Lula: liderazgo extraviado

Columna
Diario Financiero, 02.10.2024
Juan Ignacio Brito, periodista, profesor (U. de los Andes) e investigador (Centro Cignos)

A Lula da Silva le está costando reeditar el liderazgo internacional que tuvo en sus primeros mandatos (2003-2011). Celebrado en su momento como una estrella en ascenso, el gobernante brasileño luce hoy añejo y opaco. Aunque existen causas internas que explican en parte ese viraje, la verdad es que el peor enemigo de la proyección exterior de Lula es él mismo.

La polarización en Brasil constituye un obstáculo para que el presidente pueda desplegar su diplomacia como antaño. Ganador por estrecho margen en las elecciones presidenciales de 2022, Lula carece de la mayoría en el Congreso, dominado por la oposición. El clima hostil que impera hoy en la política brasileña, alimentado en parte por el agresivo discurso del mandatario, hace difícil llegar a acuerdos. Un ejemplo es la dificultad que ha tenido el gobierno para relanzar el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), que en el pasado sirvió para financiar obras de infraestructura en América Latina (y también como vehículo para expandir la corrupción del escándalo Lava Jato a nivel continental). La pretensión de algunos parlamentarios de que el Legislativo tenga control sobre los créditos que otorga el banco ha trabado la iniciativa.

La polarización explica, asimismo, los problemas de popularidad de Lula. El apoyo a su gobierno está dividido en tres tercios, entre los que lo consideran positivamente, los que lo consideran malo y los que opinan que ha tenido una gestión regular, mientras que la popularidad del mandatario alcanza al 48% y su rechazo el 45%. Pese a que ha relanzada la economía y el empleo, Lula no termina de encontrar una sociedad dividida.

Los cuestionamiento se reproducen en el exterior. Lula parece no entender que el mundo ha cambiado. Su reacción al fraude en Venezuela es una evidencia. Entre 2003 y 2011 mantuvo la ambigüedad frente a Hugo Chávez y su creciente autoritarismo, liderando a una América Latina casi completamente dominada por la izquierda. Ahora ha tratado de hacer los mismo con Nicolás Maduro, pero se ha encontrado con gobiernos muchos más críticos (Argentina, Uruguay, Perú y Ecuador) y también con el “fuego amigo” de Gabriel Boric. Lula hizo el ridículo con su idea de que la salida a la crisis venezolana era la repetición de las elecciones, una propuesto que no encontró aplaudo ninguno.

En mayo, Lula organizó una cita regional en Brasilia con el propósito de relanzar su liderazgo personal y el de su país en la región. Obtuvo un fracaso sonoro, con Boric y el uruguayo Luis Lacalle Pau, enrostrándole su incapacidad para comprender bien lo que ocurre en Venezuela.

Aunque Boric y Gustavo Petro, el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia, se muestran respetuosos con Lula, han hecho patentes sus diferencias con él. En su visita a Chile, Lula y Boric no se pusieron de acuerdo sobre Venezuela. Por su parte, Petro no comparte la política petrolera del brasileño, que considera contraria al resguardo medioambiental.

Durante sus primero mandatos, Lula participó con entusiasmo en los BRICS, el grupo integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Hoy lo hace de nuevo, pero sin tomar suficiente nota de que los alineamientos geopolíticos han girado de manera sustantiva. Si antes los BRICS eran vistos con simpatía en Occidente como un colectivo de países emergentes que cooperaba con el orden liberal internacional, hoy se les entiende como abiertos detractores de éste, lo que causa crítica a la colaboración de Brasil en el grupo.

Para el desgastado liderazgo de Lula, el tiempo pasado fue definitivamente mejor.

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