elección y tendrá que ver con las decisiones que adopte, invitaciones al diálogo, la coherencia interna de Semilla, o su posición en el próximo debate presupuestario para el 2024. Durante este largo periodo veremos maniobras turbias de todo tipo para dificultar el acceso a la Presidencia. Si una parte de la futura oposición no trepidó en aliarse con sus antiguos enemigos como patrulleros civiles o sectores evangélicos, si no dudaron en anunciar la creación de más ministerios y repartirlos anticipadamente, ¿qué no serán capaces de hacer para ponerle toda suerte de obstáculos?

A la lista de dificultades hay que añadir que el futuro presidente tendrá un Congreso mayoritariamente opositor. Semilla contará con apenas 21 escaños de 160 y escasa presencia territorial. Por eso, necesitan una articulación política y técnica temprana con otros para gobernar y “aterrizar” presupuestariamente un programa voluntarista que no aclara bien sus fuentes de ingreso. Han dicho que dialogarán con distintos actores de la sociedad (no necesariamente partidos) para alcanzar pactos transversales en educación, salud, desarrollo, medio ambiente y reforma constitucional. No pueden perder tiempo en actuar.

Sus inmediatos antecesores fueron elegidos con banderas nobles como el combate a la corrupción, pero fracasaron en el intento. ¿Cuál va a ser la diferencia en esta ocasión? Creo que puede ser, precisamente, la capacidad de diálogo con sectores tan disímiles como el gran empresariado o el mundo indígena, y no pretender abordarlo todo. Un comentarista decía que el futuro Presidente guatemalteco debe aspirar fundamentalmente a sentar las bases para el cambio, alentar un discurso conciliador, establecer pilares de decencia, y que el esfuerzo por la honestidad sea percibida por la población.

Si bien los desafíos son enormes, Arévalo cuenta con un gran apoyo internacional. A éste se han ido sumando gremios importantes del sector privado en la propia Guatemala, personas que han entendido que el cambio es impostergable y que la mejor manera para que predominen las ideas de la libertad, para que el fanatismo de izquierda no se convierta en una peligrosa obsesión, es generando una institucionalidad segura, transparente, libre de corrupción, un estado eficaz. Lo anterior no tiene color político.

En lo que toca a Chile, a pesar de todos nuestros problemas, pienso que nuestra experiencia desde la centroderecha puede ser valiosa para Bernardo Arévalo. En nuestra tierra el futuro Presidente aprendió a leer y a escribir. Su padre cultivó la amistad de connotadas figuras chilenas de la política y cultura de su tiempo. En algo podemos contribuir al éxito de un hombre idealista, pero decente.

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