La asunción de Rosario Murillo

Reportaje
La Nación (Costa Rica), 13.11.2016
Danny Brenes
  • Nunca quiso que le llamaran ‘primera dama’. Ahora es vicepresidenta. La esposa de Daniel Ortega parece ser la primera piedra de una dinastía familiar en Nicaragua.

La imagen es, digámoslo así, poco ortodoxa: es de noche cuando el candidato presidencial se acercá a la urna a emitir su voto.

No es lo común. Dos días después, Hillary Clinton y Donald Trump emitirían sus propios votos en las elecciones estadouniden a pleno día; en el 2014, ocurrió lo mismo en nuestro país. En todos los casos, la tradición es esa: los candidatos van a las urnas desde temprano e instan a los votantes a hacer lo mismo. Temprano.

Tampoco es común que, justo después de votar, el candidato suba a un escenario ya preparado para él, y emita un discurso. Pero es que Daniel Ortega nunca ha sido un candidato común, un presidente común, una persona común.

El gobernante del país vecino es cualquier cosa menos ortodoxo. De su accionar se desprenden dudas que alcanzaron su cima el pasado domingo 6 de noviembre, día de la decisión final: cuatro meses antes, en medio proceso electoral, 16 diputados de oposición fueron destituidos de su cargo. La medida fue vista como un paso más hacia un gobierno autoritario de Ortega.

Pero no sería la única.

Cuando se terminaba la tarde del 2 de agosto, con las elecciones cada más vez más cerca, Ortega selló un acuerdo trascendental, que bien podría determinar el rumbo futuro del país: en la sede del Tribunal Electoral, nombró de manera oficial a quien le acompañaría en la papeleta desde la vicepresidencia.

Sería la misma persona que le acompañó, el pasado domingo, a votar. También votaron cuando se ocultó el sol, cuando ya había bajado el calor. Cuentan rumores –publicados en distintos medios de todo el continente y más allá– que Ortega no puede recibir rayos de sol. Que su salud es endeble, que se resquebraja día a día. Rara vez se le ve en público, y todavía menos fuera de Managua, la capital.

A la luz de esto, la determinación de la vicepresidencia podría considerarse también como la escogencia, de parte de Ortega, de su sucesor en el poder, como un rey escogiendo a su heredero en un poder autoritario, como un largo réquiem de la democracia.

Sería su esposa, Rosario Murillo.

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Murillo y Ortega iniciaron su relación en Costa Rica, mientras se refugiaban de la guerra. (AP PHOTO/MIGUEL ALVAREZ)

 

Larga travesía

El largo camino que condujo a Rosario Murillo hasta la vicepresidencia de Nicaragua comenzó, irónicamente, en nuestro país. Fue en la década de los años setenta, cuando Centroamérica era azotada por la guerra.

En el país vecino se cocinaba una revolución. Durante décadas, las riendas del país habían estado en manos de una sola familia. Los Somoza habían ascendido al poder en 1936 y habían moldeado el país pinolero de acuerdo a una voluntad de puño y hierro.

En su contra se formó, en 1961, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que batalló por instaurar un gobierno revolucionario que devolviera el orden, la justicia y la igualdad a Nicaragua.

Daniel Ortega jugó un papel preponderante en la derrota de Anastasio Somoza, quien se fugó del país el 17 de julio de 1979. A partir de entonces, Ortega lideró la junta del “Gobierno de reconstrucción nacional”, con el que se pretendía unificar al país y emprender un nuevo rumbo bajo la visión y los valores del sandinismo.

Sin embargo, dos años antes, previo a que Somoza fuera derrotado, Ortega tuvo que exiliarse. Se refugió en Costa Rica, donde conoció a la mujer que ya no abandonaría su brazo.

Es delgada, lleva el cabello rizado y sus ropas siempre son de colores fuertes. Si a su lado no estuviera el presidente de Nicaragua, se podría pensar que la imagen pertenece a alguna manifestante hippie de los años sesenta, protestando contra la guerra de Vietnam.

Pero Rosario Murillo, la Chayo, no protesta. Su rol, previo incluso a ser elegida como vicepresidenta del país, ha ido siempre mucho más allá. Desde mucho antes de obtener un cargo oficial en el gabinete del gobierno, ya Murillo era una de las principales fichas políticas en Nicaragua.

