Los líderes supremos

Columna
Perfil, 23.10.2022
Felipe Frydman, economista argentino, exembajador y consultor del CARI

La glorificación de Xi Jinping muestra una vez más la pasión de la izquierda por los líderes supremos. Hasta hace unas décadas, Fidel Castro era el ejemplo por su capacidad de conducción y sus juicios infalibles; ejercía un notable carisma y sus discursos provocaban emociones. Los intelectuales dedicaban horas a su estudio para comprender el significado de sus palabras. Más adelante fue reemplazado por Hugo Chávez, quien también pasaba horas frente al micrófono como un oráculo revelando la verdad. El Congreso del PC chino por unanimidad acaba de encumbrar a Xi Jinping y su pensamiento al máximo nivel para conducir a la nación, a su pueblo y al mundo hacia el socialismo.

La Revolución de Octubre encaramó a Vladimir Lenin y León Trotsky, cuyas intervenciones en los soviets eran decisivas para decidir el curso de los acontecimientos. El fallecimiento prematuro de Lenin allanó el camino a Josif Stalin, que permaneció en el poder hasta su muerte, en 1953. El 24 de febrero de 1956, Nikita Jruschov en el XX Congreso del PC denunció las atrocidades cometidas por Stalin y el culto a la personalidad durante los treinta años de su gobierno. En esos tiempos, Stalin era insuperable, incluso se encontraron argumentos para justificar el Pacto Ribbentrop-Molotov, que proveyó de alimentos y petróleo a las tropas de Hitler para facilitarle la invasión a Europa occidental sin preocuparse por la retaguardia.

La biografía de Mao Zedong fue reescrita después de su muerte. El golpe de Estado de 1976 terminó con la Revolución Cultural y los responsables fueron encerrados incluyendo a Jiang Qing, cuya muerte en prisión en 1991 fue caratulada como suicidio por ahorcamiento. La desaparición de Mao permitió el ascenso de Deng Xiaoping, la implementación de reformas y el acercamiento con los Estados Unidos, que allanaría el camino al desarrollo y convertiría a China en la segunda potencia económica.

En todos estos casos, el aparato del Estado funcionó como una máquina de propaganda para machacar sobre las bondades del líder y su dedicación al pueblo. No había lugar para la disconformidad y los disidentes se desvanecían o eran cancelados, en el mejor de los casos. El propósito era mostrar una sociedad cohesionada que aceptaba con displicencia el liderazgo y aplaudía ante cada aparición y ocurrencia del supremo sin posibilidad de cuestionar sus órdenes. La conciencia de la sociedad fue reemplazada por los eslóganes amplificados a través de todos los medios de comunicación.

Los resultados de estos regímenes que dependen de una sola persona y de un partido único son fáciles de pronosticar, aunque haya que esperar hasta la desaparición física, como ocurrió con Stalin y Mao Zedong, para que los sucesores tengan el coraje de divulgar la realidad. Esto también sucederá con Fidel Castro una vez que la familia sea reemplazada por una nueva generación dispuesta a cambiar el rumbo, como sucediera con la Unión Soviética en 1956 y China en 1976.

El partido único siempre ocupó en la literatura de la izquierda un rol central porque facilita la centralización del proceso para definir la acción política. Xi Jinping ha vuelto a insistir en el papel del Partido Comunista como columna vertebral del sistema político rechazando el multipartidismo venerado en Occidente como forma de canalizar las opiniones diferentes que suelen encontrarse en cualquier sociedad. El partido único es presentado como una estructura de abajo hacia arriba cuando en realidad siempre actúa en forma inversa, para garantizar la obediencia. No es casualidad ni sorprende que en los países con partido único todos hablen el mismo lenguaje.

La historia de estos últimos cien años ha dejado la misma enseñanza sobre los riesgos de los líderes máximos con un control indisputable del poder. Los ejemplos son los mismos en la derecha, con Hitler y Mussolini, donde se repitieron los esquemas con finales trágicos que involucraron a toda la humanidad. Sin embargo, a pesar de la evidencia, es sorprendente que todavía existan quienes expresen su admiración por esta forma de gobierno, desechando las virtudes de la democracia, las deliberaciones y los controles entre los poderes para evitar justamente los peligros que implica cuando la verdad pertenece a uno solo.

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