Perfil El País, 31.03.2017 Jan Martínez Ahrens
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La carrera política de la empresaria y modelo se dispara después de que su padre la contrate como su asistenta en la Casa Blanca
Lo cuenta la propia Ivanka Trump. Era niña, rubia y genéticamente emprendedora, cuando decidió abrir un puesto de venta de limonada. En la fastuosa Torre Trump resultaba imposible, así que optó por hacerlo junto a la mansión de verano de Connecticut. Pero ahí el vecindario era demasiado rancio. ¿Qué hacer? La pequeña Ivanka no lo dudó. El guardaespaldas, el chófer, las internas y hasta el personal de limpieza acabaron rascándose los bolsillos y comprando la limonada. Conclusión: “Hay que sacar lo mejor de las peores situaciones”.
Ivanka Trump es así. Nació rica, privilegiada y con apellido. Pero siempre ha pensado, y lo explica en su libro The Trump Card, que las ventajas se pueden volver inconvenientes. Que ser hija de Donald Trump exige mucho y que a ella, en ocasiones, le piden más que a los demás. Eso mismo ha ocurrido ahora con su insólito nombramiento como asistenta del presidente de Estados Unidos. A sus 35 años, ha logrado empleo y despacho en la Casa Blanca. Algo prácticamente inalcanzable para los mejores cerebros de su generación. Pero la millonaria se ha apresurado a destacar que no le darán sueldo. “Y estaré sujeta a las mismas reglas que cualquier otro empleado federal”, ha insistido como si fuera posible no estarlo.
Cargada de pólvora, su entrada en Ala Oeste ha sido entendida por muchos como un acto más de arbitrariedad en alguien incapaz de distinguir entre los negocios, la familia y la política. “Es un caso de nepotismo claro”, ha denunciado Norman Eisen, letrado para asuntos éticos de la anterior Casa Blanca.
Otros van más allá y apuntan al futuro. Con su presencia en la médula del poder se confirma que la hija mayor y predilecta del presidente se ha lanzado a la caza mayor. Junto a su marido y también asesor presidencial, Jared Kushner, formará una de las facciones más influyentes de la corte imperial. Un dúo cuyo talante supuestamente moderado se contrapone al tenebroso y ultranacionalista estratega jefe, Steve Bannon.
El salto no sorprende. Ivanka nunca ha sido timorata. En la campaña electoral fue la sombra de su padre. Le aconsejó, defendió y atemperó. Quienes les han visto juntos, aseguran que es de las pocas personas que puede hacerle recapitular. Incluso en los peores momentos. Así ocurrió cuando Trump fue atacado por su sexismo y se hicieron públicas las salvajes grabaciones donde insultaba a las mujeres: “Si eres una estrella, te dejan hacerles cualquier cosa, incluso agarrarlas por el coño”. Ivanka, que durante meses había definido a su padre como feminista, le obligó a pedir disculpas. Luego declaró: “Los comentarios fueron claramente inapropiados y ofensivos. Me enorgullece que se haya excusado”.
Su influencia es fuerte. Y recíproca. Hay algo simbiótico entre ambos. Él siempre ha mostrado su admiración por ella. E Ivanka, casada y con tres hijos, jamás se ha alejado de la estela de su progenitor. Estudió en la misma universidad, trabajó para su corporación, le acompañó en el programa de telerealidad El aprendiz y, como buena Trump, siempre le han gustado los focos. Ya fuera en su faceta de modelo, empresaria o últimamente de Primera Hija.
La fama le gusta y, a diferencia de su madrastra, a quien ha eclipsado, Ivanka no deja de figurar en los actos palaciegos de máximo nivel. Pese a no tener responsabilidad de gobierno, se ha codeado con el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y con la canciller alemana, Angela Merkel. Pero donde su afán de protagonismo brilló con más intensidad fue a mediados de febrero, en la visita del mandatario canadiense, Justin Trudeau. Ahí no tuvo empacho en posar en la misma mesa presidencial, el casi sagrado escritorio Resolute que Jacqueline Kennedy ordenó trasladar en 1961 al Despacho Oval.
Sentada entre su padre y Trudeau, su enorme sonrisa dio la vuelta al mundo y mostró el tamaño de su ambición. Desde entonces se ha alejado de su pequeño emporio de joyería, perfume y moda, y ha tratado de buscar espacio en la Casa Blanca. El primer intento para darle cabida se hizo público hace una semana cuando se anunció que dispondría de una oficina en el Ala Oeste. Numerosas voces criticaron la proximidad al comandante en jefe de alguien que carecía de empleo federal. Para soslayar este escollo, el presidente ha decidido contratarla como su asistente. Un cargo que se le queda pequeño. Ivanka ya representa mucho más. Primera Hija, casi Primera Dama y quizá algún día el relevo de Trump.