Los semiconductores y la geopolítica

Columna
El Mostrador, 23.04.2023
Juan Pablo Glasinovic Vernon, abogado (PUC), exdiplomático y académico

La carrera en esta dimensión está entonces desatada y está generando varios efectos. En primer lugar, hay un proceso de desconcentración geográfica en curso que debiera disminuir la participación asiática en la fabricación de los semiconductores, aunque no está a la vista que esa región y especialmente Taiwán y Corea del Sur pierdan su liderazgo en el desarrollo de las piezas más sofisticadas. Esto desde el punto de vista de la seguridad es percibido negativamente por parte de EE.UU., Europa y otros países, por las posibilidades de un conflicto con China que genere una gran disrupción tecnológica y económica.

Si durante décadas el petróleo y el gas condicionaron el sistema internacional y la geopolítica mundial, hoy ese papel está siendo asumido por los semiconductores y será un factor determinante en las próximas décadas.

Los semiconductores o chips son circuitos electrónicos cuyos componentes están dispuestos en una lámina de material semiconductor, siendo hoy una pieza clave en aparatos electrónicos o sistemas como computadoras, celulares, internet de las cosas, nubes digitales, inteligencia artificial, robótica, etc.

Es imposible pensar en una vida sin estos elementos que constituyen el corazón de todo lo que usamos en diariamente y en el pilar del sistema productivo y de la economía en general. Además, es esencial en materia de seguridad por su rol en la industria militar. Esto lo pudimos apreciar durante la pandemia, cuando las cuarentenas y los cierres de frontera generaron gigantescos problemas de producción y logística que repercutieron globalmente en una serie de industrias como la automotriz, computadores y celulares entre otras, con pérdidas multimillonarias y en cadena por los desfases operativos y la falta de semiconductores.

El problema señalado se agravó porque una parte significativa del suministro mundial de semiconductores se concentra en Asia. La cuota de fábricas en 2021 por origen es del 64% para Taiwán, el 18% para Corea del Sur y el 7% para China. Entre estos tres actores producen el 89% de los chips del mundo y solo la cuota de la compañía Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) es del 53% y si se trata de los semiconductores más avanzados, produce el 90% del total (comercialmente solo Taiwán y Corea del Sur están produciendo la última generación de 7 nanómetros (1 nanómetro equivale a la milmillonésima parte de un metro) y avanzando hacia 5 y 3 nanómetros.

El ecosistema de los semiconductores es complejo porque debe aglutinar a la investigación de punta, el suministro de materiales y los servicios asociados incluyendo la logística, así como requerir de ingentes inversiones (una planta de última generación cuesta sobre los 20.000 millones de dólares y demora 3 años en estar operativa), todo lo cual ha contribuido a su concentración. Actualmente y en líneas generales, EE.UU. domina en materia del diseño de los semiconductores, Europa y concretamente los Países Bajos lidera en la fabricación de máquinas para producirlos y Asia del Este concentra su producción y desarrollo.

Estas circunstancias aceleraron la decisión de varios países de procurar disminuir su dependencia, impulsando el desarrollo de su industria, pero desde hace ya varios años hay una carrera por el liderazgo en esta tecnología, entendiendo que esto no solo es un negocio billonario – en 2021, las ventas mundiales de semiconductores alcanzaron los 556.000 millones de dólares y para el 2030 superará los 750.000 millones – sino que incide directamente en el predominio global de quien encabece la industria con múltiples derivadas entre las cuales está el poder militar, con por ejemplo el desarrollo de las armas autónomas, que tendrán un rol creciente en los conflictos y operarán en función de la inteligencia artificial.

En efecto, en el 2015 China anunció su plan “Made in China 2025” como una primera fase hacia la meta de ser la primera potencia tecnológica en 2049, cuyo eje era disminuir su dependencia en materia de semiconductores con el desarrollo de la industria local, apuntando lograr un 70% de autosuficiencia para ese año. Esto contempla una inversión de 1 billón de dólares. Aunque esto no se ha logrado – el rango de autosuficiencia estaría por el 25% – el país ha avanzado mucho en esta área y está próximo a producir los semiconductores en el rango de 10 a 7 nanómetros, reduciendo su retraso tecnológico a entre 3 y 5 años respecto de los taiwaneses.

El menor progreso de plan chino tiene en buena parte que ver con las medidas estadounidenses para bloquear ese desarrollo. Durante la administración Trump, EE.UU. prohibió la venta de los semiconductores más avanzados a China, partiendo con las empresas Huawei y ZTO. Esta medida se profundizó con el gobierno de Biden, prohibiendo que las empresas estadounidenses y de terceros países puedan suministrar a compañías chinas productos que contengan o hayan sido fabricados con equipos, software o tecnología de EE UU.