Murillo y Ortega celebran su segunda triunfo electoral al hilo, en el 2011. AP PHOTO/ESTEBAN FELIX.

Murillo y Ortega celebran su segunda triunfo electoral al hilo, en el 2011. AP PHOTO/ESTEBAN FELIX.

Comenzó cuando Ortega regresó a Nicaragua y el sandinismo derrocó a Somoza. Ortega encabezó la Junta de Gobierno sandinista hasta 1984, cuando convocó a las primeras elecciones de las que formó parte. Las ganó con amplitud y se mantuvo en el poder hasta 1990, cuando la Unión Nacional Opositora –una coalición de 14 partidos opuestos al sandinismo– ganó las elecciones con Violeta Barrios de Chamorro.

A partir de entonces, Ortega pasaría por un columpio que lo llevaría de la victoria a la derrota. Perdió tres elecciones consecutivas. Además, varios de sus antiguos compañeros denunciaron que su visión se alejaba cada vez más del sandinismo revolucionario, derivando en mero populismo. Parecía que en la vida –pública, cuando menos– de Ortega solo había una constante: la mujer a su lado.

Por las venas de Murillo corre la sangre de Augusto Sandino, el héroe nacional de Nicaragua que inspiró el movimiento revolucionario de los años setenta. Su madre, Zoilamérica Zambrana Sandino, fue sobrina-nieta del ícono, y dio luz a Rosario en 1951.

Durante su juventud, la mujer trabajó en su poesía y se convirtió en una de las principales representantes femeninas de la literatura nicaragüense. En varias entrevistas ha comentado que su acercamiento a las letras se debió a una necesidad de expresión, que se hizo más urgente tras la muerte de su primer hijo durante un terremoto en 1973. Murillo ha dado a luz a 10 hijos, siete de los cuales son resultado de su unión con Ortega.

Antes de eso, ya se había integrado al movimiento guerrillero, y luego fundó un grupo cultural llamado Gradas, que se expresaba en contra de la dictadura. Estas acciones la convirtieron en una figura pública perseguida, y se marchó del país en 1977, con el estallido de la guerra.

Como Ortega, encontró refugio en Costa Rica. Fue en nuestro país donde se sembró la semilla del matrimonio que hoy gobierna Nicaragua. Aunque no se casaron hasta el 2005, cuando Ortega ya trabajaba para regresar a la presidencia finalmente.

Juntos, lo lograron. En el 2007, el pueblo nicaragüense escogió a Ortega como su presidente y el sandinismo –cada vez más lejos de su visión revoucionaria original– regresó al poder, uno que no parece dispuesto a ceder nunca más. Rosario sería la pieza clave para que esto sea así.

 

Confidente del poder

Cuando su esposo asumió la presidencia de nuevo, Murillo no perdió tiempo para ganarse el cariño y el respeto del pueblo, al tiempo que se adueñaba cada vez de mayor relevancia política. Al tiempo que orquestaba ayudas a los sectores más pobres de la población, hacía a un lado a los asesores de Ortega. No quería más confidentes: el poder tenía que quedar entre ellos dos.

Murillo se convirtió en la consejera más íntima del presidente. También, en la vocera oficial del gobierno: todos los días, a las 12, aparece en radio y televisión, para hablar con el pueblo. Puede que cuente sobre una inversión para mejorar escuelas y caminos, o de la muerte de un compañero sandinista, o de una inundación o una erupción volcánica.

Los co-gobernantes de Nicaragua, junto a Raúl Castro. ALEJANDRO ERNESTO/POOL VIA THE NEW YORK TIMES

Los co-gobernantes de Nicaragua, junto a Raúl Castro. ALEJANDRO ERNESTO/POOL VIA THE NEW YORK TIMES

Puede, y no es raro que pase, que la ahora vicepresidenta electa nada más quiera hablar de “las bondades del alma, la fraternidad y la luz universal”. Hay quien asegura que Murillo es creyente del esoterismo y el New Age; que todos los días lleva puestos 28 anillos, 7 collares y 6 brazaletes, para alejar a los demonios.

En Nicaragua, Murillo está en todas partes.

