Ignorando la historia

Columna
El Montonero, 30.06.2019
J. Eduardo Ponce Vivanco, embajador (r) y ex viceministro de RREE peruano
  • ¿Y repitiendo sus errores?

En sus columnas de El Montonero y Expreso, Jorge Morelli ha advertido sobre el peligro de dependencia al que pueden exponernos los acuerdos energéticos suscritos con Bolivia en Ilo, que fueron anunciados en la Declaración Presidencial Vizcarra-Morales de 25 de junio. Una preocupación similar motivó el artículo que escribí a partir de la elección de Aduviri y los gobernadores radicales del Sur, quienes propusieron y gestionaron tales acuerdos aún antes de asumir sus cargos (“Entre Las Bambas, Aduviri y Evo Morales”, El Montonero 4/4/2019).

Los seculares conflictos fronterizos del Perú republicano se iniciaron con la Bolivia de Bolívar. Él le dio su primera Constitución e hizo de Sucre su primer Presidente. Con el desgarramiento del Alto Perú comenzó otro capítulo de la expansión de la Gran Colombia bolivariana que ya había sentado sus reales en la Provincia Libre de Guayaquil, cuya independencia precedió a la emancipación de la Audiencia de Quito gestada por Sucre en la batalla de Pichincha. Las nuevas provincias ecuatorianas se convirtieron así en el Distrito Sur de la Gran Colombia.

Con excepción de Chile, el vigoroso empeño común y la extraordinaria afinidad personal entre los brillantes libertadores venezolanos Bolívar y Sucre liberó del coloniaje español a casi todos los países del Pacífico Sur, en una gesta emancipadora y política que entronizó al primero como el único Presidente Vitalicio de nuestra historia republicana. Bolívar dejó el Perú (1826) después hacer aprobar la Constitución, también denominada Vitalicia. La épica del Libertador no disimulaba su sueño de ejercer el poder federal sobre la mitad de Sudamérica desde Lima, la Capital del principal y último bastión del poder de España en las Américas.

Sucre permaneció como Presidente de Bolivia hasta 1828. Su mandato terminó con la victoria de las tropas peruanas del General Gamarra y la firma del Tratado de Piquiza que puso fin a la presencia bolivariana en el Alto Perú. Los fuertes resentimientos personales generados por el retiro de Bolívar y Sucre del Perú y Bolivia se expresaron con rencor en el surgimiento de nuestra secular relación conflictiva con Ecuador, a partir de 1829, cuando la Gran Colombia de Bolívar nos declaró la guerra, con un ejército comandado por Sucre (acérrimo enemigo de Gamarra).

El desafortunado manejo y los luctuosos desencuentros a los que dio lugar la Confederación Perú-Boliviana no solo entre los dos países, sino también con Chile, complicaron nuestra frágil posición geoestratégica atenazada por frentes en el sur y el norte - tanto con Ecuador como con Colombia -. Décadas después, una desastrosa alianza diplomático-militar nos llevó a defender a Bolivia frente a Chile para terminar derrotados, trágicamente solos, en la Guerra del Pacífico; con la secuela de destrucción y rencores que hundieron al Perú en la etapa más negra de su historia.

Los tratados de fronteras firmados a lo largo del siglo XX - desde Leguía hasta Fujimori - y la delimitación de la frontera marítima con Chile por sentencia de la justicia internacional, son fruto de victorias diplomáticas y militares que hicieron posible el esperado – y breve - despegue económico del Perú. El desarrollo y la derrota de la pobreza solo podrán lograrse con inversión, trabajo, gestión inteligente, política constructiva, democracia, paz social y apego al estado de derecho. La seguridad jurídica solo puede surgir del respeto a una Constitución que debemos preservar, especialmente por el exitoso régimen económico que consagra. De no haber sido por la coherencia de las normas que establece no habríamos conseguido los avances de las últimas décadas.

El principal corolario que ofrecen estas lecciones históricas, tan importantes como dolorosas, es la sagaz conjunción de prudencia, perseverancia e independencia que debería ser invariable en nuestra política exterior. Las circunstancias y desafíos son muy diferentes en el entorno global y regional del siglo XXI, pero los Estados siguen la constante del interés nacional que se sitúa en las antípodas de cualquier situación que genere dependencia externa.

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