‘Me apena haber esperado 71 años para que nombraran a una mujer embajadora de Chile’

Entrevista [Marina Rosenberg, embajadora de Israel en Chile]
La Segunda, 10.04.2021
Carolina Méndez, periodista

La diplomática, que ante la pandemia y el estallido social incrementó el apoyo de su país al territorio nacional, espera mejorar las relaciones con la comunidad palestina. “De parte nuestra existe disponibilidad; espero que también la haya de ellos”. 

Vestida con un diseño israelí de tela vegana, (no usa nada de origen animal) Marina Rosenberg cuenta que en las calles de Israel se percibe un ambiente de “casi normalidad”. “Estamos ganándole la batalla al coronavirus!”, dice. Nacida en argentina y criada en el país de Medio Oriente, con un marcado acento trasandino dice que recién cortó el teléfono con una amiga que vive en Tel Aviv. “Hablamos de lo liberador que es para mis compatriotas poder caminar sin mascarillas y que casi todo esté abierto”, comenta desde su casa en el sector oriente de la capital.

Rosenberg es la primera mujer en la historia que se convierte en embajadora de Israel en Chile, donde la comunidad judía suma 18 mil miembros.

“Más que un orgullo me apena haber esperado 71 años de relaciones bilaterales para que nombraran a una mujer como embajadora de Israel en Chile. Pero afortunadamente en los últimos 15 años ha habido más equidad de género en la diplomacia de mi país”.

Además de ex consejera para asuntos exteriores de la Embajada de Israel en Berlín (2014-2017), la diplomática ha ocupado varios cargos en la Cancillería de su país. Entre ellos, el de coordinadora en el Departamento de Lucha contra el Antisemitismo (2006-2007) y como directora de las naciones del Golfo en el Centro de Investigación Política (2017-2019).

“Israel no tiene riquezas naturales. Gran parte de nuestra exportación es la tecnología. Es importante que los chilenos conozcan el Israel que conserva su historia y mira al futuro. Israel y Chile tienen en común su nivel de desarrollo académico, su compromiso con la democracia, su lucha por el medio ambiente y su liderazgo regional”.

Fanática del rock latino, en julio de 2019 se instaló en Chile (hasta 2023) con su marido, su madre y sus dos hijos (entre 4 y 7 años). Rosenberg, quien estudió ciencias políticas y estudios latinoamericanos en la Universidad Hebrea de Jerusalén, en varias oportunidades había visitado a su hermana mayor radicada en Santiago.

“Elegí este país porque además me atraían mucho sus paisajes, su comida y su gente”.

 

¿Qué ha sido lo más desafiante de integrarse a la cultura chilena?

- Por mi lado latino, no me ha sido tan difícil enfrentar la idiosincrasia chilena; pero extraño un poco el vértigo de la vida en Israel. A esto se suma que los israelíes somos mucho más directos que los chilenos. La palabra en hebreo Tajles, que significa: “vayamos al grano” nos representa muy bien. En chile, por cortesía, siempre te dicen: “hablamos”, pero nunca sabes cuándo volverás a conversar.

 

A dos meses de su llegada vino el estallido social y luego la pandemia, ¿Cómo enfrentó estos escenarios?

- Debimos modificar la agenda de trabajo que traíamos. Yo venía enfocada en concretar los temas comerciales que se habían creado en la visita del presidente Piñera a Israel en 2019; cuando celebramos 70 años de amistad entre ambos países. En esa oportunidad firmamos ocho acuerdos bilaterales en cinco temas centrales: gestión de recursos hídricos, salud digital, ciberseguridad, energías renovables y agricultura tecnificada. Pero ante esta nueva realidad debimos abocarnos en temas más sociales. Entonces, comenzamos un trabajo humanitario con el apoyo de la Agencia de Cooperación y Desarrollo Internacional del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel. Esto no solo consistió en donaciones, sino también en capacitaciones online desde Israel en innovación, agricultura, sustentabilidad y equidad de género. Además de un fuerte trabajo en regiones.

 

Me imagino que los montos para ayudar a nuestro país se incrementaron.

- Si, prefiero no entregar cifras, pero aumentó tres veces lo contemplado.

 

Usted ha resaltado que en el tema covid han tenido muy buena cooperación entre Chile y Israel. ¿Cómo ha superado esta pandemia su país?

- En enero tuvimos el peak de la tercera ola con un alto números de contagiados y para bajarlos hubo un fuerte trabajo en equipo entre las comunidades y la sociedad civil. Somos la nación del mundo que ha vacunado más velozmente a su población. Sumado a eso, rápidamente se firmaron los acuerdos con Pfizer y se hicieron exitosas campañas públicas de vacunación. Asimismo, se cerraron las fronteras y se hizo una estricta y breve cuarentena nacional.

 

Además, hubo subvenciones de Israel a sus ciudadanos.

- Sí, en la pandemia el Estado les ofreció a las empresas que en vez de despedir a sus empleados los mandaran de vacaciones sin sueldo y el gobierno les pagaba.

Jugadora de Catchball (similar al vóleibol), la embajadora, al igual que sus padres, nació en Buenos Aires. “Soy la menor de tres hermanos y cuando tenía tres años mi hermana mayor se casó y emigró a Israel. Entonces, mis papás decidieron irse a este país”. Llegó a Medio Oriente a los seis años y la familia se instaló en el kibutz Yechiam, fundado en el norte de Galilea en 1947.