Por su voluntad se han reformado calles y derribado monumentos antiguos. Por su voluntad, se regalan juguetes a los niños pobres en diciembre. Por su voluntad, se decide quién ocupará un puesto gubernamental y quién no.

Su legado más evidente son los árboles de la vida que ha sembrado en las calles de Managua: armatostes metálicos, de formas arbóreas y colores llamativos –cuando no hilarantes–, que buscan transmitir alegría al pueblo. No se sabe cómo. No hay justificación más allá de los deseos de la Chayo. De acuerdo con el diario nicaragüense La Prensa , esos árboles han costado $3.3 millones, salidos de fondos públicos.

La voluntad de la nueva vicepresidenta no tiene precio ni límite.

Católica, pentecostal y mística, Murillo ha logrado transformar la narrativa política de Ortega hasta límites insospechados y posiblemente abrirle un espacio electoral que le estaba vedado. A cambio, ha acaparado una enorme autoridad”, señaló, hace solo una semana, El País Semanal. El New York Times informó algo similar, hace solo un par de semana: “No es que tenga la misma cantidad de seguidores que su esposo: es que tiene más”.

La campaña electoral, incluso antes de su designación como vicepresidenta, hizo esto evidente. Managua se llenó de afiches –todos los cuales siguen la misma línea colorida, inspirada en el New Age, de la imagen oficial del gobierno, determinada por ella misma– que primero mostraban a Ortega y Murillo juntos y, después, los mostró separados: la figura de Murillo es poderosa por sí sola.

Tanto que, aunque su papel fue apenas marginal durante la revolución –que hoy parece tan lejana–, hoy se le presenta en los libros de texto como a una gran líder del sandinismo.

Su influencia no ha sido bien recibida por los sobrevivientes de la lucha revolucionaria. De acuerdo con El País Semanal , incluso su cuñado y hermano del presidente, el general retirado Humberto Ortega, ha salido de su jubilación para recordar a los gobernantes que “toda forma de dinastía es inviable”.

Sin embargo, ahora mismo, eso es lo que se vislumbra. En el país que sufrió la dinastía de los Somoza, hoy parece cocerse la dinastía de los Ortega.

 

Casa de cartas

Cuenta el cronista Carlos Salinas, de El Confidencial de Nicaragua, que hace 26 años, Rosario Murillo estuvo a punto de abandonar el barco. Quería renunciar a todo. Era 1990, y el sandinismo había sido derrotado por primera vez. Era una sorpresa rotunda, que nadie vio venir. Un relato de Alma Guillermoprieto también la recuerda llorando, la noche del 25 de febrero de ese año, mientras entonaba el himno de su partido.

Parecía que había llegado el fin de la revolución. Parecía que el sueño se había acabado, y Rosario Murillo ya no quería saber nada más del Frente, del poder, de Ortega.

Un día más tarde, Murillo conversó con el periodista español Antonio Caño, de El País . La mujer habló sin freno; parecía estarse desahogando. Contó cómo la política se había encargado de deteriorar su relación con Ortega. “No quiero volver a salir en la foto al lado de Daniel”, dijo. No quería abandonarlo: quería una vida diferente, alejada del ojo público y de la toma de decisiones.

En Managua abunda la propaganda a favor de Rosario. (AFP PHOTO)

En Managua abunda la propaganda a favor de Rosario. (AFP PHOTO)

El otro día estábamos hablando”, contó entonces Murillo, “en el vestidor de la casa, y él me decía: ‘Para qué queremos toda esta mierda, todas estas camisas, todo esto, y quiero tener voto de pobreza’. Yo tampoco necesito nada. Queremos irnos”.

Hace tres años, Ortega voló a Costa Rica a una cumbre del Sistema de Integración Centroamericana. El avión que alquiló el gobernante nicaragüense solo era superado en tamaño por el Air ForceOne, la aeronave que transportó al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para esa cumbre. El viaje de Ortega costó $42.000, pagados con fondos públicos del tercer país con los habitantes más pobres del continente, según el Fondo Monetario Internacional.

Mientras tanto, Rosario Murillo fue ratificada el domingo como nueva vicepresidenta del país. Ella y su pareja obtuvieron el 72% de los votos y se aprestan a encarar su tercer mandato en fila.

Los votos de pobreza y el deseo de una vida sin poder parecen haber quedado muy, muy atrás.

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