La Izquierda Chilena: Entre la histórica Marxista, la “Renovada” y la Anti-Sistémica

Embajador Juan Salazar Sparks¹

Chile se encuentra gobernado en la actualidad por una coalición variopinta, tal vez la más izquierdista de las últimas cuatro décadas. La conforman diversos partidos, que van desde una centrista DC hasta el izquierdista PC, y que -en su conjunto- muestran distintas tonalidades de izquierda. A saber: la izquierda histórica chilena (marxista y doctrinaria hasta la UP), otra renovada que nació durante la dictadura militar y con el exilio (socialdemócrata), y una tercera que podríamos tildar de anti-sistémica por su carácter re-fundacional.

El partido comunista chileno representa la primera opción. A pesar de la caída de los socialismos reales en la Unión Soviética y Europa Oriental a comienzos de los noventa, el PCCH ha conseguido mantenerse como un partido pequeño gracias a un discurso poco claro entre sus clásicas lucha de clases y dictadura del proletariado y su participación en el sistema democrático imperante en el país. El socialismo renovado, hoy encarnado por sectores importantes del PPD y del PS, asumió a la socialdemocracia europea como paradigma central y el objetivo de alcanzar la justicia social en democracia. En los gobiernos de la Concertación, los renovados aceptaron el crecimiento como principal herramienta para lograr una brusca caída en la pobreza, sin perjuicio de ocuparse también de ampliar la red de protección social. Finalmente, ha aflorado en los últimos años una tercera tendencia desorganizada pero representada por una izquierda dura (más radical y anti-sistémica), producto de la insatisfacción por el retorno ''pactado'' de la democracia en Chile y los ''indignados'' por la experiencia centro-derechista del presidente Sebastián Piñera.

Ésta última variante de izquierda, se ha instalado tanto al interior del actual gobierno como en la oposición, pero igual influyendo fuertemente en éste. En el primer caso, se trata de la izquierda dura de la Nueva Mayoría (Izquierda Ciudadana, Movimiento Amplio Social, y algunos dirigentes como Andrade y Quintana) y, en el segundo, se encuentran los grupos universitarios de orientación marxista y/o anarquista, como el Frente de Estudiantes Libertarios (FEL) y un número variado de otras siglas (ACL, CUAC, IA, OCL, UNE). También cabría considerar entre los anti-sistémicos de oposición a los ''indignados'', los Okupa y hasta los ''encapuchados'' de las protestas. En su conjunto (dentro y fuera del gobierno), la izquierda anti-sistémica parece tan doctrinaria y radicalizada como lo fueran en su momento los extremistas de la UP. Hoy, muchos de sus miembros rechazan los acuerdos y la estrategia de los consensos, porque quisieran pasar una ''retroexcavadora'' para demoler el modelo neoliberal chileno y refundar el país. La izquierda anti-sistémica chilena está identificada con el comunismo estalinista cubano, el chavismo venezolano, los Correa y Morales de la región, y se siente parte de la causa mundial anti-globalizadora y anti-occidental.

Michelle Bachelet, siendo de lejos la política más popular del país y tal vez la presidenta más exitosa del continente, se ha propuesto -aparentemente- escuchar a ''la calle'' e implementar múltiples reformas para aquietar a los movimientos sociales (incluyendo los anti-sistémicos). Pero el interés por llevar adelante todos esos cambios está condicionado, en última instancia, por el profundo pragmatismo de la presidenta, quien entiende que debe ejercer un rol de árbitro entre los izquierdistas radicales y moderados de su gobierno. Por un lado, ella se ha comprado el idealismo voluntarista de estudiantes e ''indignados'' para hacer de Chile un país supuestamente más justo y equitativo. Pero, por el otro, también tiene conciencia de lo fácil y dañino que es para el país la tentación populista. Su corazón está con la izquierda anti-sistémica, pero su cabeza está educada en la izquierda renovada.

En ese cuadro, el papel del PCCH resulta bien interesante. A pesar de su ideologismo anacrónico, hoy presenta caras nuevas y más jóvenes. Tal como en la UP, son los más realistas de la izquierda (y por ello acusados de conservadores); son contrarios al aventurismo político y proclives a la estabilidad del país. En suma, tienen una estrategia de largo plazo. Sin embargo, su incorporación a la Nueva Mayoría y al gabinete presidencial ha significado dejar un vacío político entre los militantes estudiantiles que está siendo aprovechado por los dirigentes del FEL y la Izquierda Autónoma (IA) para controlar ''la calle''.

Desde el extremo opuesto del espectro político, se supone que la Democracia Cristiana (PDC) ejerce ahora un rol de morigeración dentro de la coalición gobernante, aunque en su seno convivan igualmente dos ''almas'' de centro-derecha y de centro-izquierda. En la Nueva Mayoría, la DC sabe que tiene que ser el contrapeso de la izquierda anti-sistémica, para lo cual el tándem Ignacio Walker-Gutenberg Martínez están blandiendo sus propios principios, su experiencia política y su mayor ductilidad para construir los necesarios consensos.

Y qué podemos decir de otro actor clave como el movimiento estudiantil chileno? Por cierto, tiene el mérito de haber movilizado al país y puesto en la agenda la reforma educacional, así como la semilla para otros cambios importantes. También se ha identificado o apoyado a los ''indignados'' en Chile y el mundo (anti-capitalistas, anti-globalización, anti-libre comercio y anti-occidental?). Con todo, arrastra dos problemas: el movimiento está cooptado por una dirigencia totalmente radicalizada que no representa a la gran mayoría de los universitarios (apolíticos); y si bien son los grandes agentes del cambio en Chile, no son los más indicados para decidir correctamente el qué y cómo reformar. El caso concreto de la educación es un buen ejemplo de ello, puesto que todo el énfasis lo ponen en la gratuidad y en la educación pública, pero olvidan o no quieren abordar el tema de la calidad de la docencia. Antes que nada, hay que invertir en los profesores y en mejorar la educación pública.

Las movilizaciones sociales emprendidas por la izquierda anti-sistémica han apuntado más a una cuestión ideológica de fondo (experimentos de ingeniería social para un cambio del modelo), en lugar de soluciones eficientes para los problemas que aquejan a la ciudadanía. En todas las manifestaciones, la violencia ha sido un ingrediente central, pues se trata asustar a la opinión pública y de presionar al gobierno. A su vez, en la mayoría de las tomas de colegios, los desmanes y destrucción de inmuebles se contradicen con el supuesto objetivo de la causa que es más y mejor educación. Al querer reinventarse con respecto a la Concertación, la Nueva Mayoría se ha dejado impresionar por ''la calle'' y por su propia propaganda de reformarlo todo y ahora. El árbitro de último recurso será la presidenta, quien deberá poner en juego todas sus cualidades carismáticas y sus condiciones de estadista, a fin de canalizar adecuadamente tantas expectativas, aterrizarlas a través de expertos, y decidir en favor de soluciones consensuadas y viables.


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