Una presidenta carismática, pero ”blindada” y con un liderazgo político poco definido

Embajador Juan Salazar Sparks¹

Michelle Bachelet, la primera presidenta en Chile, es el único jefe de estado del país reelecto en más de 150 años. La razón es bien simple: es una figura sumamente popular. Al dejar su primer mandato presidencial (2006-2010), contaba con un 78% de apoyo popular y, después, al ser reelecta en 2014, lo hizo con el 62,8% del voto del electorado. Todo un fenómeno político chileno.

A diferencia de otros políticos, qué tiene ella en particular o qué la convierte en -tal vez- el mejor producto del marketing político local? De partida, es una figura atractiva y querida, como la tía que desea tener el común de los chilenos, se interesa por todos, es flexible y no dogmática, se impone por presencia y no por carácter, evita el enfrentamiento y busca el consenso. Como candidata y gobernante, se ha dicho que la presidente está usualmente ''blindada''; esto es, aislada de los medios y del cuestionamiento político y público, de manera que prime su simpatía, su enorme popularidad y el afecto de la gente por encima de las rencillas políticas. Cambios en este estilo político ocurrirían sólo esporádicamente, como cuando se ve obligada a apostar su capital político en defensa de sus ministros o de su gobierno en general. Su eficacia política consiste más en liderar espléndidas ideas que resuman las expectativas y sueños de la gente (hacer grandes transformaciones) que en la gestión de proyectos o la solución de problemas concretos. Por ello, su primer período presidencial habría sido un ''gobierno de continuidad'' y se la consideró una mandataria que ''reina pero no gobierna'', o bien, una que se concentró en su rol de jefa de estado antes que jefa de gobierno.

Cuál fue el contexto en que se dio el triunfo electoral de Michelle Bachelet y condiciona su segundo mandato presidencial? Parece ser un hecho de que la izquierda dura o anti-sistémica (estatista y refundacional) imperó ampliamente en la primera vuelta del 17 de noviembre del 2013, captando unos dos tercios de los votos, en tanto que su victoria final en la segunda vuelta del 15 de diciembre vino a confirmar que se había producido un “vuelco a la izquierda” del espectro político chileno. Sin embargo, y en paralelo a esa lectura, cabe otra que ve, en la abstención abrumadora de la primera vuelta (votó menos de la mitad de los electores potenciales), e incluso más aún en el balotaje, una gran indiferencia respecto del proceso político y de las elecciones, porque según esos chilenos el mundo real está en el trabajo y no en la política.

Si se funden las dos versiones anteriores, se podría decir que para el Chile más político y utópico (la izquierda en general) se logró una victoria aplastante que justificaría para algunos emprender grandes transformaciones. Otros, en cambio, ven en esa misma elección una victoria pírrica, puesto que -en el trasfondo- la opción ideológica resulta derrotada por el Chile más apolítico y terrenal (la derecha en general) que se quedó en la casa sin votar o lo hizo por la candidata de la continuidad (Matthei). No cabe discusión de que Michelle Bachelet contó con la mayoría de los votos y que su elección fue democrática y totalmente legítima. Lo que pasa es que, por más que se proclame como la líder de la “Nueva Mayoría”, una que ahora ha escuchado a ''la calle'', ella estaría representando teóricamente a una minoría radical frente a una mayoría ''silenciosa'' de chilenos. También llama la atención que la presidente Bachelet haya dicho en una gira al exterior que tenía los mismos desafíos que Salvador Allende (''construir un país sin injusticias ni desigualdades'').

La dicotomía entre la presidenta (continuadora de la obra) de la Concertación y la presidenta (reformadora) de la Nueva Mayoría crea una compleja situación a largo plazo. Ella se identifica con el idealismo de los jóvenes y con una sociedad chilena más justa, pero también es pragmática y contraria a una implosión del país. Los sectores políticamente más activos del gobierno (los que manejan “la calle”) han experimentado una notable radicalización, una que -incluso- parece desbordar el rol arbitral que pretende Michelle Bachelet. Las exigencias extremas para una refundación de Chile a través de una asamblea constituyente, del cambio del sistema electoral y de varias reformas de fondo, no amainarán ni tampoco querrán someterse a consensos ni a acuerdos con otras fuerzas políticas. Todo lo contrario, usarán su capital electoral y su gran fuerza de movilización para presionar a Bachelet aún más hacia la izquierda, transformándose en los hechos en la verdadera oposición al régimen. Ello, porque como en todas las revoluciones, los moderados se ven sobrepasados por los más radicales y éstos por otros que lo son aún más (''la revolución que devora a sus hijos'').

Por otro lado, la identificación con el presidente Allende podría llevarnos a una repetición del drama de la Unidad Popular, en el sentido de querer cambiarlo todo y ahora, con una base de apoyo minoritario (Allende), o bien, sin considerar a una "mayoría silenciosa'' desafecta (Bachelet). Por ello, si las reformas simplemente se imponen sin previas negociaciones con todos los sectores, podríamos ver un incremento de la polarización y, con ella, poner en peligro tanto el consenso social como los muchos logros alcanzados por Chile. Esto es lo que hace pensar a mucha gente que la política -en especial la mala política- es negativa para el país y que nos encontraríamos transitando por un déjà vu (crisis de 1973). En esas circunstancias, la presidenta Bachelet deberá salir de su ''blindaje'' para marcar la diferencia con un liderazgo más definido.


¹ Cientista político y ex diplomático de carrera.-
 

Bibliografía:
SALAZAR SPARKS, Juan: La izquierda chilena: Desde la histórica marxista, la ''renovada'' hasta la anti-sistémica. ''Ópiniones'' 3 (7) 2014

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