La internacionalización de la educación

Columna
El Mercurio, 12.05.2025
Jaime Chomali Garib, embajador (r)

A inicios de los años 90, los afiches que promocionaban estudios en Australia aparecían en varias estaciones del metro de Santiago. Aquellas imágenes prometían universidades de prestigio, ciudades seguras y multiculturales. Para muchos —yo entre ellos—, representaban una invitación a soñar con nuevas oportunidades académicas y personales.

Décadas después, el destino me llevó a ejercer como embajador de Chile en Australia. Desde esa posición, pude comprender que tras esas campañas existía algo mucho más profundo: una política pública coherente y ambiciosa de internacionalización de la educación, impulsada tanto por el gobierno federal como por los Estados, instituciones de educación superior y actores privados.

Los resultados son notables. En el año fiscal 2023-2024, el sector educativo internacional generó ingresos por más de 47.800 millones de dólares australianos (aproximadamente, US$ 33.500 millones), convirtiéndose en la cuarta mayor exportación del país, solo detrás del carbón, el hierro y el gas natural. En 2024, Australia acogió a más de 850.000 estudiantes internacionales, principalmente de Asia, pero también de América Latina. Chile aportó más de 6.000 estudiantes, ubicándose en el puesto 23 por país de origen. Durante mi gestión, recibí a representantes de universidades australianas interesados en fortalecer la cooperación con instituciones chilenas. Sus visitas a Chile —generalmente organizadas con los gobiernos estatales y sus embajadas en América Latina— revelan un esfuerzo articulado y sostenido. Un ejemplo valioso de posicionamiento es el coloquio anual “UQ-Latin American”, que la Universidad de Queensland organiza desde hace ya 17 años.

Más allá de los datos, presencié el impacto humano de esta política: estudiantes chilenos de posgrado que investigan, se vinculan, crecen profesionalmente y los que regresan lo hacen con nuevas perspectivas. También vi cómo Australia se enriquece de ese intercambio, integrando talento extranjero en sus aulas, laboratorios y comunidades.

Chile tiene la oportunidad —y las condiciones— para avanzar en una estrategia similar. Ello implica definir una política pública clara y de largo plazo, que incluya: coordinación entre gobierno e instituciones académicas; una marca país educativa que resalte nuestra calidad académica, estabilidad institucional y riqueza cultural; incentivos atractivos para estudiantes extranjeros, especialmente latinoamericanos; mayor presencia en ferias y foros regionales, y un rol más activo de nuestras embajadas como promotoras de la educación superior chilena.

Hoy, en un contexto internacional en que países como Estados Unidos podrían adoptar políticas más restrictivas hacia estudiantes extranjeros, Chile podría consolidarse como un destino atractivo, confiable y seguro en esta parte del mundo.

La educación es, sin duda, uno de los puentes más sólidos que podemos construir entre las naciones. Chile tiene universidades de prestigio, un entorno cultural vibrante y una ubicación estratégica en América Latina. Inspirarse en el modelo australiano no significa replicarlo, sino adaptarlo inteligentemente a nuestra realidad, para proyectar a Chile como un centro regional de educación superior en el siglo XXI.

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