A las prohibiciones se suma la mayor política industrial estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial con la dictación de la ley CHIPS en 2022 que prevé una serie de incentivos para los semiconductores junto con créditos para la innovación de la cadena de suministro y créditos para inversiones en fabricación avanzada en EE.UU. La Ley CHIPS según sus inspiradores “realizará inversiones transformadoras para restaurar y avanzar en el liderazgo de nuestro país en la investigación, el desarrollo y la fabricación de semiconductores” con el fin de fortalecer la base industrial, reforzar el liderazgo tecnológico de EE.UU. y “reducir nuestra dependencia de tecnologías críticas de China y otras cadenas de suministro extranjeras vulnerables o excesivamente concentradas”.

Las actividades financiadas incluyen 52.700 millones de dólares en créditos suplementarios de emergencia, incluyendo un programa de incentivos de 39.000 millones de dólares a lo largo de cinco años, y 11.000 millones de dólares en programas de I+D y desarrollo de la mano de obra de Comercio; así como 500 millones de dólares para un Fondo Internacional de Seguridad e Innovación Tecnológica CHIPS for America y 200 millones de dólares para promover el crecimiento de la mano de obra de semiconductores.

A esta maciza política industrial se suma una vigorosa ofensiva diplomática estadounidense que logró una alianza denominada “CHIP 4” que incluye una coordinación y cooperación con Taiwán, Corea del Sur, Japón, además del propio EE.UU. y cuyo propósito de fondo es estrechar el cerco contra China en este campo. También se ha presionado a Países Bajos para restringir la venta de maquinarias a China.

Como resultado de estos movimientos, TSMC e INTEL está construyendo plantas en EE.UU. para aprovechar las subvenciones. En el primer caso, la inversión es de 20.000 millones de dólares.

Además EE.UU. impuso a TSMC la condición de que sus plantas en China produzcan semiconductores con un desfase de 10 años respecto de las piezas más avanzadas.

Aunque la inversión estadounidense es grande, los países asiáticos están invirtiendo más: Corea del Sur invertirá 400.000 millones de dólares en los próximos diez años y China, según lo ya mencionado, invertirá un billón de dólares. En Europa, la Comisión Europea presentó el año pasado la ley europea de chips, con la que pretende movilizar inversiones por 43.000 millones de euros para fabricar en ese bloque más semiconductores.

La carrera en esta dimensión está entonces desatada y está generando varios efectos. En primer lugar, hay un proceso de desconcentración geográfica en curso que debiera disminuir la participación asiática en la fabricación de los semiconductores, aunque no está a la vista que esa región y especialmente Taiwán y Corea del Sur pierdan su liderazgo en el desarrollo de las piezas más sofisticadas. Esto desde el punto de vista de la seguridad es percibido negativamente por parte de EE.UU., Europa y otros países, por las posibilidades de un conflicto con China que genere una gran disrupción tecnológica y económica.

Por otra parte, el liderazgo taiwanés en la materia juega y seguirá jugando un papel relevante en la posición de China y EE.UU. frente a la isla, haciéndola más estratégica para ambas partes. Esto si bien por un lado puede aumentar las posibilidades de un conflicto con el enfrentamiento directo de las potencias, por otro podría ser un seguro para que Taiwán mantenga su autonomía y el statu quo. Esto sin embargo requerirá de un delicado equilibrio y si China percibe que la isla se alinea totalmente con EE.UU. en este campo para impedir su desarrollo, fomentará la posición bélica.

Otro posible escenario es que esto, sumado al desarrollo separado de internet que promueven China y otros países, fomente el desacople tecnológico para no depender del adversario. Esto que podría tener grandes costos económicos por una jibarización de los mercados, no eliminará sin embargo la carrera por el predominio tecnológico.

Sin perjuicio de lo anterior, también las empresas de capitales extranjeros en China que fabrican productos electrónicos como IPhone, podrían enfrentar restricciones ya sea en el suministro de los semiconductores o en la posibilidad de ampliar su negocio local como retaliación de las autoridades chinas. Esto podría acelerar el proceso de relocalización ya en curso por otros factores.

Por los montos involucrados y los ecosistemas requeridos, más allá de una mayor desconcentración geográfica, la industria seguirá controlada por muy pocos actores (muchos menos que quienes controlan el petróleo y el gas). Eso sí la posición que ocupe cada actor puede variar grandemente en relativamente poco tiempo por una serie de factores que afecten las condiciones de su ecosistema.

El desenlace de esta competencia no está para nada claro. Si bien EE.UU. ha frenado efectivamente el desarrollo chino del sector por su actual predominio, esto perderá efectividad con el tiempo por el propio progreso de la industria china que está recibiendo mucho más fondos y apoyo institucional que su par norteamericana. No hay que olvidar que además de la investigación científico-tecnológica, también entran en la ecuación el espionaje industrial y otras acciones para reducir el rezago de uno frente al otro, y esto debiera incrementarse por todo lo que está en juego.

Mientras todo esto sucede, el resto del mundo incluyendo América Latina asiste como espectador, prácticamente sin posibilidad de influir.

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