“Un kibutz es una colonia agrícola de producción y consumo comunitarios. En esa época la mayoría estaban basados en ideologías socialistas y eran formados por inmigrantes que llegaron a Israel en los años 20 de Rusia, Hungría y Polonia. Antes de su creación en nuestro kibutz no había nada, era una montaña rocosa con un castillo antiguo de piedras. Hoy es muy verde con flores y árboles”.

En su kibutz eran 300 habitantes, comían en un comedor común y todos se conocían.

“Era como un pueblito donde todo quedaba cerca. Mi papá trabajaba en la fábrica de fiambres y mi mamá en la cocina comunitaria. No importaba lo que cada uno hacía, todos ganábamos lo mismo. La cultura, la salud, la educación y la comida eran gratis. Además, nadie tenía auto, pero uno podía inscribirse para usar unos comunes”.

Durante su infancia, Rosenberg no vivió con sus padres sino en una casa del kibutz que albergaba a una veintena de niños y niñas de la comunidad. “A mis papás los veía solo tres horas por día los fines de semana”.

 

Debe haber sido duro estar separada de su familila siendo una niña.

- El primer medio año que llegué fue difícil adaptarme, porque además fue muy triste dejar a mis abuelos y a mis tíos en Argentina, pero la vida se me hizo fácil en el kibutz. Me ambienté y aprendí muy rápido el hebrero. Al vivir en la casa de niños, de pequeña me hice muy autónoma. En mi kibutz desde los seis años debíamos trabajar a diario y también en vacaciones. Los roles cambiaban cada semana; algunos limpiaban y los otros ayudaban en el comedor. Eso viene del concepto de que todos debemos aportar a la vida comunitaria; es el sentido de pertenecer a algo más grande que uno.

La diplomática, quien no se considera religiosa, dice que en su kibutz, aunque festejaban las celebraciones judías, la religiosidad iba más bien por un tema cultural.

“Hoy me encanta ir a la sinagoga, especialmente fuera de Israel, porque se siente un ambiente de comunidad. Lo especial del judaísmo es que es un pueblo, una religión y una cultura”.

Hasta los 19 años Rosenberg vivió en el kibutz. A esa edad hizo el servicio militar dos años, (obligatorio para hombres y mujeres) en Haifa, ciudad portuaria al norte de Israel.

“Fue muy formador porque por primera vez salí de la burbuja del kibutz y conocí a la sociedad israelí. La comunidad me pagó mis estudios universitarios y yo debí devolverles el dinero trabajando los fines de semana en la fábrica de fiambres y el campo. Cuando me titulé dejé formalmente el kibutz para comenzar mi carrera diplomática”.

 

¿Qué extraña de Israel?

- Los restaurantes veganos que son fabulosos, las playas de Tel Aviv y leer el diario en hebreo. Me gusta de Israel que todo es bien cerca y su diversidad. Vas a un mercado y ves judíos ortodoxos, árabes, etíopes, rusos y latinos. También extraño Jerusalén; un lugar mágico con alta innovación y que además es la ciudad del Rey David. Echo de menos ir al Muro de los Lamentos; aunque nunca pido algo personal cuando voy dejo un pelito con una plegaria entre sus murallas.

Cada viernes cuando baja el sol, la embajadora y su familia prenden velas para la cena de Shabat y entonan temas judíos. “Lo festejamos cada semana; empieza el viernes en la noche y termina el sábado al anochecer”.

En la oficina de su casa, aparte de la bandera de Israel cuelga un retrato de la fallecida ex primera ministra israelí Golda Meir. “Tengo todo lo tradicional judío; como un candelabro de nueve velas para la festividad de Janucá, objetos de países del Golfo y hasta un mate”.

Igualmente, como embajadora de Israel cuenta con un equipo de seguridad permanente.

“Lamentablemente como diplomáticos israelíes tenemos malas experiencias de atentados terroristas. Dos años antes de AMIA en Buenos Aires, hubo otro ataque contra la embajada de Israel en esta ciudad con 22 asesinados. Aunque generalmente tenemos la suerte de tener la ayuda de la inteligencia local de cada país y de Israel, a veces no sorprenden”.

 

Antes de llegar a Santiago, en una entrevista a la comunidad chilena de Israel, sostuvo que esperaba crear un diálogo con la federación palestina para ver qué podían hacer conjuntamente, ¿Cómo le fue con esta iniciativa?

- Ha sido uno de los aspectos más desafiantes. En Chile hay una minoría de la comunidad palestina que encabeza un lobby anti israelí con el único propósito de deslegitimar nuestro Estado. A veces me parece que estamos viviendo una realidad paralela completamente desconectada de Medio Oriente. En mi país el 21 por ciento de la sociedad son árabes israelíes, de religiones musulmanas y cristianas y en 2019 firmamos cuatro acuerdos de paz con naciones árabes musulmanas. He sido testigo de la actitud positiva de nuestros vecinos árabes hacia Israel. Pero aquí, parte del movimiento palestino sigue enfocándose en los mismos discursos de hace cuarenta años, que solo alejan e incrementan el odio.

 

¿Qué aspectos en común rescata de ambas comunidades en Chile?

- Lo primero es recordar que en ambos casos se trata de ciudadanos chilenos, cuyos abuelos llegaron a este país hace más de cien años. Las dos tienen una historia similar de inmigrantes que pudieron integrarse aportando muchísimo a la sociedad chilena. Me han contado que en el pasado hubo muy buenas relaciones entre estas comunidades. Pero desgraciadamente en los últimos años ha sido mucho más tensa. Con historias tan parecidas debería primar el diálogo. De parte nuestra existe esa disponibilidad; espero que también la haya del lado de ellos.

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